Huérfanos de la pandemia: ¿quiénes son los niños que quedaron tras la muerte de los padres?
Los números muestran que miles de niños y adolescentes perdieron a la madre, al padre, o a ambos como consecuencia de la enfermedad pandémica.
Desde marzo del 2020, el mundo viene llorando la muerte de miles de personas que fueron víctimas del COVID-19. En el afán (y necesidad) de encontrar un antídoto para el virus, no hubo tiempo para pensar en los que quedan.
En este caso, los hijos menores de edad de adultos que murieron y los tutores que, de pronto, se ven en la responsabilidad de asumir la custodia de esos niños.
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Uno de los hijos de esa tragedia es Lucas (nombre ficticio). Él nació el 1° de enero de 2021, después de un embarazo de riesgo y con pocas posibilidades. Su madre, Elcyane de Andrade, en ese momento con 36 años, tenía una serie de factores de riesgo, incluyendo una enfermedad autoinmune.
El niño fue la realización de un sueño para esa familia. Sin embargo, fue interrumpido por una tragedia. Poco después del parto, los primeros síntomas gripales comenzaron a manifestarse. En ese momento, muy poco se sabía sobre el COVID-19 y los hospitales en Amazonas carecían de lo básico: oxígeno.
Con eso en mente y confiando que pronto pasaría, ella decidió quedarse en casa. En el mismo periodo, su madre, Ana María Leandro da Silva, también comenzó a presentar síntomas. A pesar de estar en la misma casa, decidieron aislarse. El cuadro de salud de Ana María, así como el de Elcyane, solo empeoraba. En otro municipio, el marido de Elcyane y padre de Lucas, Antônio de Andrade, también había sido infectado. Los síntomas del COVID-19 se estaban agravando.
Un escenario peor
Incluso con todo ese contexto, la familia no imaginaba que el peor escenario estaba pronto a ocurrir. El sábado 9 de enero, la familia recibió la noticia de que Antônio necesitaría ser internado. Más tarde, ese mismo día, Elcyane necesitó ser llevada al hospital. El municipio de Iranduba, a unos 20 kilómetros de Manaos, no tenía oxígeno.
La familia siguió, entonces, a la capital de Amazonas en busca de atención médica. En otro hospital, dejaron a Elcyane acompañada de su padre y volvieron para buscar a Ana María. Incluso antes que llegaran a la casa, llegó la noticia del fallecimiento de Elcyane.
Pero la situación no permitía que ellos llorasen su luto. Llevaron rápidamente a Ana María al hospital de Iranduba, ahora ya reabastecido con los cilindros de oxígeno, y ella fue internada.
Patricia de Souza, hermana menor de Elcyane e hija de Ana María, solo podía pensar: “Mi madre necesita volver. Ese bebé ya no tiene madre, necesita a la abuela”. Infelizmente, el deseo no fue atendido.
Todavía dentro de las puertas del cementerio, el día 10 de enero, llegó la noticia de que Ana María no había resistido. Se desplomaron. Padre, hermanas, amigos y familiares. No parecía real tamaña tragedia. “Era un llanto desconsolado, era algo devastador”, cuenta Patricia, hermana de Elcyane, sobre la reacción de Alessandra, la hermana del medio.
El 18 de enero, Lucas entró en la estadística y se volvió un huérfano más del COVID-19. Antônio falleció sin saber que había perdido a su esposa y a su suegra. Solo conoció a su hijo el día de su nacimiento y poco después se separó de la familia.
Números trágicos
Un estudio publicado en la revista científica The Lancet, el día 20 de julio de 2021, expone una realidad devastadora. Solamente en Brasil, entre marzo de 2020 y abril de 2021, 113 mil menores de edad brasileños perdieron al padre, a la madre, o a ambos como consecuencia de la infección por el nuevo coronavirus.
Cuando extendemos el análisis a los cuidadores como abuelos y abuelas, ese número llega a 130 mil niños y adolescentes. En el mundo, los huérfanos ya son más de 1,5 millones. Sin embargo, el sistema aún no es capaz de identificar y prestar la atención necesaria a esas familias.
El mismo estudio también señala los números en Argentina: más de 13 mil niños perdieron al padre, la madre, o ambos. En Perú, de acuerdo con el periódico Ojo Público, son cerca de 10 mil huérfanos. En ese país, el Gobierno Federal instituyó que ellos recibieran una pensión. La distribución es coordinada por el Programa Integral Nacional para el Bienestar Familiar. A pesar de eso, el número de beneficiarios todavía es muy bajo, si se lo compara con quienes solicitaron el beneficio.
En la mayor parte de los casos, esos niños pasan a estar bajo la tutela de un pariente cercano. Patricia asumió los cuidados de su sobrino. Pero esa no fue una decisión simple. “Oré mucho y pedí una respuesta de Dios”, dice ella. La respuesta llegó, pero ella tuvo que dejar su casa, la carrera que construía y otros sueños para asumir ese papel maternal. Ahora todos viven en la casa del abuelo que perdió a su esposa y a su hija en menos de 24 horas.
El problema es todavía más grave cuando hablamos de la pérdida de ingresos y sustento causada por esas muertes. Cuando las familias no están listas financieramente (y emocionalmente) para recibir esa responsabilidad, el Estado necesita intervenir.
Proyectos de ley
Se tramita en la Cámara de diputados y en el Senado Federal de Brasil un proyecto de ley que pretende ofrecer una ayuda financiera a esos individuos, pero que todavía no entró en vigor en el ámbito nacional. Algunos estados, como Maranhão, ya ofrecen ese beneficio.
Por otro lado, los niños que no pueden ser cuidados por su familia extendida son ubicados en hogares de acogida como SAICA (Servicio de Acogida Institucional para Niños y Adolescentes, según su sigla en portugués), en Pouso Alegre, región en el sur de Minas Gerais, y mantenido por ADRA (Agencia Adventista de Desarrollo y Recursos Asistenciales).
Elisângela Rangel es asistente social de ADRA y explica que el primer paso es explicar a ese niño lo que ocurrió. Según ella, “la mayoría de las veces, el niño o adolescente no tiene noción de por qué está siendo acogido. Hacemos todo el proceso junto con la psicóloga para que el niño comprenda todo el contexto”.
La adaptación y la adopción por parte de nuevas familias también tienden a ser diferentes y a depender del grupo de edad del menor. “Cuando se trata de un niño de hasta 6 o 7 años, suele ser más fácil la adaptación y ubicación con una familia sustituta. En el caso de niños a partir de los 8 años, tenemos más dificultades”, explica Elisângela.
Eso ocurre porque la mayoría de las familias que se candidatean para adoptar a un niño, prefieren que sean bebés o niños pequeños. Aun así, el proceso es lento y, al final, puede ser que el menor prefiera continuar en la casa de acogida, que fue entendido como hogar, como elabora Elisângela.
Es posible que todavía haya muchos niños que no fueron contabilizados por el sistema y las consecuencias de esta trágica pandemia serán comprendidas y vividas en los próximos años.
Referencias
https://www.bbc.com/portuguese/brasil-57923377
https://www.thelancet.com/journals/lancet/article/PIIS0140-6736(21)01253-8/fulltext
https://ojo-publico.com/2680/abrazos-perdidos-los-ninos-huerfanos-por-la-pandemia