Una carta de amor para Éfeso
El mensaje a la primera iglesia de Apocalipsis da ánimo y esperanza a los que perseveran.
Era el año 90 d.C., época cuando Domiciano gobernaba el vasto imperio romano y, al mismo tiempo, emprendía una intensa persecución contra los cristianos. Una de las víctimas del emperador fue el último representante del círculo más íntimo de Jesús, Juan, quien ya era anciano. Según la tradición cristiana, al ser perseguido y puesto en prisión, el apóstol fue lanzado dentro de una caldera de aceite hirviendo, pero Dios le preservó la vida. Salió ileso. [1] Por esta situación sobrenatural, Domiciano decidió exiliar a Juan a la isla de Patmos como un criminal de alta peligrosidad.
Fue en el “día del Señor” (Apocalipsis 1:10), un sábado, cuando el exiliado y solitario discípulo oyó la voz de Jesús que decía: “Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias que están en Asia” (Apocalipsis 1:11), para que sepan las cosas que en breve deben suceder.
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Cada iglesia recibió un mensaje específico, a pesar de que las siete cartas fueron circulando en las congregaciones que formaban parte de la misma ruta. Por eso, al mismo tiempo en que los mensajes reflejaban una situación y un lugar específico, esos mensajes también fueron útiles a otras congregaciones. Cuando se lee el texto sagrado más detenidamente, se tiene la impresión de que las siete iglesias fueron elegidas por Cristo porque la situación vivida por cada una de ellas reflejaba un escenario profético en el transcurso de la historia del mundo hasta su segunda venida.
Al estudiar las siete iglesias de Apocalipsis notamos que los mensajes poseen tres aplicaciones posibles: a) Histórica: para una iglesia específica del Asia menor, en el primer siglo. b) Profética: el cumplimiento ocurre en el transcurso de la historia, o sea, indica las diferentes fases que pasaría la iglesia. c) Universal: Un mensaje para cada lector independientemente del período profético que vivió o vive.
La estructura de las siete cartas consiste en una (a) presentación cristológica, seguida por una (b) evaluación, (c) exhortación y (d) promesa. Es significativo notar que cuantos más problemas posee una iglesia, más promesas le hace Jesús con el objetivo de fortalecerla para que viva de acuerdo con el evangelio.
Contexto histórico
La primera carta fue dirigida a la iglesia que se encontraba en Éfeso, esta era la principal ciudad de Asia menor. Un centro político, comercial y de religión pagana. La diosa principal era Artemisa o Diana (diosa de la fertilidad) y había dos templos dedicados al culto al emperador. Todo indica que el evangelio llegó a Éfeso por medio de discípulos de Juan el Bautista o de personas que oyeron su mensaje (Hechos 18:24-19:7). Allí había un pequeño grupo de discípulos que permaneció fiel por más de 23 años al mensaje enseñado por Juan (teniendo presente que el segundo viaje de Pablo terminó alrededor del año 53 d.C.; Hechos 18:24-28).
La iglesia cristiana en Éfeso fue fundada más específicamente por Priscila y Aquila (Hechos 18:18, 19) al final del segundo viaje misionero de Pablo. Y fue en Éfeso que el gran predicador cristiano Apolo profundizó sus conocimientos concernientes a Jesús como Mesías. Pablo mismo vivió en Éfeso por más de dos años. Y en su primera prisión en Roma, escribió la carta a los efesios (por el año 61-63 d.C.). El apóstol también envió a Timoteo para pastorear la iglesia de aquella ciudad (1Timoteo 1:3). Todo indica que ya en el 90 d.C. Éfeso era uno de los principales centros del cristianismo donde se congregaban cristianos de segunda y tercera generaciones.
Según Eusebio de Cesarea, después de las guerras judías (70 d.C.) el apóstol Juan fue enviado para ser pastor de las iglesias de Asia menor y vivió en Éfeso por buena parte de su ministerio. [2] En aquella ciudad había una iglesia diferente que amaba a Jesús, buscaba vivir el evangelio práctico y estaba compuesta por una diversidad de cristianos, siendo judíos y gentiles (Efesios 2:11-22).
