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¡Tan diferentes, pero tan parecidos! Jairo y la mujer del flujo sanguíneo

¿Qué se puede aprender del episodio de la reunión de Jesús con Jairo y la mujer que sufríó por 12 años de flujo sanguíneo sobre los desafíos humanos?


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Episodio de la mujer con flujo sanguíneo y Jesús contrasta con la situación de la muerte de la hija de Jairo. (Foto SUD)

Vivimos en una sociedad de contrastes sociales, económicos, cognitivos, religiosos, etc. Aun así, por detrás de las claras diferencias hay muchos elementos de proximidad. El relato bíblico de Marcos 5:21-43 nos hace reflexionar justamente sobre este tema. A pesar de las diferencias, somos más parecidos de lo que nos imaginamos. Y lo mejor: Jesucristo quiere salvar a todos.

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Contrastes y nombre

La primera persona es presentada con un nombre específico: Jairo (v. 22). El significado del nombre es: “aquel a quien Dios ilumina”. Ciertamente, ese es un nombre precioso, y al dueño de ese nombre le debe haber gustado que lo llamaran así. “¿Cuál es su nombre?”. “Me llamo ‘Aquel a quien Dios ilumina’”. ¡Es espectacular!

La segunda persona es presentada sin nombre, solo como “una mujer” (v. 25). Este no es un mero detalle. Destaco cuatro aspectos sobre el nombre: (1) En la cultura judía los nombres son importantes. (2) Los hebreos valoraban mucho hacer la línea genealógica, y para eso era necesario tener un nombre específico a fin de constar en la lista. (3) El nombre genera identidad. (4) Las personas sin nombre son sinónimo de personas sin identidad.

El escritor bíblico podría haber mencionado el nombre de la mujer, así como mencionó el nombre de Jairo. Pero parece que él omite el nombre para generar este marcado contraste, y con eso nos da un mensaje: ¡Hay personas sin nombre por ahí! Y aquí es necesario reflexionar: ¿Cómo trató Jesús a los sin nombre? ¿Cómo hemos tratado nosotros a los sin nombre? La sociedad está llena de personas sin nombre. Estas personas merecen un trato especial, así como tratamos a los que tienen nombre.

Condición

Jairo era uno de los jefes de la sinagoga (v. 22). Y esa sinagoga probablemente quedaba en el margen occidental del Mar de Galilea. El hecho de ser jefe de la sinagoga indicaba que él tenía una vida social. Es que la sinagoga era un espacio de convivencia, de interacción, de contacto entre las personas, de diálogo. Además de todo, Jairo tenía poder, pues en una sociedad centrada en la religión, ser jefe de una sinagoga significaba tener poder, influencia y espacio entre los importantes.

La mujer enferma no tenía vida social, y no tenía poder. Estaba sola. En gran medida eso se debía a su enfermedad. Ella tenía hemorragia, o flujo de sangre; ella perdía sangre. La consecuencia fatal del flujo de sangre era el aislamiento social, pues la ley ceremonial indicaba que la mujer que sufriera hemorragia constante sería inmunda. Es decir, sería apartada de la convivencia de la comunidad (Levítico 15:19, 25). En una sociedad comunitaria, ser aislado de la convivencia social era una maldición. En una sociedad patriarcal, ¿cómo se mantendría una mujer aislada de la sociedad? ¿Cómo es vivir lejos de todos, incluso de la propia familia?

Hay un aspecto más: Esta señora, además de perder su salud, había perdido todas sus posesiones materiales (v. 26). Y aún más: En el libro El Deseado de todas las gentes, Elena de White dice que esta mujer sufría “de una enfermedad que hacía de su vida una carga” (p. 311). Aquí hay un enorme contraste: Jairo tenía una vida de poder y una vida social; esta señora no tenía ningún poder, y ninguna vida social; para ella la vida era una carga.

