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Vacunación: reflexión bíblico-teológica

El artículo presenta aspectos que enfatizan la necesidad de la atención de la salud, que incluye la prevención y, por tanto, el uso de vacunas para prevenir enfermedades.


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El tema de la vacuna, especialmente en tiempos de Covid-19, exigió una posición de la Iglesia Adventista al respecto. (Foto: Shutterstock)

La palabra vacunación no aparece en la Biblia, como es el caso de muchos otros términos importantes como vitaminas, transfusión, presión arterial alta, trasplante de riñón, inyecciones, pastillas, carbohidratos, biopsia, temperatura corporal, coágulos, diabetes, etc.

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Los escritores bíblicos no utilizan frases como medicina preventiva, conexiones psicosomáticas, ejercicio cardiovascular, no fumar, respirar aire fresco, tomar 6 a 8 vasos de agua cada día, lavarse las manos antes de cada comida, cepillarse los dientes, desayunar regularmente, no beber alcohol, o dormir de 7 a 9 horas por día. Uno podría crear una larga lista de buenas prácticas que no están verbalmente en las Escrituras.

En la Biblia

De forma similar, no hay un mandato bíblico que diga “vacúnese”, o “no se vacune”, por lo tanto, uno debe razonar si vacunarse o no. Las enseñanzas bíblicas pueden ayudar a contrarrestar la desinformación sobre temas de salud, aunque no sea un libro de texto médico sobre salud. Las Sagradas Escrituras presentan importantes principios de salud que deben ser la base de tales reflexiones, y son de mucho beneficio y deben ser implementados en nuestras rutinas diarias. La regla general es clara: lo que está en armonía con los principios bíblicos de salud y no los contradice, está permitido. Uno podría argumentar que puede recomendarse e incluso solicitarse cuando se trata de preservar la salud o la vida.

Las actividades que están en congruencia con la revelación divina, aunque no estén directamente mencionadas en la Biblia (como tener una Escuela Sabática o comida a la canasta en sábado, celebrar la Cena del Señor una vez cada tres meses, construir escuelas, universidades, bibliotecas, hospitales y clínicas, organizar la estructura de la iglesia con Asociaciones, Uniones, Divisiones y la Asociación General), están permitidas. En otras palabras, está prohibido (1) lo que está en contradicción a un mandato explícito de Dios, y (2) lo que está en oposición a los principios generales de la vida expresados en la Palabra de Dios.

Estos dos principios están en plena armonía con los dos primeros mandamientos dados por Dios en el Jardín del Edén a Adán. “Y le dio este mandato: Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no deberás comer. El día que de él comas, ciertamente morirás” (Gén. 2:16, 17, NVI). Note que Dios primero manda la libertad al crear para los humanos un espacio seguro para la vida y el crecimiento (regla general), y luego establece límites claros: no pueden comer de un árbol, “del árbol del conocimiento del bien y del mal” (mandato específico). No era necesario enumerar todo lo que estaba permitido (como poder comer del manzano, del naranjo, de la higuera, del peral, del banano, del durazno, del cerezo, del damasco, de la granada), porque estaban incluidos en la declaración general “Puedes comer de todos los árboles del jardín”. Sin embargo, la prohibición específica tenía que ser declarada explícitamente. Lo mismo puede y debe ser aplicado a las vacunas: lo que no está prohibido es aceptable cuando está en armonía con los principios de salud revelados por Dios.

Importancia

Además, la importancia de la vacunación desde la perspectiva bíblico-teológica puede ser demostrada desde diferentes ángulos. Con oración, considere los siguientes principios:

Solo Dios es el Sanador, el verdadero Médico que cura nuestras enfermedades (Deut. 7:15; 28:60; Sal. 103:3; Lucas 4:40; 6:18; 7:21). En Éxodo 15:26 Dios prometió que ninguna enfermedad (o plaga) que él había enviado a los egipcios caería sobre los israelitas si seguían sus mandamientos. También protegerá a sus hijos durante las siete últimas plagas, así como protegió a Israel de las plagas egipcias, y ayudará con otras enfermedades. Él es la Fuente y el Dador de la vida para sus hijos. Él da vida abundante (Juan 11:25; 14:6). Las medicinas y los diferentes remedios pueden ser de beneficio, sin embargo, solo el Señor preserva y restaura la salud.