Presentación de Cristo
La primera carta en el Apocalipsis comienza con la presentación de Jesús, “Escribe al ángel de la iglesia en Éfeso: El que tiene las siete estrellas en su diestra, el que anda en medio de los siete candeleros de oro” (2:1). Apocalipsis 1:20 menciona que se reveló a Juan que “las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candeleros que has visto, son las siete iglesias”.
Eso significa que la presentación cristológica revela que Jesús “guarda” (gr.: Kratón: asegura, conserva, mantiene cuidadosa y fielmente) a la iglesia con su poder soberano y conduce todas las cosas que su iglesia pasará en la tierra. La escritora Elena de White sugiere que las estrellas son “sus ministros. Son solo instrumentos en sus manos, y todo el bien que hacen lo realizan gracias al poder divino” (Los hechos de los apóstoles, p. 484). [3]
Se revela que Dios anda en medio de “los siete candeleros de oro: las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candeleros que has visto, son las siete iglesias” (Apocalipsis 1:20). Esto muestra que Jesús está con su iglesia, se preocupa por ella al mismo tiempo que las conoce personalmente. La palabra “iglesia” viene del griego ekklesia, que significa: los que son llamados afuera con el objetivo de proclamar a las naciones el evangelio de la cruz.
Por eso, Cristo dijo: “Nadie que enciende una luz la cubre con una vasija, ni la pone debajo de la cama, sino que la pone en un candelero para que los que entran vean la luz” (Lucas 8:16). “Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder” (Mat. 5:14). Jesús es el Sumo Sacerdote que asegura y garantiza que la llama del evangelio permanezca encendida en los corazones de los cristianos y los proclama a compartir las buenas nuevas de la salvación.
Evaluación de Éfeso
El segundo punto revelado por el Maestro es la evaluación que hace de la iglesia de Éfeso: “Yo conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia; y que no puedes soportar a los malos, y has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos; y has sufrido, y has tenido paciencia, y has trabajado arduamente por amor de mi nombre, y no has desmayado. Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor” (Apocalipsis 2:2-4). La palabra “obras” viene del griego erga que significa: acciones, actitudes y pensamientos, o sea, Jesús conoce plenamente los problemas de la Iglesia, toda su vida y la conducta de cada creyente. La palabra “labor” viene del griego kópon que significa: trabajo arduo, hasta el punto de quedar exhausto, indicando así la “perseverancia” como característica de la persona que no se desvía de su propósito, aun ante las mayores pruebas y sufrimientos”. [4] Por eso, dice: “y has sufrido, y has tenido paciencia, y has trabajado arduamente por amor de mi nombre, y no has desmayado” (vers. 3).
La Iglesia de Éfeso marca la era de la pureza apostólica (31-100 d.C.), por la oración, la predicación y el bautismo del Espíritu Santo. Los cristianos perseveraban en la doctrina de los apóstoles, tenían todo en común, no había necesitados entre ellos, partían el pan de casa en casa, tenían la simpatía de la sociedad y el Señor añadía cada día más y más conversos a la iglesia. (Hechos 2:42-47).
La iglesia fue perseguida por los judíos y por el Estado romano. Los apóstoles terminaban como mártires del evangelio. Vivían el discipulado bíblico en la práctica, comprendían perfectamente el id (Mateo 28:19). Pero, por desgracia, por la intensa persecución, por la muerte de los apóstoles y de los primeros cristianos que conocieron al Salvador, el amor de muchos comenzó a enfriarse.
Surgieron herejías avasalladoras. Pablo, en el 58 d.C., en el camino a Jerusalén, advirtió a los ministros de la Iglesia primitiva que después de su partida, entre ellos entrarían falsos maestros, que no guardarían el rebaño (Hechos 20:29-30). Entraba en las iglesias el docetismo, que creía que el cuerpo de Cristo era una ilusión (no poseía carne y sangre), y que su crucifixión había sido solo aparente. Otra herejía fue el gnosticismo, o sea, el universo material fue creado por una emanación imperfecta del Dios supremo llamada demiurgo, en este caso Jesús. Los nicolaítas fueron seguidores de Nicolau, uno de los siete diáconos que apostató (Hechos 6:5), y todo indica que tenía pensamientos semejantes a los gnósticos y docetistas.
