Liderar con humildad, apoyar con propósito
Los grandes líderes florecen cuando están rodeados de personas que sirven a la misión, no a la ambición.

En el camino del liderazgo, es común imaginar al líder como una roca: firme, fuerte, incansable. Pero la verdad es que ninguna misión se sostiene solo sobre los hombros de una persona. Las grandes conquistas se logran en comunidad, con corazones alineados y manos extendidas.
La Biblia nos ofrece una imagen poderosa de esta realidad. Durante la batalla contra los amalecitas, Moisés permaneció con los brazos levantados. Y mientras sus manos estaban en alto, el pueblo vencía. Pero el cansancio llegó, como siempre llega, y con él, el riesgo de la derrota.
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Fue entonces cuando Aarón y Hur se acercaron. No esperaron a ser llamados. Vieron, sintieron, entendieron y actuaron. Sostuvieron los brazos de Moisés hasta la puesta del sol. Una actitud simple, silenciosa, pero decisiva. Y la victoria llegó.
Lo más interesante de este episodio es que Aarón y Hur no apoyaron a Moisés pensando en ser los próximos líderes. No buscaban protagonismo ni estaban allí para ocupar un lugar en el futuro. Su servicio estaba movido por la lealtad, el compromiso y el discernimiento del momento. Sirvieron con humildad, sin segundas intenciones ni ambiciones.
Líderes humildes
Esta escena revela una verdad profunda: los líderes no necesitan ser invencibles. Deben ser sabios. Reconocer los propios límites es señal de madurez, no de debilidad. Y aceptar ayuda es un acto de valentía, no de rendición.
Y hay algo aún más bello en este relato: la elección de quién está al lado. Aarón y Hur eran confiables, atentos, comprometidos. Estaban lo suficientemente cerca para percibir el desgaste y eran bastante maduros para actuar con sabiduría. Honraron su posición y sirvieron con propósito, sin buscar reconocimiento.
Apoyar a un líder no es ocupar su lugar. Es sostener la misión desde los bastidores, con fidelidad y discernimiento. Es entender que el papel de apoyo es tan vital como el de liderazgo. Sin él, la misión se derrumba.
Y Moisés, el gran líder, nos enseña algo aún más valioso: aceptó la ayuda. Se sentó sobre la piedra y permitió ser sostenido. No intentó parecer invulnerable. Esa vulnerabilidad es, en realidad, un modelo de liderazgo saludable.
Como dice el texto sagrado: “Cuando a Moisés se le cansaron los brazos, tomaron una piedra y se la pusieron debajo para que se sentara en ella. Luego Aarón y Hur sostuvieron sus brazos, uno el izquierdo y otro el derecho, y así Moisés pudo mantenerlos firmes hasta la puesta del sol” (Éxodo 17:12, NVI).
Esa imagen es clara: el liderazgo verdadero no se construye solo con fuerza, sino con humildad y colaboración. Nadie lidera bien solo.
Roles definidos
Y quien apoya también necesita entender su papel. Aarón y Hur sabían que estaban allí para sostener, no para sustituir. Honraron su posición y sirvieron con propósito, sin buscar el trono. Al final, fue Josué quien Dios eligió para conducir al pueblo, y eso desafía nuestras ideas sobre la sucesión. Muchas veces, la persona que está más cerca, la que más apoya, no es necesariamente la llamada a liderar. Esto nos enseña sobre humildad, confianza y respeto por los procesos de elección.
Apoyar es más que obedecer. Es tener sensibilidad para percibir, discernimiento para actuar y disposición para comprometerse, incluso cuando eso no trae visibilidad.
Ese tipo de apoyo es estratégico. Es lo que mantiene viva la misión cuando el peso es demasiado grande para que uno solo lo cargue. La misión avanza cuando cada uno cumple su papel con fidelidad.
Que Dios nos conceda líderes humildes, capaces de aceptar ayuda, y colaboradores sensibles, dispuestos a actuar con sabiduría. Que cada uno sepa honrar su lugar, liderando o sosteniendo, con unidad y propósito.
Como nos recuerda Eclesiastés:
“Mejor son dos que uno, porque obtienen más fruto de su esfuerzo. Si caen, el uno levanta al otro. ¡Ay del que cae y no tiene quien lo levante! (Eclesiastés 4:9-10, NVI).