El milagro de Hiroshima
La información compartida por una niña cambió la vida de una periodista japonesa y la llevó a entregar su vida a Jesús.
El día 6 de agosto de 1945, Hiroshima, Japón, fue la primera ciudad en la historia en ser destruida por una bomba nuclear. Aunque la devastación y la cantidad de vidas perdidas fueron enormes, hoy, en el aniversario de los 75 años de aquel fatídico evento, reflexionamos en las maravillosas historias de los miembros de la Iglesia Adventista del Séptimo Día de Hiroshima, donde todos sobrevivieron. - Los editores.
Asako Furunaka nació el día 12 de agosto de 1921, hija de un exitoso hombre de negocios en Japón. Determinada y muy inteligente, ella asistió a la escuela nocturna después de graduarse como profesora. A los 32 años llegó a ser reportera de un periódico, una actividad poco común para una mujer de su época. Se casó con un profesor universitario, y aunque no fueron bendecidos con hijos, tuvo una vida feliz.
Un día, cuando tenía unos 20 años, la vida de Asako quedó destrozada cuando su marido confesó que tenía una amante y quería el divorcio. Los sentimientos de desesperación y rabia la dominaron; tristeza y odio por el marido consumieron sus días y noches. Sintió que nunca más podría volver a creer nuevamente en algo. Cayó en una depresión profunda.
Cuando la vida estaba en su peor momento, alguien invitó a Asako a una Iglesia Adventista y ella comenzó a asistir regularmente. Aprendió sobre el perdón y encontró esperanza en la Biblia. La paz volvió a su corazón. Pero en la época no lograba tomar una decisión por el bautismo.
Historias increíbles
Por sus habilidades y calificaciones, Asako recibió la invitación de ser profesora de Biblia de los niños de su iglesia. Aceptó con alegría el cargo y comenzó enseñando las lecciones de la Escuela Sabática de los niños. Un día la lección era sobre la historia del libro de Daniel, de los tres hombres que fueron librados del horno de fuego.
Ella enseñaba la lección con entusiasmo, pero cuando terminó, uno de los niños exclamó, “Yo no creo en eso”. Entonces, una de las chicas dijo: “Yo creo, porque mi abuela me contó que ningún miembro de la Iglesia Adventista de Hiroshima murió cuando fue lanzada allí la bomba atómica.
Al oír eso, Asako se dio cuenta de que, aunque estaba enseñando la lección, ella tampoco creía, y no podía creer en lo que la niña había dicho. Pero al mismo tiempo, un pensamiento vino a su mente. “Yo soy una reportera de periódico, ¿o no? Tendría que descubrir si lo que esa niña dijo es verdad o no, debería verificarlo”. Así, comenzó su búsqueda para visitar a cada uno de los miembros de iglesia que estuvieron en Hiroshima cuando estalló la bomba.
El fatídico día
La primera bomba atómica del mundo fue lazada en Hiroshima, Japón, el 6 de agosto de 1945. La primera bomba atómica destruyó todo dentro de un radio de dos kilómetros: la temperatura del suelo alcanzó inimaginables 6.000° C. Todas las personas dentro de un radio de cuatro kilómetros se quemaron hasta morir.
Se generó un viento tremendo, con una velocidad de 4,4 km por segundo provocando un colapso hasta en edificios de concreto y vidrios partidos que volaban hasta una distancia de 16 km.
La radiación de la bomba era increíblemente fuerte; a los que estuvieron expuestos a ella les provocó la pérdida de todas las funciones corporales y sus células sufrieron apoptosis, un tipo de suicidio celular. Entre la explosión en sí, el consecuente incendio en toda la ciudad, y las quemaduras de la radiación, algunos estiman que 200.000 ciudadanos de Hiroshima perdieron sus vidas.
Ningún adventista fue herido
En medio de toda esa devastación, ¿sería realmente posible que ningún miembro de iglesia, aunque viviera dentro de un radio de un kilómetro de donde estalló la bomba, fuera muerto o lastimado?
Con un corazón lleno de dudas, Asako comenzó a visitar a cada miembro de iglesia que estuvo allá en esa época. Ella descubrió, aun en medio de todas las terribles posibilidades de morir de ese día, que ninguno de los miembros de la iglesia pereció o se lastimó. La niña que dijo que creía que los tres jóvenes fieles fueron salvados del horno de fuego porque su abuela le había dicho que ningún miembro de la Iglesia Adventista del Séptimo Día de Hiroshima fue herido, había dicho la verdad.
