Y todo volverá a ser como antes. ¿Será?
Cómo lidiar con las marcas dejadas por una etapa difícil
Era el año 1918. La gripe española diezmaba a millones de personas en todo el mundo. Un siglo después, otro enemigo invisible amenaza a millones de vidas, sin elegir rango de edad, clase social o región del Planeta. Desde que el coronavirus comenzó a afectar nuestro vivir cotidiano, han sido comunes los llamados, en las calles y en Internet, para que todo vuelva a ser como antes.
De hecho, la pandemia no trajo solamente el constante miedo de la muerte, sino también sacudió la salud mental de las personas, contaminadas o no. El aislamiento social, para una especie que tiene en su estructura psíquica la necesidad de socializar, es devastador. El confinamiento, para quien estaba acostumbrado a ejercer su derecho de ir y venir, también. La privación del trabajador de aquello que lo dignificaba y lo hace sentirse útil trajo inestabilidad financiera y el temor por la propia supervivencia.
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Dentro de las casas, la siempre anhelada convivencia familiar, ahora forzada y sumada a la tensión emocional, resultó en el aumento del número de divorcios y de los casos de violencia doméstica, especialmente contra los grupos de mayor vulnerabilidad (mujeres, niños y ancianos). Además, las personas se quejan de la dificultad para administrar su tiempo; unas por no saber cómo ocuparlo, otras por haberse triplicado sus demandas en el régimen home office.
¿Y qué decir de la sensación de impotencia de quien ni siquiera puede velar y sepultar a sus seres queridos que se fueron inesperadamente, sin siquiera decir adiós? No son tan solo los pulmones los que duelen por causa de la COVID-19; el dolor es mucho más amplio, intenso y grave de lo que se imagina. Más que falta de aire, faltan motivos para respirar.
¿Volveremos a la normalidad?
Cuando el virus sea “extinguido”, ¿todo volverá a ser como antes? La respuesta, aunque obvia, aún es negada por muchos: ¡no, nada volverá a su estado anterior! Es imposible pasar por una pandemia y permanecer de la misma manera. Incluso con los establecimientos reabiertos, escuelas y universidades llenas de alumnos, templos realizando sus cultos, todo eso estará readaptado y limitado, buscando la seguridad pública. Y en las mentes que testificaron lo peor de esta guerra aun estarán registradas las pérdidas, ya sean materiales o afectivas.
No sorprende el aumento o empeoramiento de cuadros depresivos, de ansiedad, pánico y estrés frente a las incertidumbres en cuanto al futuro, resultantes de la crisis vivida. Y toda crisis exige una readaptación; el desarrollo de mecanismos de respuesta a la nueva realidad. Cuando el sujeto no consigue establecer una forma mínimamente saludable de responder a una situación crítica, esta quedará registrada en su memoria como un episodio traumático.
Señales de alerta
En psicología, un trauma es el malestar emocional relacionado con el recuerdo de algún evento del pasado. Sus efectos van desde miedo, angustia y preocupaciones exacerbadas a síntomas fisiológicos, como taquicardia, temblores, sudoración, alteración en el sueño y pérdida o aumento de peso. Pueden suceder, también, cambios de comportamiento, como el aislamiento severo y la dificultad para retomar algunas actividades de rutina. En situaciones más graves, es posible que haya invasiones visuales o sensitivas que traen al individuo la ilusión de estar reviviendo aquel momento de dolor.
Dentro de la clasificación de los trastornos mentales está el trastorno por estrés postraumático. Ya debes haber conocido a alguien que, después de presenciar o vivenciar una situación de extremo sufrimiento, violencia, un accidente o incluso una muerte, pasó a aislarse, a ser introvertida, llorar constantemente, sentir miedos, tener recuerdos involuntarios del evento, o incluso olvidar informaciones importantes acerca de aquel. También es común que la persona se culpe por lo sucedido e intente remediarlo para disminuir su dolor y el de los demás involucrados. El cuadro del estrés postraumático suele aparecer en los días subsiguientes al hecho y durar cerca de seis meses, y demanda ayuda especializada. Es algo bastante esperable en la realidad de la pospandemia.
