¿Quién obra la reforma?
Cuando nos sometemos a la influencia del Espíritu Santo, Dios cambia nuestro corazón.
Cuando comenzaron a seguir a Cristo, los discípulos eran piedras sin pulir. Durante el tiempo que trabajaron con Jesús en su ministerio, podemos ver que estaban en continuo desarrollo de la fe. Aunque la salvación es por la gracia (Efesios 2:8, 9), el desarrollo de la fe puede verse en la actitud de colaboración de muchos personajes bíblicos, como el hijo pródigo (Lucas 15:11-24) y el enfermo junto al estanque de Betesda (Juan 5:1-14).
Pero, al observar la vida de los apóstoles, podemos comparar sus actitudes religiosas antes de la cruz y después del Pentecostés. Ellos enfrentaron cada etapa del juego hasta alcanzar la madurez en la batalla de la búsqueda intensa del poder (Lucas 24:49).
Lea también:
Santiago y Juan, por ejemplo, eran vengativos (Lucas 9:51-56) y querían destruir a los samaritanos que se negaron a recibirlos, además de desear los mejores lugares al lado de Jesús en el reino de Dios (Mateo 20:20-28). Pero después de la muerte de Jesús, podemos ver grandes cambios producidos en Juan. Confiaba más en Cristo y también era más amoroso, obediente y humilde. Por lo que leemos de ese amado discípulo en 1 Juan 2:1-9, podemos aprender sobre qué significa seguir al Señor. Él comenzó a anunciar que Jesús había muerto para llevar salvación a las personas y a todo el mundo. O sea, después de pasar tanto tiempo con el maestro, Juan se volvió más semejante a él.
Las palabras de Pedro antes de la muerte de Jesús (Mateo 26:31-35) presentan presunción y precipitación. No lograba prever la reacción cobarde que tenía porque, además de no conocerse a sí mismo, había dejado de confiar en el poder divino. Pero vemos en su experiencia una realidad de lucha que existe en la vida del creyente. Él ya seguía a Jesús, pero su proceso de conversión todavía estaba lejos de finalizar (Lucas 22:31, 32).
Y mientras Pedro era presuntuoso, Tomás ejercía el tipo de incredulidad de “ver para creer”. Además de revelar esa posición de Tomás, el episodio de Juan 20:24-29 nos enseña que primero necesitamos creer en la Palabra de Dios y tener esperanza. Y Dios hará su parte en obrar sus maravillas en nosotros. Las batallas espirituales que los discípulos enfrentaron antes del Pentecostés deben inspirar en nosotros el deseo de buscar la victoria por medio del Espíritu Santo.
Entrega sin medida
Para realizar el proceso de reforma en mi vida, Dios necesita mi cooperación. Él respeta las elecciones que hacemos mientras el trabajo del Espíritu Santo obra en nosotros. Alguno puede pensar que, al decir “ocupaos en vuestra salvación” y “Dios es quien produce en vosotros” (Filipenses 2:12-14), Pablo se estaba contradiciendo. Pero lo que el apóstol parece enseñar es que, aunque la acción sea de Dios, nosotros debemos permitírsela. O sea, la acción divina se desarrollará en la proporción en que damos lugar para que esta se produzca. El comienzo de la salvación es al pie de la cruz, a través del perdón.
Sin embargo, la continuación de esa salvación transita por las vías del poder de la decisión humana y del poder de la actuación divina, por un camino de crecimiento espiritual, rumbo a la victoria del cristiano. El crecimiento en Cristo es parte del reavivamiento para la reforma.
Como materias primas en lapidación, estamos en un proceso de caminata espiritual con Cristo. La experiencia de la lluvia del Espíritu Santo en plenitud todavía está por venir. Necesitamos pensar en cómo nos sentiríamos en caso de que fuéramos Pedro y acabáramos de negar a nuestro Señor. Podrán existir momentos en que Jesús permitirá que nos sintamos avergonzados. Después de todo, no es difícil que tengamos características parecidas a las de Santiago, Juan y Tomás. Es ahí donde necesitamos entender que la reforma se realiza cuando aceptamos por la fe la victoria de Cristo como si fuera nuestra, y decidimos abandonar los comportamientos que no condicen con un cristiano. Y eso sucede cuando creemos, nos apegamos al poder del Espíritu Santo y decidimos entregarle la vida totalmente a él. Necesitamos los nuevos hábitos de los reavivados. Eso es dar lugar a que el Señor obre la reforma que debe ocurrir en nosotros.