Durante su investigación, la periodista escuchó el testimonio del miembro Hiroko Kainou, que, sorprendida por el fuerte viento, se arrodilló y oró. Aunque cada pedazo de vidrio de la casa explotó, ella salió sin un rasguño siquiera. De los 20 miembros de la iglesia adventista en Hiroshima, todos estuvieron sanos y salvos.
Iwa Kuwamoto estaba a un kilómetro de distancia del lugar donde cayó la bomba. Cuando se arrastró fuera de los edificios caídos, contempló la nube gigante como un hongo que cubrió el sol y el área se envolvió en oscuridad. Desesperadamente intentó ayudar a su marido, un no creyente, a salir de debajo de la precipitación radioactiva, pero el fuego devastador se acercaba amenazador. Sosteniendo la mano de su marido le dijo: “El fuego llegará aquí pronto. No puedo hacer más nada; vamos a morir juntos. Dios sabe todo. Por favor, cree en Jesucristo, yo no puedo salvarte”.
El marido le respondió, “No, yo moriré aquí, pero tú tienes que huir por el bien de nuestros hijos. De alguna forma tienes que ir a algún lugar seguro y encontrar a los niños. ¡Hazlo por los niños!
Ella dijo nuevamente, “No tengo como escapar de ese fuego, moriré aquí contigo”.
Pero su marido dijo: “No, yo estaré bien aquí. Por mucho tiempo me rebelé contra mi madre y contra ti y no creí en Dios. Pero ahora, creo en la salvación de Dios, entonces nos encontraremos nuevamente. Por favor, por favor vete y busca a los niños. Por favor vete”.
Entonces, con lágrimas y el corazón partido, ella dejó a su esposo allí, y echándose agua encima por el camino, escapó de las llamas y eventualmente se reunió con sus hijos.
Tomiko Kihara era una médica que en la época tenía una clínica. Ella había estado de turno la noche anterior a la explosión y había llegado a casa a las 02:00. Estaba durmiendo cuando cayó la bomba. Aunque estaba a menos de un kilómetro del lugar de la explosión, no sintió nada, no se lastimó de ninguna manera. Choqueada por la explosión, corrió afuera a fin de ver lo que sucedía, pero todo lo que lograba ver era el suelo incendiado y carbonizado.
Consciente de la seriedad de la situación, corrió al hospital que se encontraba a las afueras de la ciudad, y allí por una semana sin descansar o dormir, trabajó por las víctimas como uno de los pocos médicos de la ciudad que todavía quedaron vivos después de la explosión. En las semanas y meses siguientes a la tragedia, ella continuó usando todo lo que tenía para ayudar a las víctimas. De esa forma pudo dar su testimonio a muchos.
Una verdadera creyente
Como resultado de escuchar esos testimonios, Asako Furunaka creyó completamente en Dios y fue bautizada. Ella recibió el llamado para compartir con otros la fidelidad del Salvador. A los 58 años, ella se matriculó en el programa de teología de la Universidad de Saniku Gakuin. Después de la graduación, ella se convirtió en una pastora en la Iglesia Adventista del Séptimo Día de Kashiwa y posteriormente trabajó como instructora bíblica en la Iglesia Adventista del Séptimo día de Kisarazu.
Después de su jubilación, ella continuó siendo una evangelista activa para los que la rodeaban. Decía: “No tengo familia terrenal para apoyarme en ella. Pero sé que Dios me ama por eso estoy contenta”.
Maldición que se convirtió en bendición
El gobierno japonés ordenó que el edificio de la iglesia adventista fuera demolido en el verano de 1945. El primer anciano, en persona, tuvo que supervisar la demolición de la iglesia que estuvo en servicio desde 1917. Fue un día triste.
Por la demolición de la iglesia, los miembros se desparramaron. Lo que parecía ser una tragedia fue una bendición cuando cayó la bomba en Hiroshima. Por el derrumbe de la iglesia, solo 20 miembros permanecieron en Hiroshima. Todos sobrevivieron al ataque.
Ryoko Suzuki sirvió como bibliotecaria en la División Norasiática del Pacífico, ubicada en la república de Corea. Su marido, Akeri Suzuki, era el secretario ejecutivo de la División. El matrimonio sirvió pastoreando iglesias locales en Japón por más de 30 años.