Dios creó al ser humano a su imagen (Gén. 1:27) como un ser inteligente para que usara su mente para razonar y adquirir conocimiento y discernir lo que es correcto, bueno y productivo. El ser humano también debe aplicar el sentido común a los problemas de la vida. Somos seres racionales, y nuestro Creador nos da la capacidad de pensar y saber lo que es mejor para nuestra salud. Nuestro Señor quiere que cuidemos de nuestros cuerpos y vivamos de forma responsable porque rendiremos cuentas ante él. Pablo afirma claramente: “¿Acaso no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes y al que han recibido de parte de Dios? Ustedes no son sus propios dueños; fueron comprados por un precio. Por tanto, honren con su cuerpo a Dios” (1 Cor. 6:19, 20, NVI; cf. 1 Cor. 3:16, 17; 2 Cor. 5:10).

Nuestra salud espiritual está muy conectada con nuestro bienestar físico, mental, emocional y social. Uno no necesita un directo “así dice Jehová” para saber qué hacer o no hacer porque los resultados y beneficios de muchas de nuestras decisiones y acciones son obvias. Sin embargo, lo que sea que hagamos debe derivar de principios bíblicos. La vacunación es un producto humano, pero un resultado de las capacidades divinas dadas al ser humano para pensar y ser creativo. Dios da sabiduría para la investigación y las invenciones (Dan. 12:4). Él creó el maravilloso e intrincado sistema inmune como una defensa; es el fundamento sobre el cual funcionan las vacunas y la inmunización (Sal. 139:14).

Uno no puede esperar que Dios obre por nosotros cuando pasamos por alto los principios básicos de la vida y somos negligentes, tendenciosos, o perezosos para implementarlos. No es suficiente orar por conocimiento, sino que uno debe estudiar diligentemente; no es suficiente con orar por la intervención de Dios para una buena cosecha y luego no querer cuidar de los campos ni trabajar duro para mantener los cultivos. De la misma forma, sería insolente y arrogante de nuestra parte pedirle a Dios que nos dé buena salud y descuidar los principios de salud, y no estar dispuestos a estudiar y aplicar los resultados de la medicina moderna que él permitió que se descubriera para ayudar a la humanidad que sufre. Uno debe obrar diligentemente bajo la dirección y la bendición de Dios: “Si el Señor no edifica la casa, en vano se esfuerzan los albañiles. Si el Señor no cuida la ciudad, en vano hacen guardia los vigilantes” (Sal. 127:1, NVI).

Dios quiere que preservemos la salud de la mejor forma posible (3 Juan 1:2), no solo para vivir más tiempo, sino para poder servir a otros y ser útiles tanto como sea posible. ¿Por qué morir de forma prematura solo porque fuimos negligentes con los remedios que están disponibles para protegernos y prolongar nuestras vidas y, por ende, que nos permiten ser una bendición para otros?

Dios manda que protejamos la vida y que cuidemos de la salud de nuestro prójimo (Lev. 19:18; Eze. 34:4, 16). Vacunarse es una acción desinteresada porque uno piensa acerca del bienestar y la protección de los demás. Aunque existen algunas incógnitas en la investigación a largo plazo y sus efectos, los beneficios de la vacuna superan sus problemas potenciales. Vacunarse es un acto de bondad, porque la vacunación está ayudando a proteger a otros de enfermarse de gravedad o incluso de morir y, por otro lado, a construir la inmunidad comunitaria o de rebaño.

Las oraciones por sanación y vitalidad no anulan el uso de diferentes remedios, cirugías, medicinas o vacunas. Saber cómo aplicarlas depende de las situaciones de la vida. Puedo pensar en muchos ejemplos del material bíblico. Dios podría haber curado milagrosa e instantáneamente al moribundo rey Ezequías por medio de su poder, pero eligió curarlo con un remedio de la pasta de higos (2 Rey. 20:5-7; Isa. 38:21). Dios prometió curarlo, sin embargo, se tuvo que aplicar el vendaje de higos en la herida. Jesús podría haber sanado al ciego por su palabra, pero usó barro mezclado con su saliva para este propósito. El ciego también tuvo que ir y lavarse sus ojos en el estanque de Siloé para recibir la vista (Juan 9:1, 6, 7). Así, se nos enseña a colaborar con Dios.

Además, Moisés sanó las aguas amargas al añadir un pedazo de madera (Éxo. 15:23-25). La cooperación entre Dios y el ser humano se ve en la situación del “guisado de la muerte” cuando Eliseo agregó más harina y se volvió comestible (2 Rey. 4:38-41), así como el caso de Naamán que tuvo que ir a lavarse en el río Jordán siete veces para curarse de su lepra (2 Rey. 5:10-14). En todas estas instancias, Dios podría haber obrado milagros de curación simplemente a través de la oración, pero eligió dar lecciones de colaboración entre Dios y el hombre al usar remedios disponibles. Las vacunas también son instrumentos para preservar la salud y evitar la propagación de la enfermedad. Elena de White afirma: “El empleo juicioso de los remedios racionales no constituye una negación de la fe (Manuscrito 31, 1911)” (Mensajes selectos, t. 2, p. 397).

