La hora más oscura precede a la salida del sol
En los momentos más difíciles de la vida, siempre tendremos la invitación a comprometer los principios y los valores.
Usted ya habrá oído hablar, o también presenciado, el momento de oscuridad profunda poco antes de la salida del sol. Una penumbra especial cubre la atmósfera momentos antes de que el primer rayo de sol despunte. La noche no fue tan oscura como ese momento exacto.
Esta es la escena que me viene a la mente al leer el relato del evangelio de Mateo sobre la tentación de Jesús en el desierto. Después de 40 días y 40 noches, destaco las noches también, el diablo apareció para tentarlo. Seguramente usted ya enfrentó privación alimentaria en algún momento de su vida y sabe cuán difícil es, al borde de lo insoportable. Imagine ahora 40 días solo, en el desierto, con el calor calcinante que solo un desierto puede hacerlo sentir. Al anochecer, la situación se invierte por completo, al calor lo sustituye un frío que puede llegar a la línea de dos grados bajo cero en ciertos lugares y estaciones. Creo que el momento en el que Jesús estuvo por allí habrá sido una época más amena, cuando ese frío se limitaba a 13 grados positivos, lo que aún es muy frío para quien está solo en un desierto.
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Jesús estaba finalizando ese período de ayuno. No sé si él planificó quedarse allí por exactos 40 días, o si ese fue el tiempo que logró aguantar. De cualquier manera, el relato deja claro que su cuerpo no soportaba más, estaba al límite humano. Es posible que tanto tiempo de privación estuviera haciendo imposible su regreso, por tan debilitado que estaba su cuerpo. No tenemos relatos sobre eso, pero las justificaciones bíblicas llevan a algunas implicaciones.
Ese, con seguridad, fue el peor momento para el “yo” de Jesús. Había llegado al límite. En ese momento surge Satanás con la “solución” para el problema. Hay algo importante para resaltar aquí: la tentación surge en el momento más terrible de la experiencia en el desierto, en la hora más oscura y en el momento de debilidad máxima. No surge con cara de pecado, claro, ni con una amenaza, surge dulce, brillante, con cara de salvación.
Usted ¿cree que en todo ese tiempo Jesús no pensó en algún momento que podría resolver el hambre con su propio poder? Claro que tenía suficiente poder creador para pensar en esa solución. Incluso con tanta hambre deben haber pasado por su cabeza las mejores ideas. Pero la percepción de la profundidad de su misión le había impedido comer hasta ese momento. Y entonces surgió una “fuerza del cielo”. ¡Cuán difícil es resistir en una hora de esas!
¡Sucedió con usted!
En su vida usted ya debe haber pasado por situaciones terribles e insoportables. Usted bien sabe cuánto nos minan y consumen. Imagine ahora que, en el ápice el sufrimiento y de la dificultad, la vida, en vez de presentarle un alivio, lo desafía aun más. ¡Es deshumano! Así es el pecado: deshumano. Lo importuna cuando está más vulnerable. Ataca cuando usted no tiene más fuerzas. Es tan sucio como es posible y lo hace con una voz de cordero. Al hambriento, le ofrece un banquete; al perdido por mucho tiempo, una salida; al miserable, dinero; al afligido, consuelo; al triste, risas; al desafortunado, suerte; al exitoso, el triple de lo que consiguió; al que está en guerra, paz; al Hijo de Dios, un enviado del cielo.
Esa historia bíblica nos enseña a no caer en la desesperación. Nos muestra que, en la peor de las circunstancias, las cosas todavía pueden empeorar si elegimos caminos más fáciles, más obvios y egoístas. Nos enseña que la batalla solo termina después que vencemos el último y mayor de los desafíos: el “yo”, que siempre llega en la peor hora. Cuando Jesús enfrentó la invitación de usar su poder para beneficio propio, el diablo lo estaba instigando a pensar en “sí mismo”. La base de todo pecado es esa. Fue así como cayó Lucifer, Eva y tantos otros. Cuando Satanás sugirió a Jesús que se arrojara del templo y permitiera que los ángeles lo salvaran, estaba ofreciendo un camino más corto y sin muerte para ser reconocido como hijo de Dios. Las personas que presenciarían a los ángeles salvándolo en pleno aire ciertamente tendrían la confirmación. Ningún fariseo o sumo sacerdote podría negar esa evidencia. Pero no fue para buscar atajos, refregar su divinidad en la cara de los sacerdotes o tentar a Dios para lo que Jesús vino al mundo. Esa tentación es un eco de la primera “Si tú eres el enviado de Dios, prueba ante los ojos de todos que lo eres. Con seguridad Dios te salvará. Aunque actúes de manera independiente, fuera de sus planes, él no te dejará caer”. El camino del propio “yo” siempre será el camino de la independencia de Dios, que transforma al Señor en una herramienta de uso al servicio de la criatura.
