Reavivados por la fe
Por qué la confianza en Dios es tan necesaria para los seres humanos y qué hacer para desarrollarla.
El apóstol Pablo escribió que “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1). Un gran ejemplo de cómo podemos vivir de manera práctica esta fe lo vemos en la experiencia de Job. Aún cuando estaba sufriendo, después de desgracias extremas, todavía pudo decir: “Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo” (Job. 19:25).
Pero tal vez usted se pregunte: “¿Para qué y por qué necesito tener fe? y ¿cómo puedo desarrollarla?”
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¿Para qué sirve la fe?
La fe es necesaria para acercarnos al Padre, pues “Sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6). Por medio de esta aproximación, llegamos a ser “hijos de Dios”, y esto sucede “por la fe en Cristo Jesús” (Gálatas 3:26).
Además, cuando le pedimos una bendición a nuestro Padre, una de las condiciones básicas para recibirla es tener fe. “Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor” (Santiago 1:6, 7).
También la fe es la que nos da la victoria sobre tentaciones, dudas, deseos carnales, desesperación, pruebas, rebeliones, culpa, etc. “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe” (1 Juan 5:4). Ella nos capacita para defendernos de los peores males, como afirma Pablo: “Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno” (Efesios 6:16). Sobre eso, note el siguiente comentario:
“En los días del Nuevo Testamento, los dardos con frecuencia se hacían con estopa embebida en una sustancia combustible y entonces se los encendía; de modo que los escudos de madera necesitaban de una cobertura de cuero a fin de que el fuego se extinguiera rápidamente. Pablo sabía que ‘las trampas del diablo” incluían esos dardos inflamados, a saber, las lenguas de los hombres que actúan como flechas, las flechas de la impureza, del egoísmo, de la duda, del miedo, del desánimo que el enemigo planea con la intención de quemar y destruir. El apóstol sabía que solo depender de Dios por fe podría debelar y anular el efecto de tales armas cada vez que fueran tiradas hacia el cristiano” [1].
Pero, entre todas las finalidades de la fe, la mayor de ellas es “la salvación del alma” (1 Pedro 1:9). “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
¿Por qué tener fe?
Podemos enumerar las razones por las cuales necesitamos tener fe de la siguiente forma:
1) Porque es una necesidad básica del ser humano. Como Jesús mismo lo dijo: “Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos” (Mateo 9:12).
Como todos sufrimos de la enfermedad del pecado, necesitamos de la cura mediante la fe.
2) Porque “todo lo que no proviene de fe, es pecado” (Romanos 14:23).
3) Porque “todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23).
4) Porque necesitamos ser salvados del pecado. Pablo afirmó: "¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, pero con la carne a la ley del pecado” (Romanos 7:24, 25). “Pero Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo" {por gracia sois salvos} (Efesios 2:4, 5).
5) Porque es el único medio para alcanzar la gracia de la salvación. “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios” (Romanos 5:1, 2). “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8, 9).
La mayor necesidad del ser humano: es ser salvo en Jesús y alcanzar la vida eterna. Creer en esto es un acto de fe. Es confianza en Dios, o sea, la creencia de que él nos ama y sabe perfectamente lo que es mejor para nosotros.
¿Cómo desarrollar la fe?
El medio principal por el cual adquirimos fe es por el estudio la Palabra de Dios. “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10:17). ¿Quiere tener mucha fe? Sepa que usted la tendrá en la medida proporcional a cuanto estudia la Biblia.
La Biblia también enseña que, cuando tratamos de hacer la voluntad de Dios, nuestra fe aumenta. “¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras?” (Santiago 2:22).
Desafío
Se cuenta que un malabarista llamó la atención de un gran público al lograr atravesar una distancia increíble caminando sobre una cuerda a una altura mortal. Para aumentar el entusiasmo del público que lo observaba, preguntó si alguien creía que podría hacer el recorrido nuevamente, esta vez empujando un carrito de mano. Entusiasmados, todos gritaban: “Nosotros creemos, ¡usted lo logrará!”. Valorizando la confianza depositada por los espectadores, el malabarista enfrentó el desafío y venció. Luego preguntó si alguien creía que podría atravesarlo llevando en el carrito a una persona. Una señora, haciendo alarde de su fe, gritó: “No tengo duda; usted lo logrará, ¡adelante!" Mirándola fijamente el artista dijo: "Si usted cree que lo lograré, entre en el carrito”.
Jesús lo desafía a creer para recibir la salvación. Para eso, debe prestar oídos a su Palabra. Al aprender sobre la Biblia usted “entra en el carrito”. Estudie la Biblia, comenzando por Hebreos 11 y 12, y entre en la lista de esos héroes de la fe como alguien de quien el mundo “no es digno” (Hebreos 11:38).
Referencias
[1] FOULKES, Francis. Efesios: Introducción y comentario. São Paulo: Editora Mundo Cristiano, 1963, p. 145. (TL)