Prevención

La prevención siempre es más importante que la propia curación. Evitar enfermarse es una obligación bíblica (Juan 10:10; 1 Cro. 6:20; 3 Juan 2), porque debemos glorificar a nuestro Creador también con nuestros cuerpos. Estar seguros y mantener segura a nuestra familia y comunidad debería ser nuestra motivación. La salud no se trata en primer lugar de vacunación sino de establecer y desarrollar un estilo de vida equilibrado, lo que resulta en estar en buena forma para servir a Dios y a los demás de la manera más eficiente por mucho tiempo. Elena de White amonesta: “Enseñad a la gente a corregir los hábitos y las prácticas relacionados con la salud, recordando que una onza de prevención vale más que una libra de curación. Las conferencias y los cursos de estudio con referencia a este asunto demostrarán ser del más elevado valor” (Mensajes selectos, t. 2, p. 320).

La vacunación se trata de prevenir que el virus se propague dentro de nosotros y a través de nosotros a otros para quienes puede ser mortal. La vacunación no es mágica; debe ser apoyada por elecciones inteligentes de vida. Antes que vacunarse, es importante cultivar la vida de oración propia, un estilo de vida saludable, testificar, y confiar en Dios, pero estas actividades señalan a la vacunación cuando se necesita, cuando es posible, y debe ser aplicada según nuestro mejor conocimiento y condiciones de salud.

La ciencia médica y la fe trabajan de forma cercana y deben ser aplicadas mano a mano. Son complementarias. La creatividad y el ingenio son dones de Dios. La evidencia científica es transparentemente clara, a saber, las vacunas salvan vidas, y los efectos secundarios son mayormente menores y a corto plazo. Muchos aspectos positivos superan abrumadoramente los negativos mínimos y los riesgos para la salud. Elena de White dice: “Dios es el autor de la ciencia. La investigación científica abre ante la mente vastos campos de pensamiento e información, capacitándonos para ver a Dios en sus obras creadas. La ignorancia puede intentar apoyar el escepticismo apelando a la ciencia; pero en vez de sostenerlo, la verdadera ciencia revela con nuevas evidencias la sabiduría y el poder de Dios. Debidamente entendida, la ciencia y la Palabra escrita concuerdan, y cada una derrama luz sobre la otra. Juntas nos conducen a Dios enseñándonos algo de las leyes sabias y benéficas por medio de las cuales él obra” (Mente, carácter y personalidad, t. 2, p. 769).

Vacunas y problemas escatológicos

Es un craso mal uso de las Escrituras afirmar que tomar la vacuna contra la COVID-19 es recibir la marca de la bestia mencionada en Apocalipsis y que cambiará el ADN (desinformación conectada a la confusión con el ARNm de la vacunación contra el coronavirus y SARS). Varias teorías de la conspiración aplican terriblemente mal los textos bíblicos para crear miedo y dependencia de “falsos maestros”. Los profetas bíblicos no hablan en contra de las vacunas. Permítanme decirlo claramente: la vacunación no tiene nada que ver con la marca de la bestia o con la falsa enseñanza de Babilonia por las siguientes razones:

  • La marca de la bestia es un falso sistema religioso que se opone a Dios, su pueblo y su ley.
  • La marca de la bestia tiene que ver con la distorsión del carácter de amor de Dios al aceptar enseñanzas no bíblicas sobre la santidad del domingo y la inmortalidad del alma, incluido el tormento eterno en el infierno.
  • La marca de la bestia tiene que ver con la falsa adoración de las enseñanzas envenenadas de babilonia.

El sello de Dios, por otro lado, es experimentar el verdadero descanso en Jesucristo en su totalidad al vivir y guardar el sábado bíblico como una señal de la creación y redención, y la expresión de fidelidad a las doctrinas bíblicas completas centradas en el Dios triuno. El sello de Dios consiste en amar y honrar a Dios y darle la gloria como nuestro Creador y Salvador. Se trata de la restauración de los creyentes para reflejar la imagen de Dios en nuestro carácter y estilo de vida. Esto integra y restaura nuestra vida física, emocional, mental, espiritual y social por la gracia de Dios, a través de su Palabra, y el poder del Espíritu Santo.

Elena G. White

Nuestras reflexiones bíblicas-teológicas son apoyadas y confirmadas por la práctica de Elena G. White porque ella fue vacunada y animó a otros a hacerlo por dos razones: (1) beneficios de salud personal que nos permiten servir eficientemente a otros; y (2) no transmitir la enfermedad y contaminar a otros. Es cierto, Elena de White no escribió acerca de la vacunación, ni una sola oración.