Adoración

Debido a su condición social, Jairo tenía la libertad de adorar públicamente, y por eso él se postra a los pies de Jesús (v. 22). Él no hace uso de subterfugios, no busca a Cristo escondido; no lo busca de noche, ni obra detrás de bambalinas. Él públicamente se arrodilla ante Jesús y hace su pedido.

Debido a su condición social, la mujer no tenía libertad de adorar públicamente, pues era considerada impura, y todo lo que ella tocara se volvería impuro. No solo debía huir de las personas, sino que también todas las personas huían de ella (Levítico 15:25-27). Por eso ella llegó por detrás, escondida en medio de la multitud (v. 27). ¡Qué vida triste la de esa señora! Ella quería adorar, pero no podía.

Elena de White escribe que “entre la confusión no podía hablarle, ni lograr más que vislumbrar de paso su figura” (El Deseado de todas las gentes, p. 311). Ninguno de nosotros es capaz de entender plenamente la condición de esta mujer, porque ninguno de nosotros está impedido de acercarnos a Cristo. Todos nosotros podemos adorar a Dios y acercarnos a él en cualquier momento; pero en la sociedad en la que esta mujer vivía, ella no podía adorar a Cristo de cerca.

Aceptación

Por su condición social, las personas animaban y alentaban a Jairo (v. 35); sufrían con Jairo. Las personas comprendían a Jairo y se compungían con él. Las personas simpatizaban con Jairo.

Por su condición social, las personas desanimaban a la mujer. ¡Claro! ¿Quién animaría a alguien impuro a encontrarse con el Maestro? ¿Quién tendría simpatía por un enfermo, en una sociedad en que la enfermedad era un castigo de Dios? ¿Quién tendría simpatía por un enfermo, en una sociedad en la que estar enfermo era una clara señal de que la persona había cometido un pecado gravísimo?

Desafíos similares

Es extraordinario observar que, ante los tres desafíos esenciales de estas dos personas, Cristo les ofrece las mismas respuestas.

Desafío 1: Carrera contrarreloj

Jairo pide con insistencia y desesperación: “Mi hija está muriendo” (v. 23). La situación es preocupante y no hay tiempo que perder; cualquier minuto desperdiciado puede ser fatal. ¿Qué hace Jesús? “Fue, pues, con él” (v. 24). Esto es, Jesús le dedica tiempo, atención, cuidado.

Jesús estaba pasando cerca, por lo tanto, era una cuestión de ahora o nunca. Y tenía que salir bien en la primera oportunidad, ya que, si las personas descubrían que ella era inmunda, no habría una segunda oportunidad. Además, ella ya había tenido muchas otras oportunidades, y posiblemente no aguantaría esperar más, enfrentar otra decepción más, enfrentar otra decepción. ¡Ella ya había esperado doce largos años! Hay un momento en el que la esperanza se agota. ¿Qué hace Jesús? Jesús prestó atención al toque, paró en medio de la multitud, invirtió tiempo en ella (v. 30). En ambos casos, la respuesta de Cristo fue exactamente la misma: les dedicó tiempo, atención y cuidado:

Para el hombre y la mujer: tiempo, atención y cuidado.

Para el famoso y la ilustre desconocida: tiempo, atención y cuidado.

Para el querido del pueblo y la rechazada de la sociedad: tiempo, atención y cuidado.

Para la persona influyente y poderosa y para la mujer que no tenía poder alguno: tiempo, atención y cuidado.

Desafío 2: Miedo

Marcos usa la palabra phobeo, que significa “estar dominado por el espanto”, “estar aterrorizado”. Jairo estaba aterrorizado, porque su hija murió, y, con eso, murió gran parte de su alegría. ¿Qué hace Jesús? Jesús le pide que cambie el miedo por la confianza (v. 36). La palabra para creer es pisteuo. El término es más que solo un simple asentimiento intelectual. Significa más que solo una fe intelectual. Jesús pide que Jairo confíe en que él es capaz de ayudar. Esta creencia es salvadora porque se fundamenta en Cristo. Creer es creer con total convicción.

