Vida para las ciudades
Aunque la violencia y los problemas sociales parecen prevalecer, Dios tiene planes para quienes viven en el entorno urbano.
Nací en la ciudad más grande de Brasil. Pasada la infancia, mi familia y yo fuimos a vivir en la más pequeña y más lejana comunidad rural. Durante ocho años de mi juventud no viví en ninguna ciudad. Después de eso, he vivido en más de diez municipios brasileños. Y pude constatar que todos estos lugares tienen una característica en común con una ciudad que Jesús frecuentaba (Lucas 13:31-35).
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Por lo menos dos veces, Jesús hizo un pronunciamiento sobre Jerusalén y lloró por ella. Su llanto no era preocupación por él, sino el sentimiento de compasión al saber que, por no hacer mejores elecciones, los ciudadanos en los cuales estaba pensando estaban condenados a un triste final. Este conflicto también estaba siendo sentido por Cristo que, mientras hacía su declaración, vislumbraba en su mente, la muerte que sufriría en esa misma ciudad. Incluso así tenía planes para Jerusalén.
Dios conoce los problemas urbanos
Violencia doméstica, actos terroristas, corrupción política, código penal transgredido, aumento del uso de drogas y sus consecuencias, violaciones a los derechos humanos, prejuicios, congestionamiento, asaltos, secuestros, hospitales llenos, filas inmensas en cualquier parte. He ahí los problemas de los cuales, como sociedad urbana, no tenemos cómo escapar de sus consecuencias, o incluso de ellos mismos. Todos sufrimos los problemas urbanos. Incluso aquellos que viven en comunidades rurales, indirecta o muchas veces fuertemente son alcanzados por los males generados en las grandes ciudades. Pero los urbanos lo sienten en la piel. Sin embargo, en la Biblia, Dios nos da esperanza.
Hay un Dios de amor, poderoso, capaz de entender los temores que usted enfrenta en este contexto urbano en el que vive. “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! […] Cuántas veces quise juntar a tus hijos […]… y no quisiste!” (Lucas 13:34). Los hijos de Dios están sujetos a la posibilidad de vivir en contextos urbanos indeseables.
El Salmo 137 es un poema de lamentación que expresa el clamor de los judíos que estaban exiliados en Babilonia, y extrañaban Jerusalén. Babilonia era la ciudad detestable. Jerusalén era la ciudad deseable. Así como Jesús lloró al pensar en una ciudad, los israelitas declararon que “Junto a los ríos de Babilonia, allí nos sentábamos, y aun llorábamos, acordándonos de Sion” (v. 1).
Por haber hecho el mal a los hijos de Dios, la ciudad de Babilonia también estaba destinada a ser “desolada” (v. 8). Pero Jesús no se intimidó para exclamar lo que sentía. Él sentía las lamentaciones de sus hijos también. Dios conoce los problemas urbanos. Él sabe de los problemas sociales, de la injusticia, la violencia y el rechazo que experimentamos. El Maestro sufrió eso en carne propia. Si usted está sufriendo por los problemas de la sociedad en la que vive, no se prive de clamar. Dios no se molestará por eso. Al contrario, él lo entiende.
Dios lucha contra los problemas urbanos
“¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina a sus polluelos debajo de sus alas [...]!” (Lucas 13:34). Aquí, vemos la gracia de Dios extendida, incluso hacia donde la corrupción se esparció con violencia. Si una gallina está en un bosque en llamas con sus pollitos, primero ella hace el intento de quitarlos de ese lugar. Pero si las llamas ocupan todo el lugar, y no tienen hacia dónde correr, automáticamente, ella decide protegerlos debajo de sus alas. Eso ya ha sucedido muchas veces. Incluso, en situaciones de ese tipo, luego del incendio, se ha encontrado a la gallina muerta, pero con los pollitos vivos debajo de ella, sin quemaduras.
En un orden lógico, los problemas pueden tener un origen y una solución definitiva. Pero entre estos dos extremos, está usted, teniendo que vivir su día a día. La pelea de Dios para amenizar el dolor de los ciudadanos y de la sociedad es insistente pero también cariñosa. Él se preocupa por nuestros sentimientos, y tiene paciencia con nosotros. Él espera por nosotros. “Ojalá pudiéramos ver las necesidades de estas grandes ciudades como Dios las ve”.[1]
Dios permite las consecuencias de los problemas urbanos
Cuando los seres humanos se alejan de Dios y lo rechazan, la consecuencia es el caos colectivo (Lucas 13:35). El pecado establece una barrera de separación entre el hombre y Dios (Isaías 59:2). Sodoma y Gomorra son una prueba de que, sin Dios, la sociedad se puede autodestruir. Incluso hasta el pueblo de Dios puede perecer por dejar de conocerlo (Oseas 4:6).
Dios promete llevar a aquellos que lo aceptan a vivir en una ciudad de paz (Foto: Shutterstock)
Por otro lado, la nación que busca a Dios es feliz (Salmo 33:12). Al mirar el mapa de la historia mundial a largo plazo, podemos ver la deuda que tienen tantos países, por su éxito, para con la búsqueda bíblica que hicieron en el pasado. El tiempo en el que la calamidad tomará el control de las grandes ciudades y estas serán dejadas a vivir las consecuencias de sus elecciones impenitentes está cerca.[2] La separación de Dios es una elección humana, y él respeta el libre albedrío.
Dios nunca renuncia a la ciudad
Cierta leyenda cuenta que una niña huérfana se encariñó con una señora, y su padre se casó con ella. Cuando el padre viajó, la madrastra maltrató a la niña y la enterró, dejando la cabeza afuera. El padre volvió y fue notificado de que la niña había huido. Pero cuando rastrillaron el patio, la niña gritó y fue socorrida. Quien tuvo que huir fue la malvada madrastra.
En nuestra generación, puede ser que la sociedad no acepte a Jesús, pero él volverá a un reino de paz (Lucas 13:35). De acuerdo con Russell Norman Champlin, este texto es una alusión a “la segunda venida de Cristo”. Por un tiempo, el mal aparentemente prevalece. Pero un día, cuando Jesús vuelva a este mundo, el mal por fin será desterrado. Él volverá con las bendiciones para buscar a los buenos (de verdad) ciudadanos de este mundo para vivir en su Eterna Ciudad (Apocalipsis 21 y 22).
Finalmente, la supervivencia
Su ciudad está en la mira de Dios, porque él tiene un plan maestro para el contexto urbano en el que vivimos. Conociendo los problemas urbanos, Dios hoy dirige a las ciudades y les da la oportunidad de encontrar, en la presente generación, un camino de felicidad. Y aunque la actual generación no cambie para mejor, él vendrá a este mundo a establecer una sociedad feliz. Por eso, individual y colectivamente, debemos aceptar la invitación de Jesús para tener una sociedad con mejor calidad de vida. Nuestra búsqueda de Dios en este mundo es el pasaporte para un mundo en el que la vida será en una verdadera ciudad.
Aunque enfrentó problemas sociales, Jesús tenía su énfasis muy bien definido: trabajar para bendecir la vida de las personas que Dios había colocado bajo su influencia (Lucas 13:31-33). Decida usted también ser una bendición urbana, aunque estemos viviendo en un contexto que conspira contra el orden, la paz, la pureza y la verdad. Que a través de usted haya esperanza de vida para su ciudad. De esa manera se llevará a cabo la misión urbana de Dios.