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Un llamado, una convicción

Aunque tenga sus desafíos, el ministerio pastoral es una gran oportunidad de colaborar activamente en el plan de salvación de la humanidad.


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En su trayectoria, el ministerio pastoral está lleno de bendiciones y oportunidades para servir. (Foto: Shutterstock)

Quiero compartir con usted, querido pastor, algunas de las preciosas lecciones que aprendí en el ministerio pastoral, comenzando por la convicción de mi llamado. Dos días antes de mi bautismo, que ocurrió el 14 de febrero de 1982, en Brasil, Mário Baptista, mi primer pastor adventista del séptimo día, me regaló el libro José Amador dos Reis: pastor e pioneiro [José Amador dos Reis: pastor y pionero].[i] En la dedicatoria, escribió: “Wilson, un buen libro puede hacer un hombre”. En otra ocasión, me preguntó directamente: “¿Por qué no hace Teología para ser un pastor?” Me confundió, pues, ¿quién era yo para todo eso?

Mientras servía como asistente de colportaje, área destinada para la promoción de literatura sobre salud y vida cristiana, en la sede de la Iglesia Adventista para el sur de Mato Grosso, el pastor Antenor Lino Macedo, sabiendo que me gustaba estudiar profecías y la historia de nuestra iglesia, disparó: “Guillermo Miller, no huya del llamado de Dios”. Yo oraba sobre el tema. El llamado decisivo a mi corazón vino de Neli, mi amada y querida esposa, a quien, después de Dios, más agradezco por el ministerio. Sabiendo lo que había en mi corazón, ella me preguntó: “¿Quieres cursar Teología y ser un pastor?” Respondí que sí, y pregunté el motivo de la indagación. Ella, entonces, subrayó: “Porque si es lo que quieres, voy a apoyarte”. ¡Gloria a Dios!

Seguros de su llamado

Oramos al Señor por su confirmación y dirección, pero alguien me dijo: “No vaya porque usted ya es obrero y recibe el 69% de la escala”. Otro me dijo: “Irá a ‘pastar’ allá. Quédese aquí, pues está bien”. Pasé algún tiempo en medio de las dudas. Mientras tanto, después de una noche sin dormir pensando en el llamado de Dios, tomé la decisión. Hice la inscripción para el examen de ingreso de Teología en el Instituto Adventista de Ensino, hoy Centro Universitario Adventista de Sao Paulo (UNASP), ubicado en Brasil. Al ser aprobado, alquilamos una casa pequeña en la región. Ingresé en la carrera en 1986. Una de mis primeras vacaciones de colportaje ocurrió desde la puerta de entrada de la referida institución, siguiendo por la ruta de Itapecerica da Serra hasta el puente João Días. En cerca de 12 kilómetros, el Señor me dio los recursos necesarios para estudiar. ¡Solo a él la gloria!

Estudiar bajo el liderazgo de los profesores Wilson H. Endruveit, Alberto R. Timm, Wilson Paroschi, Siegfried Júlio Schwantes, Orlando Rubem Ritter, Emilson Reis, José Maria Barbosa e Silva, Pedro Apolinário, Rubem Aguilar, Antonio Alberto Nepomuceno, Alcides Campolongo, Gérson Pires, Davi Bravo y José Iran Miguel fue una gran e inolvidable inspiración. Muchas veces, con mis queridos compañeros, percibimos que el “cielo bajó en el salón de clases”.

Al de 1989, recibí una carta del pastor David Moróz, presidente de la Asociación Sur Riograndense, sede de la Iglesia para el Rio Grande do Sul, dándome la bienvenida al ministerio adventista, e informando que yo serviría como pastor en el distrito de Palmeira das Missões. Fui ordenado cuatro años después. Nunca olvidé el poderoso sermón predicado en la ocasión por el pastor Reginaldo Kafler, evangelista de la Unión Sur Brasileña, la oficina administrativa responsable por el desarrollo de la Iglesia Adventista para Paraná, Santa Catarina y Rio Grande do Sul.

