El papel del don profético en la construcción de la identidad adventista
Ante la decepción de 1844, Dios trajo respuestas a aquellos que decidieron estudiar la Biblia profundamente sobre el don profético.
“Y él me dijo: Es necesario que profetices otra vez sobre muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes” (Apocalipsis 10:11).
El surgimiento de los adventistas sabatistas
Después de analizar el papel del movimiento millerita en la construcción de la identidad adventista, vamos a volver nuestra mirada al grupo de adventistas sabatistas, como fueron conocidos los que dieron origen a la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Sus líderes y fundadores, José Bates, Jaime White y Elena Harmon, aceptaron el mensaje del regreso de Jesús.[1] Solo Bates se destacó en el movimiento millerita.
Bates, Jaime y Elena fueron los tres pilares del adventismo sabatista y son reconocidos como fundadores de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Bates y Jaime era de la Conexión Cristiana, una denominación con fuerte énfasis en el restauracionismo. Elena y la familia Harmon eran metodistas. Ella y seis más de un total de diez personas de su casa fueron excluidos de la Iglesia Metodista de la calle Chestnut, de la ciudad de Portland, en septiembre de 1843, donde Miller había predicado dos veces, en marzo de 1840 y junio de 1842.[2]
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Elena Harmon escribió acerca dos momentos de su experiencia con el regreso de Jesús: antes y después del 22 de octubre de 1844. Antes: “Ese fue el año más feliz de mi vida. Tenía el corazón lleno de una gozosa expectativa, pero sentía gran piedad y preocupación por los que se habían desanimado y no tenían esperanza en Jesús. Nos unimos como pueblo en oración ferviente con el fin de obtener una experiencia cristiana genuina y la evidencia inequívoca de que Dios nos había aceptado”.[3]
Después: “Quedamos chasqueados, pero no desalentados. Resolvimos someternos pacientemente al proceso de purificación que Dios consideraba necesario para nosotros, y aguardar con paciente esperanza que el Salvador redimiera a sus hijos fieles y probados”.[4]
En medio de ese escenario de dolor, decepción y confusión, Dios se manifestó en visión a la joven Elena Harmon, quien recién había cumplido 17 años. Su estado de salud se había agravado con las tristezas del chasco, y Elizabeth Haines, una amiga solo un poco mayor que ella, y que también vivía en Portland, la invitó a visitarla y pasar algunos días en su casa. Era a fines del mes de diciembre de 1844. Fue en una reunión de oración, en el culto de la mañana con solo cinco mujeres presentes, que el Señor dio a Elena la primera visión. Ella escribió: “Mientras estaba orando ante el altar de la familia, el Espíritu Santo descendió sobre mí, y me pareció que me elevaba más y más, muy por encima del tenebroso mundo. Miré hacia la tierra para buscar al pueblo adventista, pero no lo hallé en parte alguna, y entonces una voz me dijo: “Vuelve a mirar un poco más arriba”. Alcé los ojos y vi un sendero recto y angosto trazado muy por encima del mundo. El pueblo adventista andaba por ese sendero, en dirección a la ciudad que se veía en su último extremo”.[5]
Se puede leer la visión completa en el libro Primeros Escritos, o Testimonios para la Iglesia tomo 1. Los depositarios del patrimonio de Elena G. de White entendieron que: “En esa visión el Señor le mostró la peregrinación del pueblo adventista hacia la áurea ciudad. La visión no explicaba el motivo del chasco, si bien la explicación podía obtenerse del estudio de la Biblia, como sucedió. Sobre todo, hizo comprender a los fieles que Dios los estaba guiando y continuaría conduciéndolos mientras viajasen hacia la ciudad celestial”.[6]
Una semana después, Elena recibió la segunda visión, en la que recibió la orden de compartir el mensaje recibido.[7] Se le reveló que su misión no sería fácil, pero que el Señor estaría a su lado. Debido a la fragilidad de su estado de salud, al principio ella se resistió, pero terminó aceptando humildemente el llamado, confiando que Dios la sostendría. El grupo de Albany había asumido una posición firme contraria a toda y cualquier espiritualización en la interpretación bíblica y contra toda manifestación espiritual, como sueños y visiones, porque en aquellos días habían surgido muchos que reivindicaban ser profetas y proliferaba el fanatismo.
