¿Y cuando no “sentimos” el poder?
El auténtico reavivamiento y la verdadera reforma no están en una sensación de éxtasis momentáneo, sino en el impetuoso deseo de hacer la voluntad de Dios.
Hace ya dos años que una hermana pentecostal asiste a una de las iglesias que pastoreo. Ella ya recibió dos series completas de estudios bíblicos. Está suscrita a la lección de la Escuela Sabática y lee todas nuestras revistas. Comparte diariamente videos producidos por la Iglesia Adventista en sus redes sociales. Siempre responde los llamados, pero nunca se decidió por el bautismo. Su argumento para rechazar ese llamado es que en la iglesia pentecostal ella “siente el poder” que no logra sentir en la iglesia adventista. Aun así, un matrimonio muy firme de nuestra congregación sigue discipulándola en todas las áreas en las que pueden abrazarla.
Otra familia, por iniciativa propia apareció en otra de mis iglesias. El señor dijo que vinieron allí porque estaban aprendiendo muchas cosas con la TV Nuevo Tiempo; cosas que no les enseñaban en la iglesia pentecostal a la que asistían hacía años. La señora se mostró muy interesada en saber cómo podría ejercer todas las prácticas de la vida cristiana de forma correcta. Entonces, los invitamos a hacer todo eso más pleno siendo admitidos como miembros adventistas. Pronto el matrimonio y la hija se bautizaron, después de dos meses de estar completando una serie de estudios bíblicos, y comenzaron a practicar cada una de las cosas que aprendieron.
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¿Podemos ser diferentes?
Lea los textos bíblicos que siguen y observe al apóstol Pedro en tres situaciones distintas.
Primero, en Mateo 26:69-74 encontramos a un discípulo que, a pesar de estar siguiendo a Jesús, todavía no estaba convertido. Antes de aceptar el sacrificio de Cristo en la cruz del Calvario, Pedro demostraba no saber qué es estar con Jesús; negaba haber andado con él, juraba que no lo conocía y era arrogante, maldecía a cualquiera que afirmara lo contrario. Estaba perdido.
En un segundo momento, lo podemos ver en Juan 21:15-19 en una playa, reavivándose y reformándose. Después de haber contemplado al Maestro resucitado como el autor de la vida, afirmaba vehementemente su amor por Jesús y se comportaba de manera humilde al repetirlo. Entonces, recibió una misión.
Por último, en Hechos 5:28-32 podemos observar a un Pedro totalmente transformado. Después de haber experimentado el verdadero pentecostés, ese hombre ahora declaró con valentía su lealtad a Dios, daba testimonio de que había estado con Jesús y se puso de su lado. Parece listo a morir por su Maestro. Aquí está cumpliendo su propósito.
¿Qué fue lo que sucedió? De débil a fuerte, de inseguro a decidido, el discípulo vacío (el que antes estaba solo lleno de sí mismo), después de experimentar la plenitud del poder del Espíritu Santo en su vida, se volvió lleno de fe y obediencia. Era un creyente transformado. Ese es el tipo de reforma que produce el reavivamiento en la vida del cristiano que de verdad lo experimenta; una diferencia que tiene mucho sentido.
El reavivamiento auténtico
Es interesante observar la madurez de aquella familia que bauticé, que busca el verdadero fruto del reavivamiento: la obediencia. Eso se hace evidente en sus vidas transformadas sin ningún sentimentalismo. Mientras tanto, la hermana que mencioné al comienzo de este texto sigue esperando encontrar un supuesto avivamiento en sensaciones positivas. Ella puede hasta sentirse mejor cuando permite que el Espíritu Santo trabaje en su vida, pero la verdadera experiencia se encuentra en la fe para obedecer y en el valor para testificar.
El entusiasmo de Pedro recibió un baño de santificación, suficiente para que él no continuara queriendo las cosas a su manera, sino entregándose al control de Dios. Si usted quiere vivir la experiencia auténtica del reavivamiento y la verdadera reforma, debe entender que el poder que recibirá no es una descarga emocional, sino un impetuoso deseo de hacer la voluntad de Dios. Él no quiere que usted solo pase por un éxtasis sentimental; desea que su vida sea realmente diferente, más semejante a él.