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La experiencia de la Pascua

Un relato que habla de la realidad de la Pascua, como la celebración de Jesucristo vivo que puede cambiar la forma de ver la vida.


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La tumba vacía dice mucho para quien cree en un Dios vivo y que obra. (Foto: Shutterstock)

El sol abrasador de ese primer día de la semana hacía que el trabajo de la guardia fuera naturalmente más pesado. Andar por las calles polvorientas de Jerusalén y sus alrededores era común, aunque cansador. Por lo general, mantenía la frialdad peculiar al tratar con los habitantes locales, pues la distancia entre la figura militar romana y la población general implicaba seguridad.

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Sin embargo, la monótona y previsible rutina de la actividad de un soldado común sufrió una abrupta interrupción. El día prometía ser diferente. De pronto, me sorprendí al ver a un compañero soldado con emociones poco comunes: una mezcla entre llanto y espanto. Se acercó a mí, me miró a los ojos y comenzó a hablar de un cuerpo que había desaparecido. Y eso no fue todo. Comentó sobre la piedra removida del sepulcro. Contó sobre hombres con vestiduras blancas, sobre un terremoto y sobre personas que volvieron a la vida de una forma sobrenatural. Y también de una luz tan fuerte que cegaba, pero, al mismo tiempo, atraía.

Una luz

Intenté entender mejor de qué se trataba, pero él fue llamado para dar explicaciones a las autoridades religiosas y políticas. Estuve como paralizado, especialmente al escuchar el relato de personas resucitadas. ¿Y esa luz? ¿Qué podría ser?

En mi mente de soldado romano, ciertas cosas simplemente no tenían sentido. Estaba desconcertado y decidí intentar descubrir más sobre ese torbellino de acontecimientos. Salí a las calles y comprendí que personas sencillas habían conocido a Jesucristo. Él, que había enseñado y curado a las personas durante algunos años en la región de Judea, Galilea y sus alrededores, terminó siendo condenado a la crucifixión. Él era alguien diferente y había producido una profunda transformación en la mente de las personas con las que hablé. No salía de la mente de muchas personas la imagen de Jesucristo como alguien especial, alguien que encarnaba el amor y la paz. Una impresión inigualable. ¿Tal vez, el equivalente a la luz ofuscante que vio mi compañero de armas en la tumba?

El testimonio

Algunos me dijeron que, ese domingo, habían visto a personas que habían estado muertas volver a la vida. Pero, ¿y el cuerpo de ese tal Jesucristo? Estaba desaparecido. Me lo garantizaron personas que ni siquiera habían sido sus seguidores, pero que conocían a sus discípulos más cercanos. Esos discípulos, imaginé, estarían radiantes en un momento como ese si su maestro realmente estuviera vivo.

Poco tiempo después me volví a encontrar con el soldado que había montado guardia en el sepulcro durante la noche del sábado, allí en la tumba de Jesucristo. Estaba un poco menos conmocionado, pero decidido en su narrativa de lo que había sido testigo. Esta vez fue enfático: ¡aseguró que había visto a Dios frente a él! La vida de ese hombre cambió definitivamente. Aseguró que nunca más sería el mismo. Y realmente su semblante se había modificado. Estaba iluminado. ¡Recordé nuevamente la luz! ¡Del sepulcro vacío! ¡Un hombre común que reconoció a alguien más grande que él!

La experiencia

Algunas cosas empezaban a tener sentido. Yo había escuchado hablar de la crucifixión de Jesucristo, el nazareno. La manera en la que había sido juzgado y condenado. ¿Sería Dios? ¿O un falso mesías, como tantos que se autoproclamaban en el periodo de las fiestas religiosas de los judíos?

Resurrección. Había escuchado antes sobre eso, pero sinceramente no creía en ese fenómeno. Solo que ahora ya no era posible seguir ignorando tantas impresiones fuertes al mismo tiempo. Pensé en la tumba vacía, en el cuerpo desaparecido o, mejor, resucitado. En Jesucristo vivo y alegre dándoles la noticia a sus discípulos aquí. Pensé, claro, en la luz. Todo eso empezó a tener sentido. ¡Dios no estaba muerto!

También me di cuenta de que yo tampoco era el mismo. Inicié mi día con la menor expectativa posible para un día absolutamente ordinario. Pero no lo fue. Ese Jesucristo era muy especial. Todo sobre él era extraordinario. Tantos relatos impresionantes de personas embelesadas. No llegué a ver a ninguno de sus discípulos más cercanos. Sin embargo, estaba seguro de que ellos no estaban siguiendo a una persona común, sino a alguien infinitamente más grande de lo que aquellas calles podrían soportar, alguien capaz de resucitar y revivir.

Después supe que circuló una versión que decía que el cuerpo de Jesús había sido robado. Era una forma humana de intentar explicar lo que la falta de fe no podía. Pero no creí en eso. Había visto muchas cosas que hablaban de un Dios vivo y de personas iluminadas.

¡Ah! La luz que casi cegó a los soldados en la tumba vacía ahora representa un camino iluminado para mí. Recorrí algunas calles donde Jesús había caminado con la población local. Yo no había estado allí con ellos. Pero ahora podría recorrer un camino nuevo y distinto. Volví al trabajo rutinario, la realidad de un guardia romano, pero ya no me consideraba el mismo de antes.

La experiencia de la tumba vacía y de la luz modificaron, para siempre, mi mirada.  


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