La adoración en el altar familiar
Conoce la importancia del culto familiar diario y sus resultados a corto y largo plazo.
Cuando era tan solo una niña mis padres todos los días acostumbraban a juntarnos, como familia, para realizar el culto familiar al inicio del día y al anochecer. Es de allí que nace el deseo de compartir la importancia de “levantar un altar” familiar en el hogar, porque los resultados a futuro son sorprendentes. Esta práctica mantiene viva la presencia de Dios en cada uno de sus miembros. Para conocer lo que eso significa, es necesario profundizarnos, un poco, en lo que la Biblia dice al respecto.
En el contexto del gran conflicto cósmico, Lucifer cuestionó el carácter de Dios en dos aspectos: la obediencia a la ley de Dios y la adoración. En cuanto a la obediencia presentó a Dios como un ser injusto, al dar leyes que limitaban la libertad de sus criaturas. En cuanto a la adoración presentó a Dios como un ser indigno de ser adorado por lo que Lucifer le disputó a Dios la facultad de ser adorado aludiendo que como querubín perfecto él también debía ser adorado.
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El último mensaje de Dios al mundo y específicamente a cada una de las familias cristianas de los últimos días es un llamado imperativo a “Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas” (Ap 14:6-7).
En este contexto se aborda aquí el tema de la “adoración y el culto familiar” teniendo en cuenta tres implicancias:
- ¿A Quién adorar?
- ¿Cómo adorar?
- ¿Por qué adorar?
Definición de adoración:
El término adoración del hebreo shejah aparece 101 veces en el Antiguo Testamento y significa “inclinarse profundamente”, “postrarse en tierra” (Gn 18:2). Gesto para expresar “respeto” o “reverencia a un superior”, “adoración a la divinidad”.[1]
Otros términos relacionados con la adoración en la Biblia son: abad “servir” (2 Rey 10:19), halal “alabar” (Sal 48:1); Barak “bendecir”, “hablar bien de” (Sal 63:4); kabod “gloria”, “valor”, “dignidad”; etc.
En el griego adoración es proskuneo y significa “postrarse uno mismo delante de”, “reverenciar”, “saludo respetuoso”, “homenaje”, “honor y devoción con acción de gracias”.[2]
Oscar Plenc cree que una definición de adoración debe abarcar los seis vocablos bíblicos básicos: a) homenaje, b) servicio, c) reverencia, d) glorificación, e) alabanza, f) bendición.[3]
- ¿A QUIEN ADORAR?
Como se menciona en la introducción de este artículo fue un ser creado como Lúcifer quien cuestionó la adoración que correspondía exclusivamente a Dios, para centrarla en sí mismo. Las declaraciones de Isaías y Ezequiel así lo atestiguan (Is 14:13-14; Ez 28:17). El análisis de cada uno de los verbos tanto de Isaías como de Ezequiel están centrados en el “yo”: subiré, levantaré, me sentaré, seré; todo a causa de su hermosura, sabiduría, esplendor; etc.
White , escritora nortamericana, declaró que Lucifer “Descontento con el puesto que ocupaba, a pesar de ser el ángel que recibía mas honores entre las huestes celestiales, se aventuró a codiciar el homenaje que solo debe darse al Creador”.[4]
Como resultado de esta rebelión iniciada por Lúcifer en el centro mismo del universo, la tercera parte de los ángeles decidieron dejar de adorar a Dios, tal como lo declara el vidente Juan al contemplar las escenas del gran conflicto:
“También apareció otra señal en el cielo: he aquí un gran dragón escarlata…y su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo, y las arrojó sobre la tierra”. (Ap 12:3-4).
Al no haber podido establecer su trono en el cielo, logró establecerlo aquí en la Tierra, donde es adorado a través de personajes e instituciones a quienes él mismo les ha dado “su poder, su trono y grande autoridad” (Ap 13:2). Estos que le adoran aquí en la tierra son “todos los moradores cuyos nombres no están escritos en el libro de la vida del Cordero” (13:8).
Su atrevimiento para procurar ser adorado no conoce límites, pues cuando Jesús estuvo en el desierto en ayuno y oración, Satanás usando siempre de su astucia le propuso al Hijo de Dios que le daría todos los reinos del mundo, con una sola condición, que Jesús se postrase y lo adorase (Mt 4:8-9). Gracias a Dios Jesús salió victorioso por el poder de su Palabra al declarar: “Vete Satanás, porque escrito está: al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás” (4:10).
