El dilema de Malinowski
Breves reflexiones sobre el actual conflicto entre Rusia y Ucrania.
De mis clases de Antropología siempre recuerdo aquella historia del gran antropólogo polaco Bronisław Malinowski, fundador de la antropología social británica a partir de la metodológica basada en la experiencia personal del trabajo de campo.
La Primera Guerra Mundial sorprendió a este investigador en unas lejanas islas del Pacífico Sur. El brutal enfrentamiento bélico se extendería entre 1914 y 1918 y arrojaría el penoso resultado de diez millones de muertos.
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En este interín, y en pleno proceso de su investigación antropológica, Malinowski conversó con un anciano, miembro de uno de los grupos caníbales de la zona. Al comentarle sobre la guerra y las muertes en Europa, el caníbal le preguntó qué hacían los blancos con tanta carne. Con aires didácticos, Malinowski le explicó que en las regiones occidentales no existía el consumo de carne humana y que esto constituía un rasgo de civilización que los alejaba de la barbarie. Perplejo, el caníbal argumentó: “Pero si no los comen, ¿para qué los matan?”
Silencio. Malinowski no pudo contestarle nada.
Conflicto actual
Es que la guerra hunde a la llamada “civilización” en contradicciones insondables. El reciente conflicto entre Rusia y Ucrania dejó expuesta (una vez más) la inhumanidad del hombre para con el hombre.
Lo sabe Eugene, de 27 años, quien huyó de la ciudad de Jarkov hacia Lviv escapando del fuego ruso pero luego vio por las noticias cómo un misil impactó y destruyó el edificio municipal de su ciudad y el departamento donde vivía, que estaba al lado.
Lo saben los padres de Alisa Hlans, una niña que dentro de tres meses hubiera cumplido ocho años y murió en el ataque con misil al jardín de infantes de Okhtyrka, localidad que se encuentra a 6 horas al este de Kiev. A Alisa, se suman Polina, Ivan, Sofia y otros niños cuyas muertes se han registrado. Lamentablemente hay muchos más.
Lo sabe Maksim Ostrovsky, de 25 años, pastor adventista en Ucrania que vive y sirve en la Iglesia de Jarkov. Tanto él como varios hermanos están refugiados en el subsuelo del templo, al supuesto amparo de los ataques. Mientras tanto, él se dedica a brindar asistencia espiritual a las personas y orar por ellas. También, organiza actividades y juegos para que los niños mantengan la calma.
Lo saben cientos de esposas que, con lágrimas de angustia en los ojos despiden a sus maridos que se alistarán en el ejército ucraniano.
Lo saben los miles de hacinados en las estaciones de trenes que huyen hacia Polonia dejando sus casas, sus pertenencias y sus objetos queridos. Todo por valorar la vida. De eso se trata.
Lecciones de la guerra
Nada positivo hay en una guerra, pero si de toda situación podemos extraer algunas lecciones, bien pueden ser las siguientes:
1. Nadie tiene la vida asegurada: La finitud de nuestra frágil existencia es clara. En cualquier momento podemos morir. Amerita entonces estar preparados hoy para el cielo, teniendo nuestra vida y nuestros asuntos en armonía con Dios y con nuestros prójimos.
2. En cuestión de días (y hasta de horas) nuestra situación puede cambiar: Esto implica que el viraje puede ser para bien o para mal. Sea para donde sea, debemos estar listos y tener la sabia adaptación a las imprevistas circunstancias.
3. Las crisis generan oportunidades de servicio: Muchos ciudadanos civiles ucranianos se alistaron en el ejército para pelear por su país. Asimismo, naciones como Polonia recibieron a miles de personas que huían de los horrores de la guerra. Por otra parte, decenas de organizaciones no gubernamentales y muchos voluntarios se pusieron manos a la obra para asistir a los refugiados.
4. Si alguna vez pensamos que con la declinación de la pandemia el mundo sería un lugar mejor, este nuevo conflicto mundial nos devolvió la angustia. No obstante, también renovó nuestra fe. A la luz de Mateo 24, esta guerra es una señal más de nuestra mayor esperanza: La segunda venida de Cristo.
Reflexión bíblica
Todo indica que hoy el mundo es un lugar complicado. En realidad, desde Génesis 4 el mundo es un lugar complicado. La irrupción del pecado destrozó toda la felicidad que nuestro Creador tenía prevista para nosotros.
Elena de White ya lo había anticipado: “El mundo se está volviendo más y más anárquico. Pronto una gran angustia sobrecogerá a las naciones, una angustia que no cesará hasta que Jesús venga. Estamos en vísperas del tiempo de angustia y nos esperan dificultades apenas sospechadas. Nos hallamos en el mismo umbral de la crisis de los siglos. En rápida sucesión se seguirán unos a otros los castigos de Dios: incendios e inundaciones, terremotos, guerras y derramamiento de sangre” (Eventos de los últimos días, p. 12).
Sin embargo, lejos de fijar nuestros ojos en las calamidades globales y en los cotidianos sucesos terribles, es tiempo de fijar nuestros ojos en Dios. Solo en él encontraremos paz y salvación.
El consejo de San Pablo es preciso: “Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria. Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia, ven las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas. Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno” (Colosenses 3:2-10).
La renovación que Cristo nos ofrece es total. Toda nuestra vida puede ser restaurada. Dios tiene respuestas para el dilema de Malinowski.