Un cristiano (no) tiene vacaciones y feriados
Todo y cualquier momento puede ser una oportunidad para hacer la diferencia en la vida de alguien.
Estamos cumpliendo casi dos años desde que volvimos a Egipto, después de haber vivido aquí durante otros 18 meses. Hace algunas semanas, tuvimos la oportunidad de conocer uno de los lugares más bellos y exóticos del país durante un feriado largo: el Oasis de Siwa, el más lejano del Cairo en dirección al inmenso desierto de Sahara.
La idea inicial era ir en carro, en una travesía de 12 horas desierto adentro. Pero investigando un poco más sobre el lugar, la aventura con nuestra pequeña de tres años nos pareció mejor hacerla con un grupo de turistas locales (nos dimos cuenta de eso tres días antes del viaje). Había varios paquetes disponibles en línea y encontramos uno muy bueno, pero el anuncio decía que las reservas habían cerrado hacía diez días. Decidí llamar y salió bien.
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Después de cinco años de funcionamiento, la pequeña agencia de turismo local cerró un paquete para sus primeros turistas extranjeros. Fuimos mi esposo y yo, Duda y dos amigas argentinas entre otros 13 egipcios. Éramos los únicos cristianos en el ómnibus.
Yo estaba muy ansiosa por saber cómo serían esos cinco días entre ellos. Pocos minutos después, nos acomodamos en nuestros asientos, llegó otro matrimonio acompañado por un niño de dos años. Mis ojos brillaron. ¡Qué sorpresa buena! Yo pensaba que nosotros seríamos los únicos en llevar una niña de tres años a ese destino rústico.
Prueba desafiadora
En ese momento, agradecí a Dios y de allí en adelante recibimos muchas confirmaciones de que el viaje, de la manera en la que sucedió, había estado en sus planes mucho antes de estar en los nuestros. El itinerario fue preparado con varios momentos para sentarnos juntos y conversar, intercambiar ideas, conocernos mejor y visitar lugares increíbles.
Como es un pueblo muy alegre, la música egipcia siempre estaba sonando a lo largo de los trayectos. Pero el sábado nadie pidió encender la radio o usar el celular con música fuerte para que todo el mundo escuchara. Al final del día, nos emocionamos al recordar esto mientras cantábamos alabanzas a la orilla de la playa durante nuestro culto de puesta de sol.
Duda y su pequeño amiguito se divertían bastante, y también pelearon mucho cuando el asunto era compartir los juguetes. En uno de esos momentos, el niño le mordió el rostro de nuestra pequeña con fuerza. Las marcas de los dientes quedaron, y el rostro permaneció hinchado y rojizo por varios días. En un segundo de distracción de los padres, el niño reaccionó de esa forma cuando Duda le sacó el carrito que él no quería prestar. No sé qué reacción esperaban de mí los padres cuando corrí para socorrer a mi hija que gritaba.
Esperé a que se calmara y le pedí que contara lo que había sucedido y ella misma explicó que fue porque le sacó el carrito de las manos al niño. Los padres, desconsolados, pedían mil disculpas y el pequeño también vino a disculparse luego, cuando pasó el susto y él logró entender mejor la situación. Todo volvió a la normalidad. Aceptamos el pedido de disculpas, claro, y Duda también reconoció que había actuado mal. Yo le dije a la madre afligida que todo estaba bien.
Reacción a reacciones
El episodio sucedió en medio del paseo. Los niños aun así jugaron mucho y el viaje siguió tranquilo y maravilloso. Acordamos fijar nuevos encuentros cuando regresáramos a El Cairo, pero mi mayor sorpresa fue el mensaje que recibí de esa joven madre tres días después de volver a casa:
“Ana, solo me gustaría decirle cuánto nos han impresionado usted y Marcos. Ese viaje no podría haber sido así (tan bueno) sin ustedes. Nosotros tuvimos la oportunidad de ver un poco más de Egipto a través de los ojos de ustedes. Yo creo que nunca más viviremos de la misma manera por aquí. Agradezco mucho por motivarnos a usar más la expresión ‘está todo bien’. Nosotros estamos acostumbrados a vivir una vida muy dura y vivimos exhaustos mentalmente por la forma en la que funciona la vida aquí con nuestras familias. Estamos intentando cambiar la manera en la que reaccionamos a esa realidad y ustedes nos ayudaron mucho realmente. ¡Muchas gracias! Generalmente yo me pongo muy nerviosa cuando mi hijo está inquieto, pero ahora aprendí a decir también que ‘está todo bien’”.
Con lágrimas le agradecí a Dios una vez más por poder ver el cambio diario que él ha hecho en mi corazón de piedra para servirlo; por el privilegio de vivir experiencias humanas con sus ojos. Son evidencias de nuestra caminata difícil, pero en la dirección correcta: rumbo al Cielo. Mi deseo es que usted y yo podamos vivir de tal forma que nuestros gestos más simples testifiquen del amor de Dios dondequiera que estemos y por dondequiera que vayamos. Ese amor transforma vidas.