El apoyo y participación activa de mi esposa fue fundamental en mi ministerio pastoral. (Foto: Archivo personal)

Los años pasaron y el amor por Jesús y el ministerio me acompañaron. Pastoreé distritos, me desempeñé como director de departamentos en dos sedes administrativas, serví como profesor y director del Seminario Adventista Latinoamericano de Teología (SALT) en Ecuador, y del SALT de la Facultad Adventista de Amazonas (FAAMA), en el norte de Brasil. Tuve la oportunidad de cursar la maestría y el doctorado. Estoy muy agradecido a mi Dios y a mi Iglesia. Ahora ya cerca de la jubilación, Neli y yo sentimos que deberíamos comprar nuestra casa y pedir el regreso a la querida Asociación Paulista del Valle, cercana al litoral de Sao Paulo. Actualmente pastoreo el bendecido distrito Esperança, en la ciudad de Jacareí. En 2021, en el periodo fuerte de la pandemia de coronavirus, visité 190 familias. Entonces, nuevamente, viví algunas preciosas convicciones.

El ministerio es maravilloso porque el Autor y centro es Jesús. Lo que hacemos en esta amada Iglesia para Jesús nos alegra mucho y nos satisface porque él es la fuente de nuestro llamado y ministerio (Efesios 4:11). Las funciones son diversas, desde el que está comenzando hasta el experimentado en la instancia más alta. Esencialmente, quien nos une es Jesús. Observemos los hermanos que sirven voluntariamente con gran amor y alegría en la iglesia local. Ellos así lo hacen porque Jesús es la causa y el centro del sacerdocio de todos los creyentes. Por eso, nosotros también proclamamos con ellos las “virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9). “Una vez que la mirada se fija en él, la vida halla su centro. […] El deber llega a ser un deleite y el sacrificio un placer. Honrar a Cristo, asemejarse a él, es la ambición superior de la vida, y su mayor gozo”.[ii]

La verdadera motivación para el ministerio es el amor de Cristo. “En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Juan 4:9, 10). “El amor de Cristo—dijo Pablo, —nos constriñe” (2 Cor. 5:14). Tal era el principio que impulsaba su conducta; era su fuerza propulsora. Si alguna vez flaqueaba por un momento su ardor en la senda del deber, una mirada a la cruz le hacía ceñir de nuevo los lomos de su entendimiento, y avanzar en el camino de la abnegación. En sus labores por sus hermanos, fiaba mucho en la manifestación del amor infinito revelado en el sacrificio de Cristo con su poder subyugador y constreñidor”.[iii]

Nosotros, obreros más antiguos, tenemos que ser los más entusiasmados y repletos de gratitud a Dios por nuestro llamado y ministerio. La parábola de los trabajadores, en Mateo capítulo 20, siempre me desafía a reexaminar con temor los motivos de mi corazón, y amar supremamente a Jesús, el Señor de la viña. Paradójicamente, en la mencionada parábola, algunos de los obreros “más antiguos de la viña” fueron los más insatisfechos. Además de avergonzar a los más nuevos, parece que ignoraban el carácter de quien los contrató y los envió a la misión, pues, en lugar de manifestar sincera gratitud y alegría por el llamado, se consideran agraviados.

Movidos por el espíritu reacio de la meritocracia, desarrollaron ganancias financieras, al punto de reivindicar algunas monedas. Al final de la tarea, en lugar de celebrar, ellos se irritaron por la bondad del Señor de la viña, dispensada igualmente a los “postreros colegas”. El reino de los cielos, sin embargo, no es un pago a los trabajadores, y sí una herencia del Padre celestial a sus hijos. Como hijos, y buenos soldados de Cristo, trabajamos en sus “fuerzas armadas”, no por el sueldo, sino por amor, a fin de satisfacer a nuestro amado general, “que nos reclutó”, comisionó y envió al campo de trabajo (2 Timoteo 3, 4; Mateo 28:18-20).

