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¿Necesitamos actualizar la Biblia?

Algunos aspectos importantes a entender cuando se habla de la necesidad de actualizar la Biblia para los contextos actuales.


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Según el autor, “siglos de historia no hicieron dudar a Jesús de la relevancia de las Escrituras”. (Foto: Shutterstock)

La Biblia es reconocida desde los comienzos del cristianismo como la regla de fe y práctica de los seguidores de Jesucristo. En todas las declaraciones conciliares de los credos católicos y protestantes, relacionadas a la sistematización de creencias, como la de los adventistas del séptimo día, la Biblia figura como la legítima Palabra de Dios. Esta no solo es la fuente de la revelación de las verdades divinas, sino también el punto de referencia para las decisiones que involucran la reflexión ética y la conducta moral.

Sin embargo, a lo largo de la historia, las afirmaciones bíblicas han encontrado diferentes formas de objeción. La más frecuente es la dificultad instintiva de vincularla a reglas, normas y obligaciones, según vemos especialmente en los días de hoy. Sumado a esto está el hecho de que la generación de consumo, heredera de la revolución industrial, adoptó el humanismo como guía de conducta, de modo que la búsqueda de la felicidad y realización se concentra en el deseo humano más que en las normas divinas.

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Contexto histórico y cultural

Otra dificultad deriva del hecho de que la Biblia, a pesar de su origen divino, es un libro histórico matizado en un tiempo y cultura distantes del contexto en el que vivimos. Muchos dilemas de la actualidad eran completamente desconocidos para los autores inspirados, y algunas reglas son completamente inadmisibles para la sociedad vigente. Por ejemplo: apedrear a alguien que transgredió el sábado o cometió adulterio.

Situaciones como estas despiertan en muchos una actitud de incredulidad en cuanto al valor de la Biblia para nuestros días. Otros, por su parte ven la necesidad de actualizarla, y están los que afirman su literalidad aun con el riesgo de volverse fundamentalistas, término que se hizo bastante despreciado en la comprensión moderna.

De hecho, proponer una ética bíblica no es tarea fácil. Minimizar las dificultades hermenéuticas de aplicación del texto en nuestros días tampoco parece ser el camino para quien pretende seguir las pautas de un camino lúcido de las normas reveladas por Dios a sus profetas.

Validez para nuestros días

El objetivo de este artículo no es legitimar la Palabra de Dios, sino averiguar una hermenéutica adecuada de sus normas para nuestros días. A partir de allí, podemos entender la presuposición de que la Biblia continúa siendo válida hoy como lo fue en el pasado. “La hierba se seca, la flor se marchita; pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre” (Isaías 40:8).

Note que este versículo es una repetición enfática de lo dicho anteriormente, lo que implica una ratificación absoluta. La hierba se seca, la Palabra permanece; esto es, las promesas de Dios, en especial las de librar a su pueblo del cautiverio babilónico, son inmutables. En consecuencia, las normas de fidelidad a Dios que están vinculadas a las promesas también serán permanentes.

En medio de todas las revoluciones humanas, marchas y contramarchas de imperios, surgimiento y caída de propuestas filosóficas más diversas, Dios y su Palabra no han cambiado su esencia.

Como dijo Jesús, “Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido” (Mateo 5:18). ¿Significaría eso que los mensajes divinos no aceptan ningún tipo de adecuación o actualización?

El dilema puede ser todavía más explícito de la siguiente forma: considerando que “toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Timoteo 3:16), ¿por qué enseñamos la observancia del sábado conforme lo que se presenta en Éxodo 20:8) y no sancionamos la ejecución de quien lo transgrede según Números 15:32-36?

¿Por qué aceptamos las orientaciones paulinas en cuanto a la Santa Cena, el matrimonio y el orden del culto y no abogamos su consejo para que un esclavo vuelva a su señor y a las mujeres que permanezcan calladas en el ambiente de la iglesia?

Estas son cuestiones serias que merecen nuestra reflexión y cuidado no solo por lo que dicen, sino también por lo que faltó decirse. ¿Dónde estaría el claro “así dice el Señor” para definir cuestiones como el aborto, la eutanasia, la pena de muerte y el alistamiento militar? ¿Estaríamos a ciegas en estas cuestiones?

Dilemas bíblicos: ¿cómo entenderlos?

Tal vez lo primero que deberíamos hacer sería entender lo que es ética y moral a la luz de la Biblia. Aunque sean conceptos sistematizados en un tiempo posterior a la producción de las Escrituras, con seguridad podemos decir que su esencia se encuentra en las páginas del Libro sagrado.

De manera general, podemos decir que la ética es el estudio y la reflexión sobre los principios de la moral, de las reglas de conducta aplicadas a alguna organización o sociedad. Ya la moral se refiere a las reglas de conducta que son aplicadas a determinado grupo, en determinada cultura.

