Noticias Adventistas

Comunicación

Cuando la mitad de tu corazón llega para quedarse

La increíble experiencia de una voluntaria en un campo de refugiados al norte de Grecia.


  • Compartir:

foto-articulo

No puedo evitar emocionarme al escribir estas líneas en una pequeña sala de una fábrica abandonada al norte de Grecia. Hay niños hermosos corriendo por todas partes, todos ellos llegaron en botes, algunos fueron separados de sus padres a mitad de camino, otros vieron a sus familiares morir en alta mar.

Una de las niñas viene corriendo en dirección hacia mí con gestos tiernos y una sonrisa tímida, se para en el dintel de la puerta y me habla en farsi, su idioma original. La quedo mirando, le abro mis brazos y sin dudarlo viene corriendo a abrazarme. Le pregunto su nombre en inglés, ella me dice Fabiula. Le pregunto si ella está bien, y solo me responde “me”. Ella tiene cuatro años y al ver la escena otras tres niñas vienen a abrazarme. Tengo que ser fuerte. Sé que detrás de esas sonrisas tímidas, hay terror. Escaparon de la muerte en sus países en guerra, afectados por el terrorismo.

Horas más tarde llega una madre adolescente a quien estuve entrevistando para un reportaje escrito un día antes. Se para en el dintel de la puerta, con ojos llenos de lágrimas e hinchados, y sosteniendo a su bebé de tan solo tres meses en sus brazos, no me dice nada, solo me mira. La miro, le pregunto qué está pasando. Ella solo me mira y mira hacia abajo. No le pregunto más, no entiendo su dolor por más que yo quiera. Solo la abrazo, le doy un beso en su frente y le digo que estoy allí para ella. Que somos familia, que ella no está sola.

Esta adolescente de 19 años fue obligada a casarse, su esposo mucho mayor que ella quería matar a su bebé y los terroristas la amenazaron de muerte, tuvo que huir de su país. Está sola en el campo de refugiados de Oinofyta en Grecia. Ha intentado quitarse la vida, no sabe a dónde ir. Nuestros médicos del proyecto Adventist Help la socorrieron un día después de nuestro encuentro. Tomó paracetamol en exceso, está en depresión.

Yo no puedo más, busco un lugar para estar sola, necesito llorar, pero mucho y sin parar. El sufrimiento de estas personas es demasiado para soportarlo. Las historias que he escuchado hasta el momento han calado hondo en mí. Me encierro en el cuarto, lloro con todas mis fuerzas, y me pregunto el porqué de un mundo tan injusto, egoísta, malo, pero tan malo que no puedo creer que estas personas sufran las terribles consecuencias como refugiadas.

Mi nueva amiga, horas antes me ofreció su desayuno brindado por una de las ONGs que también trabaja en el campamento. Este consistía en un pequeño Cruasán y una caja de jugo. No puedo recibirlo, me sobrepongo, debo ser fuerte. Mi colega voluntario me dice: “Cárolyn no puedes rechazar. Con este gesto ella te dice que te aprecia mucho. Acéptalo”. La abrazo fuerte y le digo cuánto aprecio ese gesto.

Al siguiente día, llego como de costumbre al supply room, donde escribo las historias de refugiados y voluntarios. Ese día luego de jugar con los niños, un joven de 25 años se me acerca. Noto que quiere hablarme y brindarme su amistad. Su inglés es perfecto, hizo parte de la armada británica ayudando como traductor del farsi al inglés. Conversamos y cuando le pregunto el porqué está aquí su rostro cambia en cuestión de segundos, desvía la mirada y luego la baja. Lo abrazo y le digo que no se preocupe que podemos hablar en otro momento del asunto. Me dice segundos después que recobra las fuerzas emocionales que fue amenazado de muerte con arma en la cabeza por tres hombres, y luego de decirle que era periodista, me dice que le teme a los periodistas “porque me hacen decir cosas que quiero dejar en el pasado”. “No quiero estar aquí”, me dice. “Ayúdame, quiero estudiar, es terrible ser refugiado. No sabemos qué será de nuestras vidas. Estoy dispuesto a contarte mi historia con tal de salir de aquí”.

