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Comportamiento

El “complejo de Dios” determina que el fin está cerca

Cómo la ambición de tener todo acerca al ser humano al pecado original.


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La expectativa de que se cumplan todos nuestros deseos, sin frustraciones, crea personas que cuestionan el poder de Dios. (Foto: Shuterstock)

Pasaron milenios desde el Edén y aún estamos sumergidos en el mismo problema. Mientras tanto, la distancia del evento original del pecado es tanta que nos olvidamos completamente de los porqués y estamos hundiéndonos cada vez más en nuestro propio mal. Quiero mostrarle en este texto que estamos aumentando nuestra apuesta en el pecado original en los tiempos actuales. Y eso nos muestra que el fin está cerca.

Como fue en el comienzo, será el fin. Repase conmigo la historia humana hasta aquí. Fuimos iniciados en el pecado. Luego, se nos reveló el mal que eso significa, sufrimos las consecuencias, prometemos no repetirlo nunca más y se inició un proceso de lucha constante para la corrección del problema. Descubrimos que no podíamos resolverlo, entonces Dios vino y proporcionó una solución que no dependía de nosotros: su muerte y la distribución de la gracia a todo aquel que cree.

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Sin embargo, eso creó un punto de bifurcación. Como la solución es opcional, solo acepta a quien la quiere, y siempre hay quien no. Esas personas optaron por continuar el camino humano en la Tierra por sus propios medios y caminos. La mayoría de nosotros dice estar de paso.

Como la historia hasta aquí lo demostró, somos incapaces de arreglarnos. Y el efecto de buscar la solución por nuestros propios medios y caminos solo nos hunde más en complejidades y maldades, como quien camina en círculos. En realidad, descendemos en espiral. Regresando lentamente al punto máximo de desgasta de ese intento inútil: el punto donde comenzamos.

Mientras tanto, ahora convencidos (aunque no todos) de esa incapacidad y habiendo rechazado por decisión propia la solución divina, solo nos queda el orgullo de insistir en el primer error: queremos ser como Dios.

El pecado original trae luz a nuestros días

Mucho se ha discutido en la historia y en la teología sobre cuál era el pecado original. Por muchos siglos creímos que el sexo fue el origen de todo el problema. Pero si miramos el relato de Génesis 3, veremos que allí claramente se nos revela el problema. Cuando Eva se acercó mucho al árbol prohibido, fue convencida por la astuta serpiente de que el fruto iba en contra de las afirmaciones divinas: “No moriréis” (Génesis 3:4).

¿Puede imaginar a alguien que no conocía el pecado escuchando una mentira por primera vez? Fue el mismo sentimiento extraño y curioso de cuando escuchamos historias malvadas o crueles, una especie de interés y miedo mezclados, que hace parecer que el clima cambió a nuestro alrededor.

Eva también sintió ese extraño interés por esa serpiente que había afirmado algo incorrecto (el primer contacto con el mal): “¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?” (Génesis 3:1). En el afán de corregir el error, ella conversó con la serpiente, para su propio infortunio. O, mejor dicho, nuestro infortunio.

Entonces, la serpiente afirmó lo contrario de lo que Dios había dicho. “No moriréis” es más que una información incorrecta, es una afrenta contra el Creador de todas las cosas. La criatura afirmó que Dios no decía la verdad. Pero la mentira nunca viene sin argumentos. La serpiente, aprovechando la exhibición de vida que daba a Eva al hablar con ella, afirmó que “sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Génesis 3:5).

Note que “abrir los ojos” es una afirmación de empoderamiento, el estado que esa serpiente exhibía. Ella hablaba con astucia, superando a los otros animales. Ser conocedor del bien y del mal es solo una característica de quién era Dios. El punto central en el pensamiento hebreo es siempre más importante. En el sandwich de palabras que usó la serpiente, en el centro está “seréis como Dios”. Note que esa mentira vino cercada por dos verdades. De hecho, los ojos de ellos se abrieron (Génesis 3:7) y se volvieron conocedores del bien y del mal (Génesis 3:22).

En ese momento, surge el “yo” cuando solo había un “nosotros”. Habíamos sido creados a imagen y semejanza de un “nosotros”. Pensando solamente en sí misma, Eva decide que quiere ser como Dios. ¿Qué significa eso en la práctica y cómo se manifestará en el fin?

El problema persiste

Ser como Dios es desear se atiendan todos nuestros deseos. Una expectativa de control sobre la vida para obtener todos nuestros deseos. Cuando intentamos ser como Dios, se pone una esperanza, se crea un deseo que es imposible que sea atendido. Imposible de ser manifestado.

