Pilato ante Jesús: Entre la eternidad y la conveniencia temporal
Aquella Pascua cuando Jesús fue acusado falsamente, Pilato no aceptó ser exonerado por la Justicia Divina, dejando pasar su oportunidad.

Aquel día festivo, solemne para la nación judía, no fue impedimento para que los líderes religiosos actuaran inescrupulosamente a fin de matar Jesús. El celo fanático los había llevado a determinar no sólo su muerte, sino también la destrucción de su legado (Marcos 3:6; 14:1,2). Para conseguir su propósito, usaron una maniobra política validada mañosamente por el gran tribunal del Sanedrín, inculpando a Jesús de ser un sedicioso y opositor de la autoridad establecida. Las distorsiones y mentiras fueron elaboradas cuidadosamente por aquellos que se declaraban guardianes de la fe y defensores de la nación escogida.
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Tramado el plan, llevaron a Cristo al pretorio para ser juzgado por Pilato, el gobernante militar romano de la provincia de Judea nombrado por Tiberio hacía unos cuatro años.[1] Los líderes religiosos, creyendo poder compatibilizar su horrenda obra con la solemnidad de aquella celebración espiritual, avanzaron con su oscuro plan. Y es que la falsa hipótesis de que el “fin justifica los medios” es ya muy antigua y ha servido de seudo-justificación para algunos de los mayores crímenes de la historia.
Un encuentro redentor
Cada Pascua era especialmente inquietante para los romanos, tanto por la alta concentración de peregrinos en Jerusalén, como por la directa alusión de esta fiesta a la liberación del pueblo de Israel. Pilato fue incomodado esa mañana por asuntos que escapaban del orden jurídico romano y de los intereses del imperio. Recibió a los inoportunos visitantes e intentó persuadirlos para que resuelvan sus propios asuntos de forma interna. Sin embargo, ellos le hablaron de un crimen terrible digno de muerte y ejercieron toda la presión posible; fue algo difícil de ignorar.
Usando las atribuciones de su investidura, Pilato procedió a interrogar a Jesús preguntándole: ¿Eres tú rey de los judíos? (S. Juan 18: 33). Sus acusadores se inquietaron pues no querían que el gobernador conociera detalles o antecedentes que pusieran en entredicho la acusación.[2] El tono arrogante de Pilato tenía el afán de dejar claro quien ostentaba la autoridad. Por otra parte, el creía que Jesús era inocente y por lo tanto quería tomar el control de la situación, pues no dejaría que aquellos irritantes líderes religiosos le dijeran que hacer (S. Mateo 27:18).
Jesús intentó activar un diálogo redentor con Pilato, a fin de ofrecerle una oportunidad. No podía ser diferente, Cristo vino para salvar y en cada circunstancia Él veía la oportunidad para cumplir ese propósito. Trató de despertar en Pilato el interés por las cosas eternas y le respondió con otra pregunta ¿Dices esto de ti mismo, o te lo han dicho otros de mí? (S. Juan 18:34). El Espíritu estaba trabajando para que Pilato mirara dentro de sí y reconociera su condición pecaminosa. Pero no estuvo dispuesto a dejar de lado ni por un momento su vocación de estratega político y su orgullo pudo más. Esto nos recuerda que el cielo con sus mejores armas y todos sus recursos nunca obligará a nadie a creer. Dios llama nuestra atención, trata de persuadirnos, pero jamás forzará nuestra conciencia.
Durante el interrogatorio, Pilato demostró cierta simpatía e interés en Cristo, por lo que preguntó: ¿Qué es la verdad? (Juan 18:38). Una inquietud contenida que quizá había dormido por largo tiempo en su conciencia. Pero su corazón estaba dividido. Amaba las ventajas de su posición y no estaba dispuesto a renunciar al poder, los privilegios y las atenciones sociales vinculadas al cargo. Después de ese momento de lucidez, vino a su mente la apremiante preocupación por encontrar una solución política ingeniosa para el problema en cuestión. Antes de que Jesús siquiera esbozara una respuesta, se levantó y salió para seguir lidiando con el asunto. Pilato estaba demasiado absorto en asuntos urgentes que no dio tiempo a lo más importante, aquello que podría cambiar su destino eterno. A partir de ese momento decidió actuar como siempre, fiel a sus convicciones personales, confiado en sus capacidades de hombre de estado.