Creciendo con el dolor
A pesar del dolor, es en los momentos de mayor sacudón emocional cuando el sujeto se desarrolla de manera más significativa. Para el psicoanalista alemán Erik Erickson, ese es el momento crucial en el que la persona necesita buscar puntos de equilibrio que le posibiliten crecer, o llegará a un estado de vulnerabilidad y enfermedad que requiere mayores cuidados. No se trata de una elección consciente e intencional, sino que es el resultado del estado mental del individuo y de cómo este enfrenta la vida.
Pero, en términos prácticos, ¿qué actitudes y perspectivas podemos adoptar para crecer frente al sufrimiento? ¿Cómo lidiar con los traumas y resultados emocionales de un período como una pandemia, por ejemplo? Veamos algunas alternativas:
1. Reconocer los síntomas
Negar el sufrimiento o las señales de la enfermedad es una manera infructífera de enfrentar la situación. Es preciso entender que ese estado no presupone debilidad, sino una fragilidad completamente natural frente a situaciones tan difíciles. Nadie está preparado para la crisis, por lo tanto, no se puede esperar afrontar algo no común de manera ordinaria.
2. Buscar ayuda
Nadie puede entender mejor la proporción del sufrimiento que la mente que lo abriga. Tú conoces tu dolor y tus límites, y necesitas identificar cuándo tu cuerpo te da señales de que necesita cuidados. Y jamás debes clasificarte como débil por eso; entiende que eso es tan solo un estado y, por lo tanto, cambiable. Una mirada externa puede traer perspectivas y métodos para lidiar con la crisis que jamás pasaron por tu mente.
3. Aceptar las diferencias
En un momento como el actual, de transición de valores y adaptación de la normalidad, es posible madurar adquiriendo nuevos conocimientos y habilidades, o desarrollar síntomas que lleven a una vulnerabilidad emocional. No te compares con los demás; las personas sobreviven a la misma crisis de maneras distintas. Generalizar el dolor es anular las singularidades.
4. Comprender el papel didáctico del tiempo
El desarrollo del niño está caracterizado por etapas; hay un tiempo ideal para cada tipo de aprendizaje, pues él tendrá vivencias y madurez para absorberlo. De la misma manera, el adulto necesita entender que es necesario tiempo para extender sus límites y alcanzar los resultados de un período vivido. La paciencia de poner los eventos en su debida etapa traerá una mayor comprensión de las actitudes a tomar y de los recuerdos a trabajar. Algunos ciclos se cierran, otros se abren, algunos regresan y otros necesitan ser abandonados. ¡Forma parte!
5. Renovar las expectativas
Pensar en el futuro con las mismas expectativas del pasado, olvidándose de que una pandemia interceptó nuestro flujo, es una ilusión. Sí, el año 2020 dejará marcas en la historia de cada uno de nosotros. ¡Jamás seremos los mismos! Planifica el futuro a partir de la nueva realidad; desarrolla nuevos métodos y una nueva rutina. Crea expectativas a partir de en quién te transformaste después de vivir todo eso, entendiendo tus dolores, aceptando tus marcas y cuidando tus miedos.
6. Ejercitar la fe
Cuando todo se escape de control, o incluso cuando te sientas cansada de luchar, busca refugio en el regazo de Aquel que tiene el dominio sobre todas las cosas. Dios no te privará de vivir el sufrimiento, pero te dará el consuelo y las fuerzas necesarias para enfrentarlo. La fe no es un estado de inercia y comodidad, sino una manera de enfrentamiento. Lucha con tus manos, pero en el regazo divino.
Y recuerda: nada volverá a ser como antes. ¡Ya no somos los mismos que hace unos segundos!
Taína Marques es psicóloga, especialista en Salud Mental.
Este artículo fue publicado originalmente en la Revista AFAM de Julio - Septiembre de 2020.