Comenzamos a anhelar una imposibilidad. Somos tan así que muchos de nosotros imaginan que el cielo será un lugar donde todos nuestros deseos se realizarán, aunque esa nunca fue la promesa. Algunos, al leer esa última frase que escribí, están confundidos. “¿No va a ser así?” es la pregunta. Damos por sentado que allí tendremos todo lo que queremos.

Todo deseo solo es apaciguado cuando es atendido o resuelto. La sed solo se soluciona con agua, el hambre, con la comida, y el sueño, con una cama. Cuando decidimos que queríamos ser como Dios, deseamos algo que determinó inmediatamente nuestra infelicidad. Es querer tener una cosa y nunca obtenerla. Y cuando decidimos querer ser como Dios, estamos perdidos, nunca seremos atendidos.

Y querer tener los poderes divinos es lo que todo el mundo quiere, incluso cuando lo llamamos de otra manera. Todo el mundo quiere hacer su propia voluntad. Ese es el motivo de los conflictos y las guerras (Santiago 4:1). Claro que tanto Eva como cualquier ser humano normal no piensa en sentarse en el trono del universo y ser un nuevo Dios que gobierne sobre todo. No es así. Pero todos queremos ser como él. Se trata del dominio, privilegios y realizaciones.

Vea lo que eso hace: nadie en la historia humana tuvo o tendrá una vida facilitada o sin frustraciones, exactamente porque nadie logra todo. El hecho de que solo logremos pensar en la felicidad si todo lo pudiéramos, demuestra que nos conformamos, nos moldeamos para ser alguien que necesita ser Dios. Debemos tener todo o seremos personas frustradas e infelices.

Después, ¿cuál fue el problema de la humanidad? Fue desear lo que no es, desear lo que no puede tener, querer más de lo que nos fue dado. Eva se rebeló contra el Creador cuando decidió por sí misma no solo romper y desafiar a Dios, sino compararse con él.

¿Por qué eso demuestra el fin?

Esa es exactamente la entronización del hombre comentada en Apocalipsis 14 al referirse al infame número 666. El hombre en el centro de su propio liderazgo. El hombre haciendo su propia voluntad, su querer. Lo que, en última instancia, es querer ser Dios. Entonces, cuando decidimos que queríamos ser Dios, nos “automaldecimos” para siempre con un sueño inalcanzable. Todas nuestras historias y vidas son difíciles porque estamos maldecidos por el deseo de tener y ser todo. Sin romper con eso por medio de Cristo, estamos condenados a una vida infeliz.

A veces queremos cosas que solo Dios puede querer, como, por ejemplo, cuando plantamos una planta y deseamos que dé fruto inmediatamente. Ese impulso de impaciencia humana exhibe nuestra capacidad por sentir falta de algo que jamás podríamos obtener. Los anhelos que existen fuera de un sentido natural, deseos ilimitados.

Solo tendría sentido ser impaciente con cosas que llevan tiempo si uno tuviese una menor expectativa de conseguir ahora algo que lleva tiempo.  Pero eso nunca existió, y aun así uno lo siente. O sea, nuestra carne pide ser todopoderosa. La impaciencia es una prueba de que está escrito en nuestra carne el deseo de ser como Dios.

Nos olvidamos de que ya fuimos creados “a imagen y semejanza” de Dios. Éramos como él antes del pecado. Por eso, no vivíamos para nosotros mismos. Cuando decidimos comportarnos como usurpadores, nos distanciamos de quién es él. Nunca fuimos tan egoístas (palabra humana para definir a alguien que vive para satisfacerse a sí mismo), nunca fuimos tan 1 Timoteo 4. Nunca fuimos tan 666. Y por eso les digo que estamos caminando hacia los momentos finales de la historia, la experiencia humana como la conocemos está por terminar porque ya estamos muy cerca del punto exacto del que partimos. El círculo se habrá completado, llegaremos a las consecuencias finales de la decisión de Eva. Y es en ese punto donde la Biblia nos informa que Dios interferirá.

Cuando el ser humano asuma, en definitiva, su propia soberanía, la voz del Espíritu Santo será acallada, y entonces vendrá el fin.

Diego Barreto

Diego Barreto

El Reino

Vivir ya el Reino de Dios mientras él todavía no volvió. Una mirada cristiana al mundo contemporáneo.

Teólogo, es coautor del BibleCast, un podcast sobre teología para jóvenes, y productor de aplicaciones cristianas para dispositivos móviles. Hoy es pastor en los Estados Unidos.