El descubrimiento de un antídoto
El culto familiar es una manifestación de la adoración a Dios.
Un día, Dios llamó a Abram, un hombre que vivía en Ur de los Caldeos. La región estaba inmersa en la filosofía babilónica, y tenía como base la exaltación del hombre en el lugar de la adoración a Dios (Génesis 11:4). Esa herencia fue dejada por los constructores de la torre de Babel para todas las generaciones humanas. Pero Dios necesitaba darle a la humanidad un antídoto para esa filosofía satánica, y lo hizo por medio de Abram.
Es interesante notar que lo que los constructores de la torre de Babel anhelaban (que su nombre fuera famoso) fue lo que Dios le prometió a Abram si él aceptaba el llamado divino: engrandecer su nombre (Génesis 12:2).
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¿Qué tenía que hacer Abram para que el antídoto divino contra la filosofía babilónica fuera una bendición de generación en generación? Génesis 12:7 nos da la respuesta: Abram tendría que construir altares al Señor.
Parece paradójico: Génesis 11 presenta la construcción de una torre y la búsqueda humana de la fama. Génesis 12 presenta la construcción de un altar y el ofrecimiento divino de engrandecer al hombre.
¿Quién es recordado y engrandecido hoy: los constructores de la torre (una gran obra de la sabiduría humana) o Abram, el constructor de altares (una obra simple en términos de complejidad arquitectónica)? No hay ruinas de la torre para que las podamos visitar, no hay un museo en homenaje a los constructores de ella, no hay un busto para recordar a su arquitecto. Pero Abram, a quien luego se le cambió el nombre cuando aceptó el pacto con Dios (Génesis 17), es reivindicado como padre por las tres principales religiones monoteístas del mundo: el judaísmo, el cristianismo y el islamismo.
Dios cumplió lo que prometió. Engrandeció el nombre de Abram, a pesar de haber construido algo aparentemente insignificante, pequeños altares, comparados con la grandeza del rascacielos erigido en Babel. ¿Cuál es la diferencia? La torre atraía los focos hacia el hombre, los altares atraían los focos hacia Dios.
Altar al Señor
El Señor nos invita hoy a ser constructores de altares. En el libro Patriarcas y profetas leemos: “Al igual que los patriarcas de la antigüedad, los que profesan amar a Dios deben levantar un altar al Señor en todo lugar que se establezcan” (p. 123).[1]
Una de las formas más eficaces de erigir el altar del Señor en el seno de nuestro hogar es el culto familiar, factor neutralizador de la filosofía babilónica en nuestros días. Esta estrategia de Satanás perdurará hasta el fin de la historia, cuando Jesús venga por segunda vez a la Tierra, como lo aclara el libro de Apocalipsis.
En el libro Redescobrindo o Tesouro Perdido do Culto Familiar (Redescubriendo el tesoro perdido del culto familiar)[2], constatamos que estamos ante un gran desafío: solo el 12,6% de las familias cristianas realizan el culto familiar todos los días.
Sobre esa problemática, la escritora Elena de White comenta que “en esta época tan peligrosa, algunos de los que se llaman cristianos no celebran el culto de familia. No honran a Dios en su casa, ni enseñan a sus hijos a amarle y temerle. Muchos se han alejado a tal punto de Dios que se sienten condenados cuando se presentan delante de él” (Conducción del niño, p. 489).[3]
El gran predicador Jonathan Edwards exhortó a los padres, en cierta ocasión, diciendo: “Fatíguense en enseñar, aconsejar y orientar a sus hijos; críenlos en la disciplina y en la amonestación del Señor; comiencen desde temprano cuando todavía hay oportunidad”. Esa es prácticamente una paráfrasis de las palabras contenidas en Deuteronomio 6:6-9.
Nuestra responsabilidad, especialmente como padres, es tremenda. Después de todo, como afirma Neil Postman, “los hijos son mensajes vivos que enviamos a un tiempo que no vemos”.
Referencias:
[1] Patriarcas y profetas, p. 123.
[2] MARCELINO, J. Redescobrindo o Tesouro do Culto Familiar. São José dos Campos: Fiel, 2004.
[3] Conducción del niño, p. 489.