Cuando la mujer fue descubierta en medio de la multitud, también tuvo miedo (v. 33). ¿Qué hace Jesús? “Hija, tu fe te ha hecho salva” (v. 34). Pistis es tener una profunda convicción; convicción de que Dios es el proveedor y dador de la salvación.

Tanto al hombre como a la mujer Cristo les pide y ofrece confianza.

Tanto al hombre como a la mujer Cristo les pide que tengan fe salvadora, que se fundamenta en los méritos de él.

Tanto el hombre como la mujer sentían miedo, y Cristo responde exigiendo confianza.

Para quien está con miedo, el remedio no es la valentía, el valor o la determinación, porque estos comportamientos se fundamentan en lo que nosotros hacemos, o en cómo nos comportamos. Para quien tiene miedo, el remedio es la confianza, no en lo que tenemos o somos, sino en lo que Cristo es y en lo que él puede hacer.

Desafío 3: Expectativa de futuro

Jairo estaba luchando contra un problema de salud de su hija. Y la hija termina muriendo. ¿Cómo va a encarar la muerte de alguien a quien ama? ¿Cómo será la vida sin su niña? El futuro era sombrío. ¿Qué hace Jesús? Resucita a la muchacha (v. 41-42). En un instante, el futuro de Jairo cambia de dirección.

La mujer estaba luchando contra un problema de salud propio. Y ya habían pasado 12 años. ¿Será que tendría que enfrentar otros 12? ¿Podría aguantarlos? ¿Hasta cuándo va a soportarlo? Su futuro era sombrío. ¿Qué hace Jesús? Cura a la señora (v. 28, 34). En un instante, el futuro de esta mujer cambia drásticamente.

Proximidad

Las diversas semejanzas entre estas dos personas tan diferentes nos colocan ante una realidad: independientemente de quién seamos, y cuán diferentes seamos, y qué tan distantes parezcamos, hay muchos factores que nos unen. Y esto nos hace similares.

Está claro que al lidiar con las personas no podemos ignorar las diferencias; después de todo, es un grave error tratar de la misma forma a los que son diferentes. Mientras tanto, considerando que hay muchos factores que nos unen, no podemos ser negligentes con respecto a las acciones que consideran la semejanza entre las personas.

En este sentido, necesitamos recordar una verdad universal: somos diferentemente iguales. Es por eso que, en este texto de Marcos, la narrativa se centra no en las diferencias de las realidades que vivían Jairo y la mujer enferma, tampoco en las semejanzas entre ellos, sino en la ofrenda similar dada a ambos.

Por todo lo que se dijo, olvide las particularidades de cada historia, olvide las diferencias entre las personas de la historia, y observe que tanto Jairo como la mujer sin nombre se vuelven iguales en tres aspectos o desafíos:

Tiempo que no se puede controlar.

Miedo por lo que está ocurriendo.

Expectativa de lo que ocurrirá en el futuro.

Palabras finales

¿Qué nos dice todo eso personalmente?

Dediquemos tiempo a las personas.

Transmitamos confianza, hablemos de confianza, enseñemos a confiar. Independientemente de la profesión de cada uno de nosotros, Dios nos llamó a ser agentes de salvación. Por eso, ¡renovemos nuestro compromiso personal de ser instrumentos redentores en las manos de Dios!

Adolfo Suárez

Adolfo Suárez

Escuchando la voz de Dios

Reflexiones sobre la teología y el don profético

Teólogo y educador, es el actual decano del Seminario Teológico Adventista Latinoamericano (SALT) y Director del Espíritu de Profecía de la DSA. Máster y Doctor en Ciencias Religiosas, con posdoctorado en Teología, es autor de varios libros y miembro de la Sociedad Teológica Adventista y de la Sociedad de Literatura Bíblica.