Un abrazo al perdedor
“Al oír Labán las noticias acerca de su sobrino Jacob, salió a recibirlo y, entre abrazos y besos, lo llevó a su casa...” (Génesis 29:13, NVI). Lo confieso. En estos últimos días me atraparon los Juegos Olímpicos de invierno 2014, realizados en Sochi...
“Al oír Labán las noticias acerca de su sobrino Jacob, salió a recibirlo y, entre abrazos y besos, lo llevó a su casa...” (Génesis 29:13, NVI).
Lo confieso. En estos últimos días me atraparon los Juegos Olímpicos de invierno 2014, realizados en Sochi (Rusia) entre el 7 y el 22 de febrero. Tal vez porque las altas temperaturas de nuestro verano contrastan notablemente con frío clima ruso que impera esa ciudad ubicada a orillas del Mar Negro; o tal vez por lo poco acostumbrado que estoy a ver ese tipo de disciplinas olímpicas. No lo sé. Lo que sí sé es que el hockey sobre hielo, el esquí, el patinaje y el snowboard llamaron mi atención. Ni hablar del curling y del bobsleigh (con sus variantes como skeleton y el luge). Realmente, estos atletas tienen habilidades notables y precisiones increíbles.
Sin embargo, un hecho ocurrido el viernes 14 de febrero fue sumamente significativo. Es la emotiva historia del peruano Roberto Carcelén, de 43 años, quien compitió en la prueba de 15 km de esquí de fondo con dos costillas rotas.
En 2002, el amor llevó a Roberto a emigrar hasta la ciudad de Seattle, en Estados Unidos, para casarse con una mujer que había conocido por Internet. Fue ella quien le hizo ver las bondades del esquí, disciplina que Roberto abrazó con mucho fervor. Luego de entrenar duramente, participó en los Juegos Olímpicos de 2010, desarrollados en Vancouver, Canadá. Fue el primer peruano en formar parte de una cita olímpica invernal.
Para Sochi 2014, nuevamente obtuvo la clasificación. Él sabía que estos serían sus últimos Juegos Olímpicos, por eso tomó la decisión de correr igual la carrera aunque diez antes de la competición se quebró las costillas en Seefeld (Austria). A este grave problema, se le sumó una gripe.
Antes de la carrera expresó: "Voy a tardar como mínimo una hora y media, y como máximo dos horas. Cuando yo termine, todos habrán acabado, así que voy a quedar esquiando solo”.
Luego de la carrera declaró:
"Estoy muy satisfecho por haber terminado la prueba. Sentí mucho dolor en la carrera. Fue muy difícil. Pero ahora me siento muy feliz. Hacía calor, la nieve estaba muy resbaladiza. Pero el final ha sido fantástico. Algunas docenas de peruanos estaban aquí y me dieron inspiración. Fue la última prueba de mi carrera. Ahora quiero trabajar con niños, enseñarlos a esquiar y ayudarlos a entrar en unos Juegos".
Efectivamente, Roberto terminó la carrera en 1 hora, 6 minutos y 28 segundos. Ocupó el puesto número 87 pero superó a cinco atletas que no terminaron y quedó a once minutos del clasificado en el lugar 86, el nepalí Dachhiri Sherpa.
Sin embargo, algo que no estaba en los planes sucedió. Cuando Roberto cruzó la meta, el nepalí fue rápidamente a abrazarlo. Pero no se acercó solo. El suizo Dario Cologna, ganador de la carrera, también se llegó hasta él para abrazarlo.
Se me cayeron las lágrimas al ver a tres atletas profesionales repletos de emoción sobre la helada pista de Sochi. Porque este no fue un abrazo común. Era un abrazo que marcaba caballerosidad deportiva y que reforzaba el noble acto de la superación humana en una momento adverso.
Como Labán a Jacob, Dios quiere abrazarnos y llevarnos a casa. Este es un mundo helado y frio. Hay relaciones frías, personas frías, circunstancias frías... Tenemos costillas rotas, sueños rotos, esperanzas rotas...
Pero Dios corre y nos abraza. Nos dice tres palabras: “No te rindas”. Dos palabras: “Sigue adelante”. Una palabra: “Ánimo”. Tal vez no somos los mejores. Tal vez acumulamos un extenso palmarés de fracasos. Tal vez somos perdedores y nos hemos quedados muy atrás. Sí, el pecado siempre nos hace retrasar. Pero Dios nos rodea con sus brazos. Nos calma. Nos perdona. Nos cobija. Nos da nuevas oportunidades.
Lo que pasó en Sochi me hizo vislumbrar el maravillo plan de redención. Hizo que recuerde mi propia historia de tristezas y derrotas y cómo Dios me dio su salvación y su victoria. Tal vez por eso me gustan tanto los Juegos Olímpicos.