Las condiciones para la joven Elena serían extremamente difíciles. Ella tendría que enfrentar mucha desconfianza y oposición. Se la consideraría una fanática más, con problemas neurológicos, afirmando tener revelaciones especiales de parte de Dios. En parte fue la razón por la que durante casi 40 años Elena continuó teniendo visiones en público, exactamente para confirmar la validez del fenómeno espiritual, semejante a los profetas bíblicos.
Después que Elena aceptó el llamado, comenzó a aprovechar cada oportunidad que surgía para presentar los mensajes que recibía. En uno de sus viajes, en 1845 ella conoció al joven ministro Jaime White.[8] Posteriormente, él se ofreció a acompañar a Elena y su compañera en otros viajes. Jaime quedó completamente convencido de la autenticidad de las visiones que ella recibía. De ahí comenzó una amistad que resultó en su casamiento, pues el hecho de que un joven soltero acompañara a dos señoritas podría generar una situación comprometedora y fácilmente podría obstaculizar la obra de Elena. Ellos se casaron el 26 de noviembre de 1846, en la ciudad de Portland.[9]
Bates, Jaime y Elena estaban entre los que creían en la doctrina de la puerta cerrada, y por eso no asistieron a la asamblea de Albany. Había otros creyentes que, como ellos, tenían la convicción de que todo ese movimiento no había sido en vano. Querían encontrar en la Biblia la razón de su decepción. Además de ser pocos, estaban aislados unos de otros, esparcidos por el norte, centro y nordeste de los Estados Unidos. Ellos estaban de acuerdo con los espiritualistas en la aceptación de la exactitud del cálculo profético, pero discordaban en cuanto a la naturaleza espiritual del regreso de Cristo. Ellos terminaron formando el tercer y menor grupo que tuvo su origen en el millerismo.[10]
El estudio de la Biblia y la base doctrinaria de los adventistas
El grupo que más tarde sería conocido como adventistas sabatistas, después del 22 de octubre comenzó a estudiar y buscar en la Biblia las razones del chasco. Eso fue también lo que hizo Hiram Edson, un hacendado metodista de Port Gibson, Estado de Nueva York, y líder local de los adventistas, con el propósito de animar a los hermanos, y fue sorprendido por una comprensión especial del paso de Cristo del compartimiento “santo” al “santísimo” en el santuario celestial.
Con Owen R. L. Crosier y el doctor Franklin B. Hanh, Edson estudió profundamente ese asunto siguiendo el método de concordancia de Miller. Juntos concluyeron que el santuario que sería purificado en Daniel 8:14 no era la tierra ni la iglesia, sino el santuario celestial, del cual el santuario terrenal había sido una copia o un tipo.[11] Es interesante notar que otros pastores adventistas milleritas también habían estudiado y presentado reflexiones sobre el tema del santuario después de la primera decepción, en marzo de 1844, pero parece no haber surtido efecto en los milleritas.
A semejanza del tema del santuario, algunos seguidores de Miller habían estudiado la cuestión de la observancia del sábado, aun antes del 22 de octubre. Pero esas semillas lanzadas solo comenzaron a dar frutos cuando Bates leyó el artículo del pastor Tomas Preble, publicado en el periódico “Hope of Israel”.[12] Bates comparó inmediatamente con la Biblia las pruebas presentadas por Preble, quien a su vez había recibido ese mensaje de los bautistas del séptimo día por medio de la hermana Rachel Oaks Preston. Y se convenció de que la santidad del sábado no había cambiado. A partir de ahí comenzó a defender vigorosamente la validez del cuarto mandamiento.
Volviendo a Port Gibson, Crosier estuvo de acuerdo en escribir las conclusiones a las que había llegado y fueron publicadas en primer lugar en la revista Day Dawn, en los primeros meses de 1845. Pero fue el 7 de febrero de 1846 cuando Crosier presentó sus conclusiones, ahora más profundizadas, en la edición extra de la revista Day Star, bajo el título “La Ley de Moisés”. Su artículo no pasó desapercibido para los que habían de ser los líderes de los adventistas sabatistas.[13]
Cuando Bates leyó el artículo sobre el santuario a principios de 1846, no tuvo dudas sobre el asunto. Todo indica que viajó los 600 km desde Fairhaven, donde vivía, a Port Gibson, a fin de conversar con Edson, Crosier y Hanh. Él quedó convencido de la verdad del santuario y ellos convencidos de la santidad del sábado.[14] A partir de allí, Bates comenzó a escribir una serie de libretos en los que presentaba la verdad del sábado como día de descanso, con una gran diferencia: incorporó una teología que integraba las doctrinas del santuario celestial, del regreso de Cristo y del sábado. Pero además fue más allá e incorporó esas doctrinas en el contexto histórico escatológico de Apocalipsis 11 al 14.
