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La impresionante experiencia de una brasileña en Afganistán

Conoce el relato de la brasileña Karla Leitzke quien vivió un tiempo en Afganistán, trabajó en proyectos sociales y vio la realidad de ese país.


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Karla durante apoyo humanitario de ADRA al orfanato de Allauhudin en Kabul, el 2004. (Foto: Fabiano Franz)

La vida de Karla da Silva Leitzke, adventista brasileña con ciudadanía portuguesa, es una verdadera aventura en favor de causas sociales. En la actualidad, ella es agregada de la Delegación de la Unión Europea para Timor Oriental y vive con su familia en la capital, Dili. Desde octubre de 2019 está en esta función, sin embargo, su currículo es muy extenso. Junto a su esposo, también un trabajador humanitario, tiene una trayectoria por países como Camboya, Uzbekistán, Afganistán, Mali y Panamá.

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La Agencia Adventista Sudamericana de Noticias (ASN) conversó con Karla sobre su experiencia internacional, sobre todo en su paso por Afganistán durante casi dos años. Su relato es impresionante y transmite un poco de la realidad de esta nación, actualmente en evidencia después del regreso al gobierno local del grupo conocido como Talibán. Por casi 20 años, los Estados Unidos ocuparon la región inmediatamente después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en suelo norteamericano.

Experiencia por varios continentes

Comenta un poco sobre tu experiencia internacional y qué hiciste en esos países.

Interrumpí mi último año de la carrera de publicidad y propaganda en la Universidad Federal de Rio Grande do Sul para ser estudiante misionera en Sudáfrica, donde trabajé en la biblioteca del Helderberg College. Esa experiencia cambió mi visión de vida y lo que yo quería: trabajar en el campo misionero y dedicar mi vida a hacer la diferencia en la vida de las personas.

De allá, ya que podía interrumpir por dos años mis estudios en la facultad, fui a Italia, también como estudiante misionera, donde trabajé como asistente en el Instituto Adventista Villa Aurora. Al regresar a Brasil, mientras hacía mi tesis final, mandé e-mails a todas las misiones y agencias de ADRA (Agencia Adventista de Desarrollo y Recursos Asistenciales) en el mundo en busca de trabajo o voluntariado. Después de un año de respuestas negativas, un mes antes de graduarme, vino una respuesta positiva de ADRA Camboya; buscaban una voluntaria para comunicación. Al mismo tiempo, estaba haciendo planes de casarme, y Fabiano (mi novio de muchos años y mi futuro marido) también estaba graduándose en Educación Física.

Al compartir eso con ADRA, ellos se contactaron con la Misión Adventista en Camboya y confirmaron que también estaban necesitando un profesor de educación física y de inglés para la Escuela Adventista de la Misión. Así, que en enero de 2000 nos graduamos y en marzo nos casamos en la Iglesia Central de Porto Alegre; el pastor Moisés Matos ofició la ceremonia. Cinco días después, partimos al sudeste asiático. El resto es historia.

Una historia única

¿Cómo fue después la historia misionera de ustedes?

Estuvimos dos años en Camboya como voluntarios. En aquella época eran muchos los voluntarios con ADRA y la misión. Dios confirmó que ese era nuestro llamado. Fabiano, en el segundo año comenzó a trabajar también con ADRA en un proyecto de prevención del uso del cigarrillo, y después, en un proyecto de agua y saneamiento. Ese año también comenzamos nuestra maestría en desarrollo internacional en la Universidad Andrews, Estados Unidos.

Sentíamos que necesitábamos aprender más sobre el tercer sector. De Camboya fuimos a Uzbekistán, en diciembre de 2001. Fabiano como director de ADRA y yo como directora de proyectos. Nuestra primera tarea fue registrar a ADRA, y seguidamente ir tras el financiamiento para proyectos, así como también trabajar en la respuesta humanitaria en el norte de Afganistán, ya que era más fácil para nosotros hacerlo desde Uzbekistán, que desde ADRA Afganistán en Kabul. Eso porque las rutas todavía estaban muy destruidas. Al final, terminamos consiguiendo financiamiento para un proyecto de rehabilitación de escuelas y de agua y saneamiento en la provincia de Jowzjan, en el noreste de Afganistán, que yo gestioné.

En diciembre de 2003, recibimos la invitación para trabajar con ADRA Afganistán en Kabul, y aceptamos felices sabiendo que era en ese país donde deberíamos estar. Yo entonces era gerente de diferentes proyectos, y Fabiano director de programas de ADRA.