O sea, la ética es la reflexión sobre la mejor forma de actuar, de acuerdo con las circunstancias y el contexto, teniendo en vista el bien común. Ya la moral está orientada al cumplimiento de las reglas que la sociedad adopta como definición de lo que es correcto o no, lo prohibido y lo permitido, lo que se puede y lo que no se puede hacer. La moral sería el “cúmplase”. Y la ética es el “piense”.

Ejemplo: el principio decía que hay que guardar el sábado, la moral buscaba medios de cumplir ese mandamiento. La ética de Jesús hizo que los oyentes pensaran si deberían prohibir una cura en el día del Señor, considerando que un buey no sería dejado que muriera en un pozo porque cayó allí el día sábado. Así, nada era propuesto sin una reflexión, una adecuación y con coherencia.

No solo en este caso, sino en muchos otros, la vida de Jesús es el mayor y mejor ejemplo de aplicación moral y reflexión ética sobre un principio dado por Dios. Principios, recordemos, son presupuestos inmutables, eternos y universales que el Señor mismo estableció y nos reveló. Sin embargo, los principios están en la historia, así como la sustancia está para los accidentes en metafísica.

¿Confuso? No tanto. En metafísica decimos que el color, por ejemplo, es un accidente y los accidentes son los fenómenos que hacen visible la sustancia en una materia. El azul, por ejemplo, solo se hace visible para nosotros si hay algo para colorear ese tono. Puede ser la luz azul, la tinta azul, el lápiz de color azul, etc. De la misma forma, el principio dado por Dios es una sustancia invisible que se hace perceptible cuando se une a la materia y son los “accidentes”, o sea, las circunstancias que permiten esa visualización o esa “coloración” captable a nuestros ojos.

Vea estos dos casos: en uno el gobierno demanda que todos permanezcan en casa, en un toque de queda, para evitar el contagio en una pandemia. En el otro ordena a todos que abandonen sus casas porque pasará un tornado por aquel lugar. En este ejemplo, no importa la posición política del gobierno, ese no es el asunto en pauta, sino una ilustración de como un mismo principio puede demandar reglas hasta opuestas dependiendo el contexto en el que debe ser aplicado. En ambos casos, lo que está en pauta es la protección de los ciudadanos, en el primer caso manteniéndonos en casa, en el segundo demandando la salida inmediata.

Ética bíblica

Distintas situaciones demandan aplicaciones distintas de la ley. El mismo Dios que mandó apedrear al transgresor del sábado en un contexto, propició la liberación de una mujer adúltera en otro. No se trata de contradicción, sino de lógica contextual. Tal comprensión no debe, sin embargo, confundirse con la ética situacionista. Para esta última, la verdad tiene un valor subjetivo, no hay una imposición moral absoluta. La ética bíblica es deductiva, o sea, parte de lo universal adecuándose a lo particular, mientras la ética situacionista es inductiva, porque comienza con la propia persona y elabora sus propios intereses encima de la ley.

Vamos a otro ejemplo. Imaginemos el principio del respeto a nuestro semejante. Ese es un deber universal. ¿Cómo aplicarlo contextualmente? Bien, si está entrando en una iglesia cristiana, quítese el sobrero por cuestión de respeto; si está entrando en una sinagoga, colóquese el sombrero por cuestión de respeto, ¿se dio cuenta? El principio sigue siendo el mismo, su aplicación cambió de un ambiente al otro.

El problema está cuando las personas confunden el principio con la aplicación histórica del mismo y crean reglas confusas como las que obligan a todos a usar sombrero delante de Dios o a quitarse el sombrero delante de él, causándolo que causa, en este caso, una ruptura del principio de respetar al semejante.

Pero alguien puede decir: ¿y cómo sabemos si la aplicación es correcta o si el ambiente merece nuestro respeto? A fin de cuentas, partiendo del ejemplo de la iglesia y la sinagoga, podemos entender que es moralmente correcto ir desnudo a una playa nudista pues allí será un escándalo presentarse con ropa. En este momento surge la ética o la invitación a reflexionar sobre los principios y las normas que mencionamos antes.

No es una ciencia exacta, pero es el mejor medio de encontrar una alternativa justa para situaciones difíciles. En el caso de los cristianos, ese ejercicio de “pensar” debe estar combinado con oración sincera, estudio de la Palabra e interacción con otros de mentalidad espiritual que tal vez no eliminen, sino minimicen la posibilidad de creencias e interpretaciones particulares que solo interesan a los caprichos del individuo.

Por eso un antiguo credo cristiano desarrollado a partir de pequeñas confesiones bautismales empleadas en las iglesias de los primeros siglos decía que creemos en un Dios Padre, en Jesucristo, en el Espíritu Santo y lo hacemos dentro de la iglesia. O sea, fe comunitaria. Dios no nos llamó para ser cristianos a granel, especialmente en cuestiones de reflexión ética. Después de todo, nuestra tendencia es favorecer nuestros propios gustos y sentimientos como si fueran la voluntad de Dios y no la nuestra.

