Daniel 2 y la misión de Dios en la historia
La interpretación del sueño del rey de Babilonia, registrada en Daniel 2, habla sobre manifestación absoluta de la verdad en su esencia.
Como señala Collins, son pocos los libros que han influenciado tanto la historia de Occidente como lo hizo el libro de Daniel.[1] Evidentemente, se debe tanto a su belleza como a la riqueza y desafíos literarios, pero también a su alcance profético. El contenido del libro es del todo cautivante y atrapante, marcado por narraciones y profecías y, en algunos momentos, la combinación de estos géneros en episodios específicos como es el caso del capítulo 2. Incluso en un primer contacto, es común que el lector de la Biblia sea atraído por la habilidosa combinación que existe entre el drama narrativo y el sueño apocalíptico en el texto referido.
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La naturaleza de la profecía bíblica
Este artículo pretende destacar los medios de la revelación de Dios a Nabucodonosor, el monarca pagano. O sea, pretende analizar el fenómeno del sueño profético y la forma de su lenguaje a fin de destacar la intención de salvación divina en relación al referido rey. Se presentarán informaciones que demostrarán que el ambiente de la revelación le era familiar al monarca y que de esta manera señalan el objetivo esencial de Dios hacia Nabucodonosor, su público destinatario en primera instancia, y de manera semejante a las generaciones que vendrían después de él.
El contexto del sueño
El contenido del capítulo como un todo fue provocado por un sueño comunicado a Nabucodonosor. La agitación inicial evidencia el carácter de cómo se consideraban los sueños en cuanto a comunicaciones de los dioses en la cultura antigua. Se sabe que los babilonios y egipcios los registraban habitualmente en los llamados libros de los sueños,[2] estos ya agregados con algunas indicaciones interpretativas.
Al combinar las informaciones referidas al sueño en Daniel 2, vemos que este fue un sueño que ocurrió por lo menos dos veces durante la misma noche.[3] Los versículos 1 y 2 informan el sueño en las formas singular y plural, mientras que en el versículo 29 sugiere el sueño como algo de una ocasión, o sea, mientras el rey estaba en su lecho. El hecho de la exigencia de Nabucodonosor en relación a la revelación y el significado del sueño muestra la impresión de mal presagio que este provocó en su mente. Por lo tanto, el cuadro como un todo presuponía tanto la participación como la insustituible necesidad de las divinidades para la resolución del hecho ocurrido.
Se presenta a Daniel ante Nabucodonosor y comienza a hacer la exposición del sueño enigmático de una estatua compuesta por varios metales. La imagen es alcanzada en sus pies de manera fulminante por una roca, la que a su vez se transforma en una montaña que ocupa toda la tierra. Según Festugiére, el uso de una estatua para predecir el destino de una nación era algo natural principalmente en Egipto[4], lo que implica que Nabucodonosor ya estaba familiarizado con este tipo de información. Eso hace más significativa la observación “di el sueño a tus siervos, y te mostraremos la interpretación”. Una exigencia tal sugiere que él recordaba parte del sueño, pero no lo suficiente para una comprensión clara del sentido, y también su recelo al mencionar sus débiles recuerdos de recibir una interpretación engañosa y conspiradora por parte de sus intérpretes, de acuerdo al versículo 9.
La interpretación del sueño y sus implicaciones actuales
A la exposición del sueño por parte de Daniel le siguió la interpretación. El contenido, por lo tanto, fue usado para describir la historia del mundo en una sucesión de reinos. Esos reinos, finalmente serán totalmente destruidos y sustituidos por un reino de origen celestial que jamás pasará. El contenido elabora una exposición e interpretación profética de la historia desde los días de Daniel hasta el establecimiento del reino de Dios en la segunda venida de Jesús. De esta forma, los metales se suceden en cumplimiento de la historia en una secuencia de los imperios: Babilonia, Medo Persia, Grecia y Roma. Esta es una propuesta tradicionalmente dada por intérpretes judíos[5], rabinos y padres apostólicos[6]. Y de la misma forma, la interpretación fue en la reforma protestante[7]como, también ha sido la de teólogos adventistas y otros conservadores[8].
Algo digno de destacar es el concepto de presentar la historia en los términos de los cuatro imperios o eras. Esto constituía una práctica familiar en las literaturas clásicas y antiguas. En este segmento, es interesante notar la similitud de la distribución de los metales que se encuentra en Daniel 2 y la que se registra en Erga kaí Hemérai [“Los trabajos y los días”], un poema épico de Hesíodo, escritor griego, datado del siglo VIII a.C. En él se señalan cinco eras, cuatro de ellas son representadas por el oro, la plata, el bronce y el hierro[9]. Desde lo acadiano podemos encontrar la llamada Profecía Dinástica[10] material, que predomina del segundo al tercer siglo a.C. En ella se presenta la disposición de la historia como regida por cuatro reinos sucesivos: Asiria, Babilonia, Persia y Grecia.