En agosto de 2004, un coche bomba explotó a las 18:00 del viernes, a una cuadra de la sede de ADRA, que también era donde vivíamos con el resto del equipo internacional. Gracias a Dios, nadie sufrió heridas graves. Solo nos quedó durante dos días un zumbido en el oído. Así que, en coordinación con ADRA Internacional, en función de que la seguridad se hacía peor, decidimos salir de Afganistán, a pesar de que parte del corazón quedó allá.

Actuación en Afganistán

Y ¿cómo fue su trabajo en Afganistán?

Comenzamos yendo al noreste de Afganistán en 2002, después de la salida Talibán. Fue cuando la mayoría de las ONG y asociados internacionales estaban trabajando mucho para ayudar a reconstruir el país. Como todavía trabajábamos con ADRA Uzbekistán, nos dirigíamos de Tashkent a Sheberghan (capital de la provincia de Jowzjan) con frecuencia, para establecer una sede de ADRA allí, en coordinación con ADRA Afganistán, con base en Kabul.

Mientras trabajábamos en la parte legal que daría a ADRA el derecho de trabajar, también establecimos contratos con el gobierno, ONG locales e internacionales, comunidad, para saber cuáles eran las necesidades primarias. Así, mientras hacíamos evaluación de campo (lo que incluía tomar mucho té con los afganos, y comer sandía y melones en sus villas), yo iba escribiendo notas conceptuales de proyectos y enviándolas a diferentes colaboradores de desarrollo (como la Unión Europea), sedes de ADRA en países donantes y cualquier otra fuente posible de financiamiento.

Cuando conseguimos un proyecto de rehabilitación para escuelas y de agua y saneamiento para Sheberghan, dejé mi trabajo en Uzbekistán para ser gerente de ese proyecto, mientras Fabiano iba y venía del país vecino, ya que él todavía era director de ADRA allá. Mientras tanto, aprendía el idioma local, el dari, y además comenzamos a ver nuevas oportunidades de proyectos (de movilización y reintegración de niños soldados, distribución de artículos humanitarios, capacitación de profesores, etc.). Nuestro compromiso con Afganistán y el amor por su pueblo se hizo mayor, así como la seguridad del llamado. Así que cuando ADRA Afganistán nos invitó a unirnos con ellos, fue un paso esperado, y también comprendido por ADRA Uzbekistán.

Nos mudamos a Kabul en diciembre de 2003, donde la realidad de la ciudad grande era muy diferente a la realidad de la pequeña Sheberghan, donde yo hasta viví sola, conducía, conocía la comunidad, y realmente me sentía protegida por ella. Ya conocía los dueños de las tiendas del mercado público, de las heladerías solo para mujeres, del negocio que vendía productos traídos de Pakistán. No teníamos electricidad ni agua potable en aquella época, pero nuestra casa/oficina tenía una letrina y un poco de agua que permitía tener lo básico. Lo más incómodo eran los escorpiones. A pesar de que el invierno era riguroso y nevaba, vuelven en el verano. En un mes llegué a matar 23 escorpiones. Pero Dios siempre nos protegió.

La vida cotidiana con los afganos

Una experiencia impresionante, ¿Cómo era la convivencia con las personas?

Era normal que mis guardias afganos (la seguridad de la casa/oficina) me trajeran comida de su propia casa. Esa era la manera práctica que tenían de mostrar su agradecimiento y cuidado por mí, aunque sentía vergüenza. Y aunque les decía que no era necesario porque sabía de sus necesidades. Entre los nueve países en los que viví, nunca experimenté recibimiento, bondad y generosidad igual. El pueblo afgano me enseñó a poner en práctica el amor y a no quedarme solo con la teoría. Como si no fuera suficiente, el contexto (ropa, hábitos, idioma, montañas, camellos, ovejas) me hacía recordar mucho los tiempos bíblicos. La lección espiritual que viví en ese país de sufrimientos, pero lleno de fuerza y esperanza, fue algo que jamás podría haber experimentado en años de cultos y escuelas sabáticas en iglesias. Muchas veces Dios nos saca de la zona cómoda para enseñarnos algo que cambiará nuestra vida.