Finalmente, Jesús recibe la invitación de postrarse para “obtener de vuelta” la Tierra que vino a salvar. La misión de Cristo era compleja, y el camino tortuoso. Necesitaba reivindicar el mundo de las manos del enemigo. La propuesta, sin embargo, era clara y fácil: “Ríndete y te devolveré el mundo. Admite mi victoria aquí, postrándote, y no necesitarás enfrentar la lucha que está ante ti”. Considere que esa es la hora más oscura. Los sufrimientos, las posibilidades del mal, el tamaño de la lucha, la furia del enemigo, todos esos elementos están en evidencia y saltan por cada poro del cuerpo de Jesús. Tal vez el miedo y la inseguridad se unan al hambre y el dolor físico de alguien que está solo comenzando su tarea. Podrían venir cosas mucho peores. Pero se ofrece un camino más fácil, más simple y corto. Solo arrodillarse, y los hombres volverían a ser propiedad del Cielo. Nadie tendría que morir, era suficiente con solo arrodillarse.
Principios que no se venden
En los momentos más difíciles de la vida, siempre tendremos la invitación a comprometer los principios y los valores. Ante el sufrimiento que esa vida puede generar, con insistencia seremos tentados a vendernos por “un plato de lentejas”. El verdadero carácter se revela en dos momentos. Primero, cuando estamos solos en una habitación oscura, lejos de la vista de cualquiera que pueda vernos y juzgarnos. Segundo, en la hora más difícil. Jesús tuvo esos dos momentos en el desierto. Su ejemplo nos incentiva a la integridad. Nos motiva a luchar contra nuestro propio “yo”, incluso cuando nos grita en su dolor.
Cuando parece que Dios nos abandonó a nuestra propia suerte, y estamos ante el mayor de los enemigos, la integridad en la negación de sí es lo que nos dará la misma victoria que obtuvo Cristo. Y eso es imposible sin el poder de Dios y de su Palabra. Por eso Cristo se afirmaba en la Palabra. Ella nos permite hacer la reflexión que hacemos ahora. Ella nos previene, nos enseña el verdadero camino, nos invita a dejar nuestra propia voluntad en la tumba de la existencia y unirnos a Dios en propósito y vida. La Palabra de Dios es toda la fuerza que necesitamos en la hora más oscura.
Usted no necesita estar solo en su preocupación
Lo que la Biblia nos dice con la historia de la tentación del Mesías es que, cuando las cosas están mal, podrán empeorar, y eso no será una excusa para venderse al egoísmo y al pecado. Usted no está solo. Use la Palabra de Dios en su favor, para fortalecerse en la verdad y en la integridad. Durante el sufrimiento, no se haga la víctima preocupándose solo por usted; invierta en la Palabra, pues ella lo fortalecerá en la hora más oscura. Afírmese en ella. El sol brillará. Usted saldrá con la vida enriquecida y una fe más fuerte. El tiempo de la oscuridad pasará y si fuera necesario, aunque sea de manera sobrenatural, Dios vendrá a ayudarlo. “El diablo entonces le dejó; y he aquí vinieron ángeles y le servían” (Mat. 4:11). Aunque de manera sobrenatural, el sol brillará.
“A todos los que tantean para sentir la mano guiadora de Dios, el momento de mayor desaliento es cuando más cerca está la ayuda divina. Mirarán atrás con agradecimiento, a la parte más obscura del camino. ‘Sabe el Señor librar de tentación a los píos’. Salen de toda tentación y prueba con una fe más firme y una experiencia más rica” (DTG, p. 487.