Un hecho extraordinario ocurrió mientras se desarrollaba el juicio. El Evangelio de Mateo (27:19) registra que la esposa de Pilato le envió un mensaje alertándolo de que a través de sueños fue impresionada de que Jesús era justo e inocente. La oración silenciosa de Cristo había sido contestada.[3] Esta poderosa señal divina impresionó profundamente a Pilato, pero después de una corta lucha interna decidió ignorarla; la presión de los líderes judíos fue más apremiante.
Una oportunidad perdida
Al lavarse las manos Pilato creyó exculparse de su error consciente, pero el agua no limpia la culpa. La verdadera justicia no puede acomodarse a nuestros intereses, no podemos manipularla, no podemos usarla a nuestro antojo. Cuando Dios nos llama y nos muestra el camino correcto, las excusas no sirven absolutamente de nada. Aunque una excusa calme momentáneamente la conciencia de quien la usa, esta terminará desvaneciéndose como la niebla matinal delante de la luz de la verdad. Este hecho inevitable representará aún una oportunidad de arrepentimiento para quién reconoce su error o provocará culpa y remordimiento que drenará el ser hasta la muerte.
Después de entregar a Cristo a la muerte Pilato no sintió verdadero pesar, pero cuando supo de su resurrección no volvió a tener paz jamás.[4] Algunos años más tarde Pilato fue destituido de su cargo y convocado a Roma por su proceder violento y cruel contra los samaritanos. Después del año 36 d.C. no se sabe nada más de él, se asume que murió.[5] Fuentes extrabíblicas y la tradición nos dicen que tuvo un final lamentable. Una de las hipótesis probables es que se habría quitado la vida.[6] El hombre que autorizó la muerte de Cristo, que estuvo en audiencia con el Salvador del mundo se transformó en una triste y eterna pérdida. Es increíble que este sagaz negociador eligió dejarse presionar y engañar por el falso testimonio de los líderes corruptos, pero rechazó la persuasión amorosa de Cristo y del Espíritu Santo.
Todos debemos elegir
Al recordar a Pilato, quizá el romano más tristemente célebre de la historia, entendemos que su mayor error no fue autorizar la crucifixión, ya que Cristo debía morir de algún modo, sino que fue dejar de hacer todo el bien que podía y rechazar la oportunidad salvación ofrecida. Hoy también debemos decidir si pasaremos a la historia por nuestra indecisión o por nuestra clara determinación de seguir a Cristo. Si aprovecharemos la oportunidad de salvación o si por conveniencia o intereses temporales despreciaremos la eternidad. Dios es compasivo y usa todos los recursos necesarios a fin de llamar nuestra atención. El destino de cada persona es un asunto serio para El y no descansará hasta haber agotado todas las posibilidades. ¡No dejes pasar tu oportunidad hoy!
Josué Espinoza es secretario ministerial asociado de la sede sudamericana adventista.
Referencias:
[1] Siegfried, Horn. Diccionario Bíblico Adventista, p. 932.
[2] White, Elena. Cristo Nuestro Salvador, p. 111.
[3] White, Elena. El Deseado de todas las gentes, p. 680.
[4] White, Elena. El Deseado de todas las gentes, p. 728.
[5] Messori, Vittorio ¿Padeció bajo Poncio Pilato? 1994. RIALP, p. 194.
[6] Siegfried, Horn. Diccionario Bíblico Adventista, p. 932.
[7] Juan 18:28 - 19:16 / Reina Valera 1995. Sociedades Bíblicas Unidas.