Entre otros ejemplos, podemos mencionar los Oráculos Sibilinos (4:49-104), los cuales se remontan probablemente al segundo siglo a.C. donde se encuentra una propuesta semejante de cuatro imperios, los asirios, los medios, los persas y macedonios. Refiriéndose al ambiente cultural que giraba en torno de Nabucodonosor, también se puede reflexionar sobre el elemento de la gran piedra que impacta en los pies de la estatua destruyéndola completamente. Es posible que el rey haya entendido esto como una realidad semejante a lo que se encuentra en el épico de Gilgamés.
En este material, en un momento dado, se informa la venida de Enkidu representado como un meteoro. Sin embargo, aterriza en los pies de Gilgamés y se convierte en un compañero de regencia. Solo que la manifestación de la roca en el sueño de Nabucodonosor no venía para sugerir regencia conjunta, sino el establecimiento de un reinado independiente y eterno.
Aunque Nabucodonosor había reaccionado de manera inmediatamente favorable a Daniel, al final del capítulo 2 se establece un desafío al reino de Babilonia porque el reino pasaría, según lo expuso el profeta de Dios. Como algunos han señalado, el monarca babilónico pudo haber alimentado su ego y expectativas y reaccionado en contra de esta revelación, basado además en la Profecía de Uruk. La profecía habla de un rey sabio y justo que sucedería a cuatro administraciones lamentables y sería un rey favorable a Uruk levantando de vuelta la estatua de Istar que se encontraba en Babilonia. Este rey sería un hijo cuyo reinado se establecería para siempre y ese hijo ha sido visto como Nabucodonosor.[11]
Ese conocimiento pudo haber motivado a Nabucodonosor a reaccionar en oposición a lo revelado por Dios es una posibilidad considerable. De cualquier modo, su reacción contraria a lo revelado en el sueño es notoria en el capítulo 3, al levantar una estatua hecha completamente de oro, ya que ese era el metal referido a su reino en el sueño. La reacción es obvia, Babilonia no sería solo la cabeza, sino también todo el cuerpo.
Reconocer la soberanía de Dios, o no
Estos datos revelan de modo claro versiones paralelas a la que presente el profeta Daniel en su libro, versiones a las que el pueblo pagano se apegaba como verdades. Por lo tanto a Nabucodonosor le tendría que elegir entre las creencias y culturas paganas comunes de sus días, o reconocer la soberanía del Dios de Daniel. La forma en la que la revelación llega a Nabucodonosor demuestra a un Dios que se acerca al ser humano en su propio ambiente, y lo hace ávidamente intentando alcanzarlo.
El sueño de Daniel 2 no apela solo a Nabucodonosor por una posición decisiva de fe a la revelación del Dios de la Biblia, sino a todo aquel que independiente de su época se enfrenta con esta revelación. De este modo, el contenido bíblico, incluso el de carácter apocalíptico, como es el caso de Daniel 2, revela la naturaleza salvífica y de defensa de su mensaje, su contenido constituye la presentación no de una opción de la verdad al lado de tantas otras, sino de la manifestación absoluta de la verdad en su esencia, realidad que se revela infalible a lo largo de la historia.
Referencias:
[1] Collins, John Joseph, Peter W. Flint, and Cameron VanEpps. The Book of Daniel: Composition and Reception. Vol. 1. Leiden: Brill, 2002.
[2] Walton, John, Mark W. Chavalas, and Victor Harold Matthews. Old Testament. Leicester: Inter-Varsity, 2000.
[3] Doukhan, Jacques. Secrets of Daniel: Wisdom and Dreams of a Jewish Prince in Exile. Hagerstown, MD: Review and Herald Pub. Association, 2000.
[4] André J. Festugière, La révélation d’Hermès Trismégiste (Paris, 11950), t. 1. pág. 92-93.
[5] Josefo (Antiquites X. 208-10 ); 4 Esdras 11:1-35; 12:1-30; 2 Baruc 39:3-7.
[6] Irineu, Against Heresies, libro 5, cap. 26, en ANF, 1:553-55; Holbrook, Frank B. Symposium on Daniel: Introductory and Exegetical Studies. Washington, D.C: Biblical Research Institute, 1986.
[7] LeRoy Edwin Froom, The Prophetic Ftíith of Our Fathers vol. 2, (Washington, DC, 1940): p.267-68
[8] Joyce Balwin, Daniel (Downer’s Grove, IL, 1978), p. 93; John Walvoord, Daniel (Chicago, 1971), p. 76; y Leon Wood, Daniel (Grand Rapids, 1973), p. 74.
[9] Hesíodo (os trabalhos e os Dias pág. 109-180)
[10] Edição com comentários por A. K. Grayson, Babylonian Historical-Literary Texts, Toronto Semitical Texts and Studies 3, Toronto 1975.
[11] Walton, John, Mark W. Chavalas, and Victor Harold Matthews. Old Testament. Leicester: Inter-Varsity, 2000.