En Kabul, como gerente de proyectos, tenía que dar continuidad a varios pequeños proyectos de ADRA. Los proyectos mayores tenían un gerente para cada uno. Yo administraba y monitoreaba los proyectos para potenciar social y económicamente a las mujeres (alfabetización y capacitación vocacional); destinados a la capacitación vocacional para niños huérfanos; de agua y saneamiento y relacionados a la distribución de artículos básicos para personas trasladadas internamente debido al conflicto, así como los proyectos iniciados en la sede en Sheberghan. Siempre preparando notas conceptuales nuevas y propuestas de proyectos para financiadores nuevos (Estados Unidos, Unión Europea, Alemania, ADRA Internacional, entre otros). También era responsable de la seguridad para el equipo de visitas. Yo iba todas las semanas a las reuniones de coordinación de seguridad con las ONG y asociados internacionales, incluso militares.

La gran ciudad de Kabul, rodeada por las lindas montañas, que también la hacían blanco fácil de ataque por parte de los talibanes, tenía una tensión mucho mayor que la pequeña Sheberghan. Yo ya no andaba o conducía sola como en el norte. Tampoco conocía tantos afganos. Pero los pocos que conocía, siempre se mostraron nuestros fieles protectores y hermanos de verdad. Un dicho en Afganistán que escuché mucho fue el siguiente: “La primera vez que nos encontramos somos amigos, la segunda vez somos hermanos”.

Nosotros vivíamos en la sede de ADRA, entonces compartíamos todas las comidas juntos. Nuestros colegas afganos con frecuencia nos invitaban a tomar té y comer shirin (dulces) en sus casas. Casas siempre humildes, pero con habitantes de un corazón enorme.

El día que salimos de allí, estaba todo el equipo de ADRA y amigos afganos en fila para despedirnos y desearnos la protección de Alá en nuestra jornada, lo que fue uno de los momentos más tristes de mi vida. Yo tenía la oportunidad de salir del país en ese momento cuando la seguridad comenzaba a empeorar. ¿Y ellos? “Vaya con Dios, Karla Jon (Jon en dari significaba querida/o), no llore, vaya que usted puede”, dijo Amin, nuestro cocinero afgano. Salimos, pero siempre dijimos que algún día cuando nuestros hijos estén en la facultad, tal vez volvamos a Afganistán. Dios dirá.

Mi corazón sufre ahora al ver al Talibán tomar Afganistán de nuevo. Veinte años de trabajo de las ONG con los afganos, y especialmente con las mujeres y niñas, apoyando al país a levantarse. Me quedo más tranquila al saber que las ONG y los asociados internacionales, como la Delegación de la Unión Europea, continúan en el país, ahora teniendo que dialogar con el talibán. Los afganos que trabajaron con esos asociados internacionales están siendo evacuados con sus familias (porque son blanco del talibán). Pero y ¿los que quedan?  La batalla pertenece al Señor y él continuará bendiciendo y protegiendo a los que trabajan para el bien de aquella linda nación.

Desafíos actuales

¿Dónde están usted y su familia hoy?

Dios nos llevó a Mali en 2005, donde fui inicialmente la directora de ADRA, y Fabiano director de programas. Nos quedamos seis años allí, y Dios nos llevó en 2011 a nuestro próximo desafío: Panamá. Allí Fabiano fue director regional para América Latina y el Caribe (ALC) de la respuesta humanitaria de la Visión Mundial. Yo continué dedicada de tiempo completo a los niños, pero también haciendo cursos por Internet en el área de desarrollo, sabiendo que después volvería al trabajo de desarrollo.

Después de cinco años en Panamá, Dios nos llevó a Timor Oriental en enero de 2017, donde estamos hasta hoy. Fabiano fue director de la Visión Mundial aquí hasta noviembre de 2019. Yo al principio aprendí el idioma local (tetum), como siempre lo hago en todos los países. Después de que aprendí el tetum, hice voluntariado con ONG locales y di cursos de comunicación para más de 130 jóvenes timorenses. Fui consultora para Visión Mundial y Oxfam, al mismo tiempo que me postulaba para 33 vacantes de trabajo con ONG en Dili, sin éxito.

Pero yo sabía que Dios estaba al control y sabía que él conocía mi deseo de volver al trabajo de desarrollo. Mi sorpresa fue ver que ahora Dios me quería del otro lado de la situación. Ya no en la implementación de proyectos con ONG, sino en el trabajo con los asociados de desarrollo internacionales (los gobiernos), para crear y dar financiación a las ONG y apoyar al gobierno local (timorense) en su estrategia de desarrollo.