Exhortación a la iglesia
El tercer punto es la exhortación que hizo Jesús a la Iglesia: “Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido. Pero tienes esto, que aborreces las obras de los nicolaítas, las cuales yo también aborrezco” (Apocalipsis 2:5, 6).
Este es un llamado claro de Cristo a la Iglesia de Éfeso y al cristiano moderno; arrepiéntase de sus pecados, reflexione y tome la decisión de vivir las prácticas del primer amor cuando recibió el evangelio y se convirtió. Eso debe tomarlo en serio aun ante las persecuciones y las perspectivas inciertas. El cristiano debe vivir el evangelio amando a las personas, recibiéndolas, instruyéndolas, predicando y llevando a las personas a experimentar la vida en comunidad.
La promesa de Cristo
El cuarto punto es la promesa de Jesús a la iglesia: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios” (Apocalipsis 2:7). La promesa comienza con la exhortación de oír al Espíritu. Al final, Jesús había dicho que “cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. Él me glorificará” (Juan 16:13, 14). Lo que Jesús dice se mezcla con lo del Espíritu y hacen una promesa al vencedor. La palabra “vencedor” es muy significativa. Viene del griego nikáo y es un verbo presente, participio, activo, de la voz media, dativo del singular y la pregunta que se debe hacer es: ¿qué significa todo esto?
El verbo participio es un adjetivo verbal. Como tal, reúne características tanto de verbo como de adjetivo. Verbo es toda palabra que indica acción, estado, actividad o deseo. Los adjetivos son palabras que califican al sustantivo. Por ejemplo: el juez confiable. En esa frase el sustantivo está calificado por el adjetivo. La voz media, a su vez, expresa una acción que el sujeto realiza en sí mismo, para sí mismo o de sí mismo. O sea, sufre los efectos de la acción en sí y realiza la acción. Por iniciativa propia, surge la fuerza interior guiada por el Espíritu para ser vencedor. Debido a que la palabra “vencedor” es un verbo participio, la mejor traducción para ella es: el que está venciendo o que continuamente es victorioso. Eso señala el hecho que la victoria del cristiano debe ser continua y diaria.
La promesa para el que continuamente es victorioso es el “fruto del árbol de la vida”. El hombre perdió el acceso al árbol de la vida por el pecado. Fue expulsado del jardín para que no tomara del fruto del árbol de la vida, lo comiera y viviera eternamente. Dios “puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida” (Génesis 3:22, 24).
En Apocalipsis dice que “En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones” (Apocalipsis 22:2). El árbol de la vida estará en la ciudad santa y será regado con el agua del río de la vida que fluye del trono de Dios y todos los que son vencedores tendrán acceso a su fruto.
“Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la ciudad” (Apocalipsis 22:14). “El gran conflicto ha terminado. Ya no hay más pecado ni pecadores. Todo el universo está purificado. La misma pulsación de armonía y de gozo late en toda la creación. De Aquel que todo lo creó manan vida, luz y contentamiento por toda la extensión del espacio infinito. Desde el átomo más imperceptible hasta el mundo más vasto, todas las cosas animadas e inanimadas, declaran en su belleza sin mácula y en júbilo perfecto, que Dios es amor”. [5]
Artículo escrito con la colaboración de Joao Renato Alves da Silva, pastor distrital en Cuiabá, en Mato Grosso, en el distrito Parque Cuiabá.
Referencias:
[1] Elena de White. Los hechos de los apóstoles. Florida, Buenos Aires, Casa Editora Sudamericana, 1997, p. 470.
[2] Eusébio de Cesareia. História Eclesiástica. 1ª edição. Rio de Janeiro: Casa Publicadora Brasileira das Assembleias de Deus, 1999, p. 78, 79.
[3] Elena de White. Los hechos de los apóstoles. Florida, Buenos Aires, Casa Editora Sudamericana, 1997, p. 484.
[4] James Strong. Léxico Hebraico, Aramaico e Grego de Strong. Sociedade Bíblica do Brasil, 2002.
[5] Elena de White. El conflicto de los siglos. Florida, Buenos Aires, Asociación Casa Editora Sudamericana, 2000, p. 737.