El reino tiene rey
Dios, el regente del universo, ofrece su gracia al pecador
El tema del reino de Dios se hizo popular entre los jóvenes cristianos como un mensaje de aceptación, tolerancia y práctica de obras de misericordia. Sin embargo, hay una tendencia notable de retratar el reino con tono hostil a la ley, la obediencia, la doctrina bíblica y hasta la Iglesia, como si el reino no tuviera un rey.
En primer lugar, no hay motivos para poner en extremos opuestos el gran mandamiento y la gran comisión. Jesús ordenó las dos cosas: amar y enseñar las doctrinas. Además, él no vino solo a mostrarnos como amar, él vino para rescatarnos. La humanidad no necesita solo de un buen ejemplo: necesita de un Salvador.
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El reino tiene un rey, y él da las órdenes: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 4:17; cf. 3:2). ¿Cómo puedo anunciar la llegada del reino sin mencionar el arrepentimiento? El rey dijo que “el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” y “el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3:3-6). ¿Quién soy yo, un mero súbdito, para omitir esas condiciones en mis discursos sobre su reino?
Buscar el reino significa tener consciencia de que el rey manda y los súbditos obedecen, pues la gracia produce el deseo de obedecer a Dios (Romanos 6:17). Sí, hay condiciones: “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios” (1 Corintios 6:9-10).
La dinámica del reino
El reino no nos habla solo de aceptación a la mesa, sino también de sumisión. Los hijos del reino reciben la exhortación de ser perfectos, de reconocer sus pecados y de arrepentirse y pedir perdón (Mateo 5:48; 6:12-15). Cuando usamos la metáfora de la “mesa”, necesitamos recordar que hay dos mesas: “no podéis participar de la mesa del Señor, y de la mesa de los demonios” (1 Corintios 10:21). No es gracia decir al pecador que su pecado no es pecado. La gracia no niega que el pecado existe, sino muestra que el pecador necesita de un Salvador.
La “mesa” no se trata solo de un ambiente acogedor, un safe-space [lugar seguro] para que el ser humano exprese su naturaleza pecaminosa tranquilamente. La gracia sanciona nuestro ego. No tiene nada que ver con discursos de autoafirmación y autoestima que solo nos empujan hacia un lago narcisista. La invitación de la gracia nos dice que estábamos sin Cristo y que somos en Cristo, generando una vida Cristo céntrica en la cual lo que vale es la voluntad del rey.
El reino, la gracia no se transforma en libertinaje (Judas 4), pues fuimos salvados para buenas obras (Efesios 2:10). La promesa del Nuevo Pacto no era que la ley de Dios dejaría de existir, sino que nuestros deseos estén en armonía con la ley (Jeremías 31:33). En el reino, la obediencia está motivada por el amor y la gratitud, y un corazón lleno de favor inmerecido trasborda favores inmerecidos (buenas obras).
La venida del reino está relacionada al cumplimiento de la voluntad de Dios entre los hombres (“venga tu Reino, sea hecha tu voluntad”, Mateo 6:10). El evangelio del reino es el evangelio de la gracia, y quien derrama la gracia que liberta es quien establece las reglas. Quien sacó los esclavos de Egipto es el mismo Rey libertador que le dio los mandamientos a un pueblo libre y lo guio a la tierra prometida.