En resumen, la respuesta de Jesús esclarece la pregunta ¿a quién adorar? Aun cuando haya muchos que han doblado sus rodillas ante el trono de Satanás (Ap 13:8), Dios tiene en estos últimos días un remanente sobre quien está la ira del dragón, estos son: “los que guardan los mandamientos y tienen el testimonio de Jesucristo” (12:17).
- ¿COMO ADORAR EN LA TIERRA?
Desde los albores de la existencia de la humanidad, los hijos de Dios han tenido que decidir entre adorar a Dios a su manera o adorarle de acuerdo a cómo Dios merece que se le adore.
- Abel decidió adorar a Dios ofrendando el Cordero que prefiguraba al Mesías:
“Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda” (Gn 4:4).
- Caín decidió adorar a Dios a su manera:
“Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda a Jehová… pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya” (Gn 4:5, 3).
La actitud de adoración que manifestaron Caín y Abel en su acercamiento a Dios, han sido los referentes a lo largo de la historia de la humanidad que han marcado la diferencia entre los verdaderos adoradores y los falsos adoradores.
Sin embargo, como lo dijera Eduardo Nelson, la manera como la gente adora a Dios está determinado por su concepto acerca de Dios.[5] ¿Cuál era por tanto el concepto que Caín y Abel tenían acerca de Dios? Para contestar a estas preguntas léase lo que White declaró al respecto:
“Caín y Abel, los hijos de Adán, eran muy distintos en carácter. Abel poseía un espíritu de lealtad hacia Dios; veía justicia y misericordia en el trato del Creador hacia la raza caída, y aceptaba lleno de agradecimiento la esperanza de la redención. Pero Caín abrigaba sentimientos de rebelión y murmuraba contra Dios”.[6]
El sacrificio de Cristo como el centro de adoración a Dios
Abel había aprendido de sus padres que la verdadera adoración estaría centrada en lo que Cristo haría a través de su sacrificio en favor de los pecadores y no en lo que los hombres podían hacer en favor de Dios.
Un sentimiento de profunda gratitud y reverencia debería embargar a los verdaderos adoradores que se acercan a Dios cada día para adorarle, ya sea en forma personal, grupal (familiar o en grupo pequeño), o institucional como iglesia.
Jesús nuestro modelo de cómo adorar
La verdadera forma de adorar está expresada por las palabras de Jesús a la mujer de Samaria: “Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren (Jn 4:23-24).
La mayor parte de judíos así como de samaritanos en los días de Jesús estaban centrados en el lugar de adoración. Ellos, a semejanza de Caín, estaban llenos de odio y envidia hacia sus prójimos y solo buscaban su exaltación personal. Estos judíos creían que por lo que hacían estaban haciendo obras meritorias que les ganarían el favor de Dios.
Lo que importa es cómo se rinde culto y no dónde. Es decir, la verdadera adoración emana del corazón con toda sinceridad, con las más excelsas facultades intelectivas (Ro 12:1) y no depende de formas rituales realizadas en algún lugar particular (Mr 7:6-9). [7]
Referencias
[1] Luis Alonso Shokel, Diccionario Bíblico Hebreo-Español (Madrid: Editorial Trotta, 1999), 755, 756.
[2] Michael S. Bushel, Michael D. Tan y Glen L. Weaber, Bible Work, software version 8.0 (Norfolk, VA: Bible Work, 2010).
[3] Daniel Oscar Plenc. El culto que agrada a Dios: criterios revelados acerca de la adoración (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2007), 28.
[4] Elena G. de White. Patriarcas y Profetas (Buenos Aires, Argentina: Casa Editora Sudamericana, 1985), 13-14.
[5] Eduardo Nelson G. Que mi pueblo adore: Bases para la adoración cristiana (El Paso, Texas: Casa Bautista de Publicaciones, 1986), 21, 23.
[6] White. Patriarcas y Profetas, 71.
[7] Francis D. Nichol. Comentario Bíblico Adventista del Séptimo Día. Trad. Victor Ampuero Matta (Buenos Aires, Asociación Casa Editora Sudamericana, 1987), 5: 917-18.