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El pomelo toronja y la paradoja autorreferencial

Como una simple fruta nos ayuda a desvelar uno de los mayores dilemas de la existencia humana: su origen.


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Por Clifford Goldstein

Un simple pomelo trajo al autor una importante reflexión sobre uno de los mayores dilemas de la existencia humana: su origen. (Foto: Shutterstock)

A veces hago una oración por mi comida tan de memoria que una aplicación para iPhone podría hacerla por mí. A veces. Otras veces la comida puede incitarme a una ensoñación tan exagerada que mi esposa (la única persona frente a la cual lo haría) se debe preguntar con quién se casó.

Hace poco, la mitad de un pomelo expuesto en un plato desencadenó en mí espasmos de éxtasis teleológico. Los colores, el olor, la textura, las formas (una docena de triángulos parecidos a isósceles que convergían en el centro mientras que por el otro extremo los rodeaba lo que parecía un círculo perfecto), todo empapado en un líquido que relucía con esquirlas de luz. ¡Por favor! Como si el pomelo hubiera gritado: “¡Dios te ama, Goldstein!”, no me podría haber hablado sin menos dudas del amor divino que de la forma en que lo hizo ese pedazo de citrus cortado por la mitad en el plato que estaba frente a mí.

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Sí, dos más dos por necesidad exige que sea igual a cuatro, pero, ¿qué necesidad exige un pomelo? ¿Un paquete independiente de fruta, semilla y cáscara que cuelga de una vara de madera incomestible? Estamos tan acostumbrados a este fenómeno (y a otros como éste), que no queremos entender este milagro arrasador. G. K. Chesterton escribió: “Hablaban como si el hecho de que un árbol dé frutas fuera tan inevitable como el hecho de que dos árboles más un árbol es igual a tres. Pero no es así”.

Esta fruta no tiene nada de inevitable, nada de necesario. Todo al respecto, todo, yace en una congruencia inverosímil que nuestra mente, incluso cuando va a cuestas de supercomputadoras refrigeradas con aires, solo puede acercarse a los bordes y las sombras, especialmente cuando se trata de sus orígenes. ¿Y la mejor explicación de la ciencia es que el pomelo, a lo largo de siglos de selección natural y mutación aleatoria, se abrió a ciegas su paso a la supervivencia?

¡Oh, por favor, eso es demasiado!

En fin, cuando me estaba calmando lo suficiente para, finalmente, comenzar a comerlo, otra cosa me activó aún más: la semilla. Comencé a pelarlo y descubrí solo una cosa blanca hasta el fondo. ¿Se supone que crea que si alguien pone esta cosa blanca en la tierra (¡en tierra!), agrega agua y luz solar, entonces qué? ¿Un tronco de madera incomestible producirá vara tras vara de madera incomestible de las cuales cuelgan numerosos conjuntos independientes de fruta, semilla (cosa blanca) y cáscara? ¿Y que esta cosa blanca recién creada, mezclada con tierra, agua y luz solar creará otro tronco de madera incomestible del que brotarán más varas de madera incomestible de la cual cuelgan más conjuntos independientes de fruta, semilla y cáscara? ¿Un número potencialmente infinito de conjuntos independientes de fruta, semilla y cáscara de un poquito de esa cosa blanca? Si no lo hubiéramos visto por nuestra propia cuenta, ¿por qué lo creeríamos?

No importa cuán inverosímil, hasta milagroso sea, nada es lógico aquí. Donde la lógica se estrella y se quema, es en los orígenes. ¿Cómo apareció la primera semilla sin el pomelo? ¿Cómo apareció el primer pomelo sin la semilla? Es la versión vegana del dilema del huevo y la gallina. Al igual que la Relatividad General se deshace en el centro de un agujero negro, o que la física clásica se desarma en el ámbito cuántico, lo que tenemos aquí, literalmente creciendo en los árboles, es paralelo a la paradoja autorreferencial, donde la lógica misma pierde las amarras.

¿Qué quiero decir?

Tome la frase: “Esta frase es falsa”. Si lo que dice de sí misma es cierto, entonces, bueno, como dice de sí misma, “Esta frase es falsa”. Pero, ¿cómo puede la frase ser verdadera y falsa simultáneamente? Sin embargo, si lo que dice de sí misma es falso, entonces la frase “Esta frase es falsa” debe de ser verdadera (si es falso que es falsa, entonces debe ser verdadera). Pero, ¿cómo puede la frase ser falsa y verdadera simultáneamente?

La paradoja autorreferencial me recuerda el dilema del pomelo y la semilla. ¿Qué surgió primero: la semilla de la cual emergió el pomelo, o el pomelo del cual emergió la semilla? ¿Cómo puede ser la una o la otra?

No puede porque no es así. El dilema no es una cuestión física sino retórica. La paradoja no está en el pomelo o en su semilla sino en la pregunta sobre el pomelo y su semilla, que presupone que una precedió a la otra. Pero, según la Biblia, eso no es lo que sucedió. “Y dijo Dios: —¡Que la tierra se cubra de vegetación; que esta produzca plantas con semilla, y árboles que den fruto con semilla, cada uno según su especie! Y así sucedió” (Génesis 1:11, BLP).

No es de extrañar que no pudiéramos resolver el problema de cuál surgió primero porque no fue ninguna. Fueron creadas al mismo tiempo, la única opción lógica. Dios creó el pomelo “con semilla”. ¡Listo! Con ese único texto la paradoja está resuelta y lo que parecía un misterio insondable se vuelve obviamente simple.

Al mirar fijo el pomelo, con todo el diseño y la belleza flagrantes en mi cara, con la semilla ‘según su especie’ protegida adentro (de la cosa blanca), por un momento el Edén pareció tan real, tan cercano, un bocadito del paraíso previo a la caída en mi plato; y vi más confirmación no solo del amor de Dios por mí sino de por qué yo debo corresponder su amor, o como se nos dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Deuteronomio 6:5, BLP). ¿Cómo podríamos evitarlo?

Todo esto antes de que comiera el primer bocado.