Otro día, como voluntaria en el campo de refugiados, uno de nuestros traductores refugiados, voluntarios, llega a nuestra clínica y pregunta si tenemos algo para comer. Eso no es usual en él, él es una persona muy reservada y algo tímida. En el momento imagino que debe estar con mucha hambre. Le pregunto si su hermano y su familia comieron algo ese día, él responde tímidamente que no. Con mi colega, voluntaria, médica, le ofrecemos el alimento que habíamos traído para el equipo, que era algo simple. Él sale de la clínica móvil muy agradecido.

Cierta mañana, salgo para buscar a mi pequeña amiga Fabiula, no la encuentro, la busco y me preocupo por ella. Hace tres días que no la veo y no la abrazo. Siento falta de su ternura, pero me encuentro con otros hermosos niños en una época de frío con gripe y virosis jugando por el campamento. Ellos corren de un lado a otro, la mayoría desabrigado. Nuestros médicos de Adventist help llevan sus casos, pero la necesidad es mucha. Ellos necesitan de todo. Muchos de ellos llegaron solo con la ropa que tenían puesta al momento de escapar.

Veo de lejos a Fabiula, mirándome con su rostro tierno, corro a verla y encuentro una terrible sorpresa. Ella está junto a su mamá en una tienda de tela donde vive y veo cartones en el suelo, ¡Qué desesperación! Pienso, ¿cómo es posible que duerma yo en una cama y ella en esta situación? La abrazo fuerte y le prometo que volveré con regalos para ella de amigos de Brasil. Contengo mis lágrimas, ella me toma de la mano, me abraza y vamos a caminar juntas por el campo de refugiados, le doy un presente y luego le digo que volveré.

Estas son solo algunas de las escenas que vi y viví en el campo de refugiados de Oinofyta, al norte de Grecia, donde fui como voluntaria por 12 días, por Adventist Help, para ayudar a recaudar fondos y voluntarios para ayudar a personas que lo dejaron todo por salvar sus vidas y las de sus pequeños hijos. Muchos de ellos son discriminados en países de Europa, son vistos como estorbo. Quiero decirles, en mi experiencia, a mis lectores que ellos son las personas más maravillosas, cariñosas, hospitalarias que he visto. No podemos generalizar. No son terroristas como he escuchado decir en la ignorancia de algunas personas. Ellos son seres humanos como tú y como yo, sedientos de amor, comprensión y ayuda de todo tipo.

El hecho de tan solo abrazarlos, llorar con ellos, jugar con los niños, acariciar sus rostros hace una diferencia gigante. Por favor, abran las fronteras, abran sus corazones. No basta decir: Dios te bendiga, ¡No! Tú y yo somos las manos de Jesús en esta Tierra, para ayudarlos, y podemos hacer mucho por ellos. Por favor, ayúdanos aunque sea a mantenerlos saludables y a sacarles una sonrisa. Dona ahora y cambia sus vidas. Hasta la contribución más pequeña hará la diferencia. Por mi parte, puedo decir que la otra mitad de mi corazón llegó para quedarse con ellos. No sé cómo explicarlo. La experiencia como voluntario en el campo de refugiados te cambia la vida, porque aprendes a vivir con poco o con nada y dar a quienes no pueden retribuirte. Es simplemente, maravilloso.

¿Qué es Adventist Help?

Es el proyecto de la Iglesia Adventista, en Europa, sustentado por donaciones y voluntarios del área de la salud que velan por el bienestar de los refugiados. Se necesita urgente profesionales de la salud con inglés fluente que puedan donar su tiempo para nuestros hermanos refugiados. Se necesita, también, con suma urgencia de una silla odontológica con los instrumentos necesarios. Dona ahora. No hay tiempo que perder, debemos salvar vidas para que a través de tus manos ellos vean el amor de Jesús y nuestro Señor vuelva pronto.

Lea también: Obstetra relata la situación de las mujeres refugiadas en Grecia

 

Carolyn Azo

Carolyn Azo

Desafíos espirituales

Reflexione sobre las vicisitudes de la vida en su caminar diario con Dios y sepa que aún existe esperanza.

Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Peruana Unión, trabajó en el canal internacional 3ABN, en Estados Unidos, y en varias instituciones adventistas y en la sede Sudamericana de la Iglesia Adventista. @karolineramosa