Ideas finales

Así, la Biblia está constituida tanto por principios, como por moral y ética. Un principio sería pautar la vida por la llegada del Mesías. La aplicación moral sobre eso en el Antiguo Testamento sería participar del sacrificio de corderos en el Santuario y en el Nuevo Testamento participar de la Cena del Señor, siendo que la venida de Cristo cambia el enfoque didáctico y litúrgico que pasa de un Mesías venidero, a un Salvador que vino, murió inmolado en la cruz y regresará a buscar a su iglesia.

En resumen, podemos decir que los principios inmutables están bien expresados en los Diez Mandamientos (Éxodo 20), en la regla de oro (amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos, Mateo 22:37-40) y en las Bienaventuranzas proclamadas en el sermón del monto (Mateo 5). Los despliegues bíblicos son aplicaciones históricas de esos principios, y la vida de Jesús el modelo máximo de “hacerlo conforme al Maestro”.

¿Actualizar o no?

Una nota final sería interesante en lo relacionado a la esencia histórica y profética que presenta la Biblia. El ejercicio de actualizar en su etimología original latina (actus+agere) se refiere al impulso (agere) de movilizar un acto (actus) que estaba por alguna razón inactivo. Sería casi un sinónimo de “volver a los orígenes”.

Sin embargo, la semántica de la palabra demostró, según el diccionario, que se agregó a su significado el acto de hacer modificaciones, introducir alteraciones e innovaciones de conceptos, agregados, etc. De esta manera, podemos ver en la propuesta de algunos la exacerbación teológica de la actualización bíblica llevándolo a un contexto bien distinto del que fue presentado hasta aquí en este artículo. Aunque inconscientemente, se pretende pasar la idea de que la Biblia casi necesitaría volver a escribirse y complementarse para tener relevancia en nuestros días. Pero nada estaría más lejos de la posición de Cristo y de sus apóstoles.

Note que son 1.400 años los que separan a Moisés de Jesús y de Pablo. Es mucho tiempo. Sin embargo, ninguno de ellos sintió la necesidad de actualizar la Ley, relativizando sus principios. Por el contrario, si hubo actualización, fue para hacerla todavía más radical, pues Jesús consideró que hasta el insulto sería asesinato y la lascivia adulterio. “y cualquiera que diga: ‘Necio’ a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: ‘Fatuo’ quedará expuesto al infierno de fuego” (Mateo 5:22). ¡Imagine lo que él diría a los acusadores de turno en Internet!

Jesús, en efecto, impidió que apedrearan a la mujer adúltera, pero no actualizó la ley diciéndole que podría continuar como estaba. Su afirmación fue la de “Vete y no peques más” (Juan 8:11).

Pablo dijo que la letra mata y el espíritu vivifica (2 Corintios 3:6). ¿Eso sería una actualización de la ley? Basta leer el contexto. Pablo mismo dice que los mandamientos son santos, justos y buenos (Romanos 7:12). También recordó que la ira de Dios se revela contra los que sostenían prácticas sexuales prohibidas en Levítico. Las reglas de Dios no son malas. La Ley de Dios es perfecta y Jesús mismo dijo que no sería anulada (Mateo 5:17, 18).

Pero la perfección de la Ley resalta nuestras faltas y establece nuestra condenación: la muerte. Por eso la letra mata. Por lo que está escrito en la letra de la ley, todos estamos condenados. Necesitamos la gracia para ser salvos y no de una actualización que se adecúe a conveniencias estadísticas. Sí, “conveniencias estadísticas”, porque la gran presión de los líderes religiosos de hoy es ceder a los dichos más populares, al consenso más o menos general de las personas que no quieren luchar contra el pecado, pero que quieren “resolverlo” con vicios y actitudes que adormecen la conciencia. Tal vez el gran desafío homilético y hermenéutico de la actualidad sea presentar un discurso que calme a los afligidos y sacuda a los cómodos.

Las reglas de Dios son buenas y son nuestra guía moral para la vida. Siglos de historia no hicieron dudar a Jesús de la relevancia de las Escrituras. Él citaba a Moisés para basar su ética, expulsaba demonios y creía en la historicidad del Génesis. Pero la modernidad trajo consigo a teólogos más expertos en la Biblia que consideran el Génesis un mito plagiado en Babilonia y las posesiones demoníacas un caso para psicólogos. Sería cómico si no fuera trágico.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Rodrigo Silva

Rodrigo Silva

Evidencia de Dios

Una búsqueda de la verdad en las páginas de la historia

Teólogo posgraduado en Filosofía, con maestría en Teología Histórica y especialista en Arqueología por la Universidad Hebrea de Jerusalén. Doctor en Arqueología Clásica por la Universidad de Sao Paulo (USP), es profesor del Centro Universitario Adventista de Sao Paulo (Unasp), en Brasil, curador del museo arqueológico Paulo Bork y presentador en portugués del programa Evidencias, de la TV Novo Tempo.