Cuando Bates, Jaime y Elena se conocieron, ni Bates se convenció de la autenticidad del don profético de Elena, ni los dos quedaron convencidos sobre el sábado. Pero después de su casamiento, en agosto de 1846, al recibir el panfleto “El sábado del séptimo día, una señal perpetua”,[15] escrito por Bates, ellos reconsideraron las evidencias bíblicas y comenzaron a guardar, defender y enseñar sobre el sábado bíblico.
Poco después, en noviembre de ese mismo año, Bates se convenció de la autenticidad del don profético dado a Elena de White. Fue en una reunión realizada en Topsham, Maine, en donde ella fue tomada en visión y comenzó a describir algunos planetas, que el viejo capitán Bates enseguida identificó. Al descubrir que Elena no poseía ningún conocimiento de astronomía, se convenció de que las revelaciones que ella recibía eran de origen sobrenatural. A partir de ahí, Bates y el matrimonio White unieron sus esfuerzos.[16]
Especialmente entre los años 1848 y 1850, los adventistas sabatistas emprendieron decididos esfuerzos para reunir a los hermanos que habían aceptado el mensaje hasta el 22 de octubre de 1844 y se dedicaron a un estudio intenso de la Biblia y a la oración, con el propósito de unificar sus ideas y creencias. Esas reuniones se conocieron como “conferencias sabatistas”.[17]
Además del esfuerzo de reunir personas, los adventistas invirtieron en la publicación de folletos, periódicos y revistas, iniciando así un ministerio de publicaciones como resultado de una visión recibida por Elena de White en noviembre de 1848.[18] Por esa razón me gusta decir que esta iglesia nació en una cuna forrada de papel y tinta.
También en ese período fue adoptada por los adventistas sabatistas una cuarta y muy importante doctrina, que resultó siendo un pilar doctrinario más. Tenía que ver con la comprensión correcta de la naturaleza humana y el estado de los muertos.[19] La inmortalidad condicional armonizaba perfectamente con la nueva teología adventista y apoyaba la enseñanza del juicio investigador.
Así, al comienzo de 1848, los líderes adventistas sabatistas habían llegado, por medio de un estudio intenso de la Biblia y de oración, a un consenso en por lo menos cuatro puntos: 1) el regreso personal, visible y pre milenial de Jesús. 2) el ministerio bifásico de Cristo en el santuario celestial. 3) La perpetuidad del sábado como séptimo día y su importancia escatológica. 4) La inmortalidad condicional del alma, conocida como condicionalismo y la destrucción eterna de los impíos definida como aniquilacionismo. Además, se agregaron otros dos aspectos como los pilares o marcos del adventismo: 5) La santidad de la Ley de Dios y, 6) La proclamación profética de los tres mensajes angélicos de Apocalipsis 14:6-12.
Esas seis columnas distinguieron a los sabatistas de otros milleritas y también de los cristianos en general. Esos pilares se transformaron en un conjunto de creencias distintivas que proporcionaron una identidad a los adventistas. Aunque tenían varios puntos de doctrina en común a otros cristianos, ellos veían su mensaje como la verdad presente. Se dieron cuenta que poseían un mensaje distintivo, especialmente por dos puntos: el santuario celestial como el gran centro unificador de las demás creencias y su teología que involucraba la proclamación de los mensajes de los tres ángeles.[20]
A principios de la década de 1850, reconocieron que debían abandonar todo intento de marcar fechas para el regreso de Cristo y también se dieron cuenta de que la doctrina de la puerta cerrada no armonizaba con su teología. De esa forma, los adventistas sabatistas habían encontrado verdaderamente su identidad.[21]
El papel de Elena de White en la formación doctrinaria de los adventistas
Todavía es necesario destacar el papel de Elena de White y del don profético en el proceso de definición de la identidad del adventismo. Su papel siempre fue de confirmación.[22] Tanto la doctrina del sábado como la doctrina del regreso de Cristo ya existían antes de que Elena de White comenzara su ministerio profético. Debemos entender claramente que los primeros adventistas eran un pueblo de la Biblia y sus doctrinas distintivas fueron definidas como resultado de un estudio intenso de las Escrituras y en oración y no en función de las visiones de Elena de White.
