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Comportamiento

Una nueva oportunidad de vivir

De la depresión al intento de suicidio, encontré en la familia y en Dios la fuerza que necesitaba para vencer.


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Comprenda los motivos que llevan a una persona a realizar intentos extremos de quitarse la vida y cómo actuar para ayudarla. (Foto: Shutterstock)

En una de las peores crisis de mi depresión, recibí el alta médica y tuve que volver al trabajo, aunque los síntomas de la enfermedad aún estuvieran presentes. Tomando mucha medicación, intentaba vivir normalmente, pero era imposible. La falta de concentración, de energía, y las alteraciones en el apetito y el sueño, me hicieron adelgazar mucho. Los días eran grises. Nada me motivaba. Dolor, angustia y soledad eran mis compañeros, y con ellos, una sensación de vacío, de culpa y falta de perspectiva. Los pensamientos de muerte me perseguían. Yo no vivía; apenas existía.

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En el trabajo estaba expuesta a una situación de conflicto y asedio en la que me sentía muy humillada. Una tarde de febrero de 2015, oí de labios de una asistente social que yo no podía trabajar en ese sector pues, aunque tuviera aptitud para el cargo, no me querían allí. ¡Me sentí como nada, vilipendiada, rechazada!

Ese día mi esposo iba a buscarme. Yo lloraba mucho, y con vergüenza de que alguien me viera en aquella condición, me encerré en el baño de mi lugar de trabajo. Una amiga comenzó a llamarme y a pedirme que abriera la puerta, pues sabía que mi estado emocional era grave. Me arrojé del tercer piso del edificio… y no vi más nada. No sé cómo fue. No vi la altura, no percibí el riesgo, no vi la caída. Recién volví en mí cuando ya estaba en el piso y me estaban socorriendo, con un terrible dolor a causa de las fracturas múltiples.

También sentí en aquel momento el dolor emocional, pues recordé a mi hija, Raíssa. Sentí que la muerte era segura y le dije a mi esposo: –Pídele a Raíssa que me perdone. Entonces, él me preguntó: ¿Por qué hiciste esto? Pide perdón a Dios. Hoy veo que esa frase fue una gran prueba de amor. En aquel momento, su mayor preocupación era mi salvación eterna. Él sabía que yo podría morir en pocos minutos.

Lucha para vivir

Entonces comenzó la lucha por la vida, ya que mi estado era grave. Tuve momentos de lucidez y de confusión mental durante varios días. Internada en la UTI, tenía hemorragia interna, quebraduras en pies, brazos, costillas, vértebras de la columna y la cadera. Tuve varias cirugías y transfusiones de sangre, e innumerables complicaciones, como trombosis y derrame en la pleura, membrana que recubre el pulmón.

Quedé en cama, perdí el movimiento de las piernas y utilicé pañales descartables. Permanecí en silla de ruedas durante meses. Fue un largo proceso de rehabilitación para recuperar mi movilidad. En aquella situación, volver a caminar era un sueño. Para lograrlo, pasé por otras ocho cirugías e internaciones. Llegué a quedar aislada durante 26 días; por las bacterias multirresistentes, no podía tocar a nadie.

Perdí parte del calcáneo, hueso de soporte del talón, y necesité sesenta sesiones hiperbáricas, una modalidad terapéutica basada en la presión y la oxigenación, para ayudar a curar las fracturas. Compartí momentos con muchas personas que luchaban por la vida, con sus cuerpos mutilados por las amputaciones. Todo fue aprendizaje. Todavía estoy en recuperación. Hoy, seis años y medio después, mi pie todavía necesita cuidados y no puedo hacer ninguna tarea en casa. Debo planificar cada actividad. Por ejemplo, quedarme sentada o de pie me causa dolores constantes y limitantes.

Sin embargo, he aprendido a dar gracias a Dios en cada logro. Fue un shock encontrarse cara a cara con la muerte y correr el riesgo de no volver a ver a mi familia. Aquel día del incidente entendí qué es lo realmente importante. Me di cuenta de que lo que ocurre conmigo incide, interfiere, en la vida de los que me aman; y no quiero verlos sufrir, ya sea por culpa, vergüenza o preconcepto. Me di cuenta de que quiero estar con ellos en muchos momentos. No quiero ser solo un triste recuerdo en la memoria de mi familia.

Otra perspectiva

Haber perdido la movilidad y necesitar ayuda para las actividades básicas me ha enseñado a agradecer por las cosas más simples, a reconocer que las cosas más importantes de la vida no se compran, y que no importa lo que piensen de mí o lo que hagan contra mí. Lo que importa es mi reacción ante las situaciones. Hoy sé que soy amada por Dios y por mi familia, que me cuidó en lugar de juzgarme. Cómo se brindaron por mí me dio fuerzas para luchar por la vida.

Vivir no es fácil, y cuando las enfermedades mentales nos atacan la lucha se hace más dura todavía, pues la batalla es contra un enemigo invisible. Hay mucho preconcepto y falta de información sobre estas enfermedades emocionales, al punto de que hablar sobre suicidio es un gran tabú; aun cuando cada año cerca de ochocientas mil personas se quiten la vida en todo el mundo. A decir verdad, es muy doloroso hablar del tema para una familia que perdió a alguien; o para quien sobrevivió, enfrentar el juicio de la sociedad.

En medio de todo este dolor, iniciamos el movimiento #todoscontradepressao (#todoscontraladepresión) en las redes sociales, porque me di cuenta de que las preguntas de la gente sobre mi experiencia de supervivencia no eran mera curiosidad, ni pretendían avergonzarme. La cuestión es que mucha gente se identificó con los sentimientos y las circunstancias que me llevaron a tomar la actitud desesperada que tuve.

Por eso, decidí abrir mi “caja negra”, a fin de dedicarme a la misión de ayudar a quien esté sufriendo. Seguimos juntos en este movimiento en favor de la vida, creyendo que es necesario pedir, aceptar y ofrecer ayuda cuando identificamos síntomas de las enfermedades mentales. Es necesario que estemos atentos.

En 2020, Dios me dio mi primera y, hasta ahora, única nieta: Luísa. Ser abuela es celebrar la vida a diario, y esto me ha ayudado a resignificar mis dolores. Estoy agradecida por estar viva y por ser testigo de pequeños grandes milagros. Hoy podría ser solo un triste recuerdo, pero Dios me dio una nueva oportunidad, y aquí estoy con mi familia.

 

Eliane Barros es funcionaria pública en Paulínia (SP).


Esta historia se publicó originalmente en la revista Basta de Silencio.