Los pastores aman a Jesús, su Palabra, su ley, las doctrinas, la Iglesia, su mensaje y misión, porque Cristo vive en ellos. Aceptamos de corazón a Jesús como Señor y Salvador, y por su gracia, a semejanza del apóstol Pablo, afirmamos: “Porque yo por la ley soy muerto para la ley, a fin de vivir para Dios. Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:19, 20). Los pastores que aman supremamente a Jesús, además de amar su Palabra, ley, doctrinas, Iglesia, ministerio, mensaje, a los perdidos, y la noble misión de evangelizarlos, también son quienes más sacrificios voluntarios hacen por el Salvador. Para ellos “el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Filipenses 1:21). Ellos se sienten deudores tanto “A griegos y a no griegos, a sabios y a no sabios” (Romanos 1:14). Generalmente, trabajan animados más que otros, porque no son ellos, sino la “gracia de Dios” a través de ellos (1 Corintios 15:10). Realmente ellos no pueden “dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hechos 4:20).

Solamente para los pastores que de hecho aman a Cristo, el final será verdaderamente gratificante. Como sabemos, “la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto” (Proverbios 4:18). Así como lo fue para Jesús, nuestro gran pastor y ejemplo (1 Pedro 5:4), nuestra senda ministerial ocasionalmente podrá pasar por el “desierto de la tentación”, y el “valle de sombra de muerte” (Mateo 4:1-11; Salmo 23:4). Como ministros, enfrentamos luchas, pruebas, oposición, e incluso persecución (Juan 15:20; Hechos 8:1; 2 Timoteo 3:11, 12). Pero sobrepujamos todas esas cosas pues nada “nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:39). Así como Jesús soportó la cruz por causa del “gozo puesto delante de él”, nosotros, que por la gracia de Dios miramos perseverantemente al “autor y consumador de la fe” (Hebreos 12:2), tenemos por su Palabra la seguridad bendita de que pronto nuestra alegría será completa en su reino. Aunque las alegrías del ministerio comiencen aquí, estas continuarán por la eternidad. En ese momento no lo sabía, pero de un ómnibus lleno de conquistadores que llevé a un campamento, “salieron” cinco pastores. Con miedo de las pirañas en el Río Araguaia, hice un apresurado bautismo de doce personas. Al bautizar a un juvenil, no podía imaginar que él sería un poderoso evangelista. Al enviar un pequeño artículo de un adolescente a la Revista Adventista, yo tampoco sabía que él sería un gran periodista en la viña del Señor. Gloria a Dios. ¡Y eso es solo el comienzo!

La primera promoción de pastores adventistas graduados en Brasil cantó el himno:

Rumbo al mar, oh, compañeros, triunfar en las aguas, ligeros,
Y anunciar a los brasileños que Jesús ya cerca está[iv].

Querido pastor, mi hermano en Cristo e intrépido compañero en la jornada ministerial, Jesús pronto regresará, pero el “mar de las gentes” todavía nos desafía a una poderosa misión: la de anunciar el evangelio eterno en Brasil y en otras tierras. De todos los lados, todavía podemos oír un angustiado grito que se eleva: “Pasa a Macedonia y ayúdanos” (Hechos 16:9). Continuemos sirviendo con más fervor, “osadía y regocijo de la esperanza”. Perseveremos en el espíritu del fuerte clamor, para proclamar el triple mensaje angélico en Cristo, esta “salvación tan grande”, y su regreso inminente (Hebreos 2:3; 3:6). Pronto recibiremos de nuestro querido Jesús el “Bien”, y su invitación para entrar “en el gozo de[l] señor” (Mateo 25:21). “Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores”, recibiremos “la corona incorruptible de gloria” (1 Pedro 5:4). Que, en este Día del Pastor Adventista, el Espíritu Santo renueve en nuestro corazón el amor de Cristo, y todo lo que implica el llamado que él nos confió.


Referencias

[i]  SCHMIDT, Ivan. José Amador dos Reis: pastor e pioneiro. Santo André, SP: Casa Publicadora Brasileira, 1980).
[ii] La educación, p. 296.
[iii] Obreros evangélicos, p. 310.
[iv] BELZ, Rodolpho, W. “Reminiscências”, Revista Adventista, novembro de 1929, 8.