Pero sus visiones libraron a los adventistas de muchos engaños. Como por ejemplo: su primera visión confirmó la validez de los cálculos proféticos, pero lo que en realidad había sucedido vino como resultado del estudio de la Biblia. Otro engaño del que el don profético libró a los adventistas sabatistas fue el error de marcar fechas para el regreso de Cristo. Además, Elena de White confirmó claramente la verdad de las doctrinas del santuario y del sábado. Es probable que el siguiente texto sea la fuente que aclare mejor el papel y la relación de ella en la confirmación de las doctrinas y en su establecimiento.
“Vez tras vez, esos hermanos se reunían para estudiar la Biblia a fin de que pudieran conocer su significado y estuvieran preparados para enseñarla con poder. Cuando llegaban al punto en su estudio donde decían: “No podemos hacer nada más”, el Espíritu del Señor descendía sobre mí y era arrebatada en visión y se me daba una clara explicación de los pasajes que habíamos estado estudiando, con instrucciones en cuanto a la forma en que debíamos trabajar y enseñar con eficacia”.[23]
¿Hubiera sido por casualidad que el grupo más pequeño del movimiento millerita, 176 años más tarde, llegara a ser el mayor con cerca de 22 millones de miembros en prácticamente todo el mundo? Es un hecho inequívoco que no fue el fruto de la casualidad ni de la habilidad humana.
Las razones de la expansión de los adventistas pueden identificarse en los siguientes aspectos: 1) la iniciativa de Dios en llamar y bendecir a un pueblo para que proclame que la hora de su juicio había llegado. 2) Un conjunto de creencias distintivas basadas en su misión apocalíptica. 3) Una estructura organizacional capaz de sostener la misión y los desafíos de su mensaje. 4) Un sentimiento de misión y urgencia generado por la comprensión profética de su movimiento. 5) la dirección y protección de la manifestación moderna del don profético como fuente de seguridad y prosperidad, de acuerdo con 2 Crónicas 20:20 “Creed en Jehová vuestro Dios, y estaréis seguros; creed a sus profetas, y seréis prosperados”.
Al terminar este artículo, dejo con los lectores un conjunto de reflexiones y decisiones a ser tomadas: 1) Ser estudiantes dedicados de la Biblia y perseverar en la oración. 2) Reconocer el papel distintivo de la Iglesia Adventista del Séptimo Día como poseedora de la verdad presente. 3) Hacer que los escritos de Elena de White, también conocidos como ‘espíritu de profecía’, sean una fuente individual de seguridad y prosperidad espiritual. 4) Permitir que el Señor despierte el sentido de misión y urgencia que marcó a los pioneros adventistas. 5) Predicar el evangelio con valor para ver finalmente el pronto regreso de Cristo en nuestra generación.
“Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Apocalipsis 14:12).
Referencias:
[1] Knight, George R. Adventismo. Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileira. p. 278-279.
[2] Fortin, D. e Moon J. (ed). Enciclopédia Ellen G. White. Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileira, 2018, p. 39.
[3] White, Elena de. Testimonios para la Iglesia, t. p. 56.
[4] Ibíd., p. 59.
[5] White, Elena de. Primeros escritos, p. 14.
[6] Ibíd., p. XVI.
[7] White, Elena de. Testimonios para la Iglesia, t. 1, p. 64.
[8] Fortin, D. e Moon J. (ed). Enciclopedia Ellen G. White. Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileira, 2018, p. 44.
[9] Ibíd., p. 45.
[10] Knight, George R. Em Busca de Identidade. Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileira. p. 57.
[11] Ibíd., p. 63.
[12] Ibíd., p.68.
[13] Ibíd., p. 64.
[14] Ibíd., p.69.
[15] Knight, George R. Adventismo. Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileira. p. 289.
[16] Fortin, D. e Moon J. (ed). Enciclopédia Ellen G. White. Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileira, 2018, p. 45.
[17] Knight, George R. Adventismo. Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileira. p. 297.
[18] White, Ellen G. Vida e Ensinos. Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileira. p. 251.
[19] Knight, George R. Em Busca de Identidade. Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileira. p. 73.
[20] Knight, George R. Em Busca de Identidade. Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileira. p. 76.
[21] Knight, George R. Em Busca de Identidade. Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileira. p. 83-85.
[22] Fortin, D. e Moon J. (ed). Enciclopédia Ellen G. White. Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileira, 2018, p. 46.
[23] White, Elena de. Mensajes selectos, t.1, p. 241.