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Un Campeón de la Verdad (2a Parte)

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Saludos amigos. Hoy continuamos con la asombrosa historia de cómo Dios obró a través del reformador Martín Lutero para atraer la atención de la gente a las verdades de Su Palabra. La semana pasada vimos cómo el elocuente orador de Roma, Aleandro, trató de derrocar la verdad al convencer a la gran asamblea nacional de Alemania, conocida como "La Dieta", de que Lutero era un hereje y debía ser quemado en la hoguera. “Hay—dijo—en los errores de Lutero motivo para quemar a cien mil herejes”. (El Gran Conflicto, p. 137).

Aunque parecía que muchos estaban conmovidos por el discurso del legado papal, Dios también se estaba moviendo en esa augusta asamblea cuando uno de los nobles, el duque Jorge de Sajonia, se puso de pie y con noble firmeza señaló cómo la gente estaba sufriendo a causa de los abusos de la Iglesia romana. Esto preparó a la asamblea para escuchar hablar a Lutero.

Finalmente ante la asamblea

Elena G. de White describe la escena: “Se abrieron por fin ante él las puertas del concilio. El emperador ocupaba el trono, rodeado de los más ilustres personajes del imperio. Ningún hombre compareció jamás ante una asamblea tan imponente como aquella ante la cual compareció Martín Lutero para dar cuenta de su fe… Al verse ante tan augusta asamblea, el reformador de humilde cuna pareció sentirse cohibido.” (El Gran Conflicto, p. 144.1).

Lutero fue llevado a pararse directamente frente al trono del emperador. Un profundo silencio cayó sobre la concurrida asamblea. Luego, un oficial imperial se puso de pie, señaló una pila de escritos de Lutero y exigió una respuesta a dos preguntas:

1. ¿Son estos sus escritos?

2. ¿Se retractará de las opiniones contenidas en estos escritos?

A la primera pregunta, Lutero reconoció que los libros eran suyos. A la segunda, respondió: "atendido que concierne a la fe y a la salvación de las almas, en la que se halla interesada la Palabra de Dios, a saber el más grande y precioso tesoro que existe en los cielos y en la tierra, obraría yo imprudentemente si respondiera sin reflexión.” Lutero entonces preguntó respetuosamente: “Por esta razón, suplico a su majestad imperial, con toda sumisión, se digne concederme tiempo, para que pueda yo responder sin manchar la Palabra de Dios” (El Gran Conflicto, p. 144.3).

Jesucristo: defensa, escudo y fortaleza de Lutero

Esta fue una petición sabia, porque convenció a la asamblea de que Lutero no actuó por pasión o impulso. Todos quedaron impresionados con su calma y dominio propio. Al reformador se le dio hasta el día siguiente para dar su respuesta final, pero su corazón se hundió al contemplar las fuerzas que se combinaron contra la verdad. Las nubes se acumularon a su alrededor y anhelaba la seguridad de que Dios estaría con él. Esa noche, angustiado, abrió su corazón al Señor, rogando por su ayuda y presencia divina. “Permanece a mi lado,” él oró, “en nombre de tu Hijo muy amado, Jesucristo, el cual es mi defensa, mi escudo y mi fortaleza” (El Gran Conflicto, p. 145.3).

Dios había permitido que Lutero se diera cuenta de que la tarea era demasiado grande para él; que su única ayuda era de arriba. En su absoluta impotencia, la fe de Lutero se aferró a Cristo, el poderoso Libertador. Fue fortalecido con la seguridad de que no comparecería solo ante el concilio, y con su mente puesta en Dios, se preparó para la lucha que tenía por delante.

Testigo de Dios entre los poderosos de la tierra

Al día siguiente, cuando Lutero se paró ante la asamblea, no había rastro de miedo o vergüenza. "Sereno y manso, a la vez que valiente y digno, presentóse como testigo de Dios entre los poderosos de la tierra.” (El Gran Conflicto, p. 146.2).

El oficial imperial ahora exigió una decisión del reformador sobre si se retractaría o no de lo que había escrito. En respuesta, Lutero respondió respetuosamente, explicando que sus obras publicadas no eran todas del mismo carácter; algunas, dijo, eran sobre la fe y las buenas obras, en las que todos podían estar de acuerdo. Otras obras expusieron las corrupciones y abusos del papado, y la tercera clase de libros había señalado a ciertos individuos que habían defendido los males existentes. En esta tercera clase, Lutero confesó que había sido más directo de lo necesario y que era "un simple hombre, y no Dios".

Luego invitó a cualquiera a que le mostrara con las Escrituras dónde estaban erradas sus enseñanzas, e inmediatamente “retractaré todos mis errores y seré el primero en echar mano de mis escritos para arrojarlos a las llamas (El Gran Conflicto, p. 147.1).

La presentación de Lutero había sido en alemán, pero ahora se le pidió que la repitiera en latín. Aunque agotado, se presentó de nuevo. Se nos dice que “La providencia de Dios dirigió este asunto. La mente de muchos de los príncipes estaba tan cegada por el error y la superstición que la primera vez no apreciaron la fuerza de los argumentos de Lutero; pero al repetirlos el orador pudieron darse mejor cuenta de los puntos desarrollados por él (El Gran Conflicto, p. 147.3).

La verdad clara para cualquiera que quisiera ver

Mientras que algunos ahora podían ver con claridad, otros obstinadamente cerraron los ojos a la luz, decididos a no estar convencidos de la verdad.

Enfadado, el portavoz de la Dieta gritó: “No habéis respondido a la pregunta que se os ha hecho [...]. Se exige de vos una respuesta clara y precisa. ¿Queréis retractaros, sí o no?”

Con voz clara y fuerte, el reformador respondió: “Por lo cual, si no se me convence con testimonios bíblicos, o con razones evidentes, y si no se me persuade con los mismos textos que yo he citado, y si no sujetan mi conciencia a la Palabra de Dios, yo no puedo ni quiero retractar nada, por no ser digno de un cristiano hablar contra su conciencia.

Heme aquí; no me es dable hacerlo de otro modo. ¡Que Dios me ayude!... Así se mantuvo este hombre recto en el firme fundamento de la Palabra de Dios. La luz del cielo iluminaba su rostro. (El Gran Conflicto, p. 148.3)

Hoy, amigos, ¿están ustedes, estoy yo, de pie sobre el fundamento seguro de la palabra de Dios? Es la única base que perdurará. Como Jesús explicó en Su hermoso Sermón del Monte, “...Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca.” (Mateo 7:24, 25).

Les invito a orar conmigo ahora mismo.

Oración

Padre en el cielo. Te damos gracias por la roca sólida. Jesucristo. Te damos gracias por Jesús que es la palabra viva. Te damos gracias por la palabra escrita, que también representa a Jesús como la roca. Y sobre este fundamento, Señor, la Palabra de Dios, estamos firmes a través de tu poder. Te pedimos ahora que nos ayudes en cualquier circunstancia que podamos enfrentar para descansar con seguridad sobre este firme fundamento de la verdad bíblica y apoyarnos completamente en Jesús, porque sabemos que Él nos ayudará. Gracias por escucharnos en esta oración. En el nombre de Jesús, te lo pedimos. Amén.


Ted Wilson es el presidente mundial de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.