Sin embargo, sabemos que ella animó a otros a tomar la vacuna contra la viruela, y ella también la tomó, según el testigo ocular D. E. Robinson, uno de los secretarios de la Sra. White, como fue informado en el segundo volumen de Mensajes selectos: Elena de White “fue vacunada, e instó a sus colaboradores, los que trabajaban con ella, a que se vacunaran” (Mensajes selectos, t. 2, p. 348). Ella era consciente que la protegería a ella misma, así como a otros: “Reconoció también el peligro de contagiar a otros si no se tomaba esta precaución” (Mensajes selectos, t. 2, p. 348).

Elena de White advirtió sabiamente: “Los que buscan la salud por medio de la oración no deben dejar de hacer uso de los remedios puestos a su alcance. Hacer uso de los agentes curativos que Dios ha suministrado para aliviar el dolor y para ayudar a la naturaleza en su obra restauradora no es negar nuestra fe. No lo es tampoco el cooperar con Dios y ponernos en la condición más favorable para recuperar la salud. Dios nos ha facultado para que conozcamos las leyes de la vida. Este conocimiento ha sido puesto a nuestro alcance para que lo usemos. Debemos aprovechar toda facilidad para la restauración de la salud, sacando todas las ventajas posibles y trabajando en armonía con las leyes naturales. Cuando hemos orado por la curación del enfermo, podemos trabajar con energía tanto mayor, dando gracias a Dios por el privilegio de cooperar con él y pidiéndole que bendiga los medios de curación que él mismo dispuso” (El ministerio de curación, p. 177).

Conclusión

Los anteriores principios bíblicos-teológicos deben ser cuidadosamente estudiados. Los creyentes deben discernir los beneficios de estos principios y ver cómo los ayudan a cultivar un estilo de vida equilibrado y saludable, así como ser vacunados. Las vacunas pueden salvar vidas al frenar la propagación de la enfermedad, pero si uno espera demasiado, puede ser muy tarde. Al usarlas, uno previene complicaciones graves de la enfermedad. Debemos orar y aplicar concienzudamente lo que Dios puso a nuestra disposición para preservar la vida y también proteger a otros de ser afectados.

No encontramos ningún mandato o regla bíblica que evite o prohíba a las personas vacunarse. Por el contrario, con base en el material bíblico, uno puede recomendar fuertemente tal práctica a las personas que no tengan precondiciones de salud serias y específicas, y en consulta con sus proveedores de atención médica. Si nuestros cuerpos no son nuestros, somos responsables ante Dios sobre cómo los hemos cuidado. Y si Dios requiere un registro sobre nuestro amor a nuestro prójimo, entonces cuidar de nuestra salud, así como de la salud de nuestro prójimo, es una obligación. Pablo lo dice enfáticamente: “ya sea que coman o beban o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios” (1 Cor. 10:31, NVI). Al realizar acciones concretas para proteger nuestra salud, honramos y glorificamos al Señor; y el uso responsable de la vacunación puede ser una acción tal.

Necesitamos orar por sabiduría divina y conocimiento para saber cómo estar bien informados y tomar decisiones maduras. La ciencia basada en evidencias es de beneficio en este proceso de toma de decisiones porque así podemos elegir la mejor opción disponible en determinadas situaciones de la vida. Tal enfoque fue afirmado por Elena de White. El resultado pude ser misiológico como ella afirma: “Si ellos [los incrédulos] ven que actuamos inteligentemente con respecto a la salud, se mostrarán más dispuestos a creer que nuestras doctrinas bíblicas son sólidas” (Consejos sobre la salud, p. 450). Por otro lado, ella claramente advierte: “Pero cuando los hombres que abogan por una reforma llegan a extremos, y son inconsecuentes en su modo de obrar, no se puede culpar a la gente si llegan a sentir disgusto por la reforma pro salud […] Estos hombres llevan a cabo una obra que a Satanás le encanta ver progresar” (Testimonios para la iglesia, t. 2, p. 336).

La fatiga de la COVID puede ser superada si permitimos que Dios nos guíe. Que nuestro Señor nos conceda el discernimiento y el poder de actuar desinteresadamente según su voluntad para que podamos ser bendecidos por él y ser una bendición para otros. Elena de White sabiamente aconseja: “Los milagros de Dios no siempre tienen la apariencia exterior de milagros. Con frecuencia se llevan a cabo en una forma que se parece al desarrollo natural de los acontecimientos. Cuando oramos por los enfermos también trabajamos por ellos. […] Hemos de utilizar todas las bendiciones que Dios ha colocado a nuestro alcance para librar a los que se encuentran en peligro. Pedimos que se nos libre de la pestilencia que anda en la oscuridad y que ataca con tanta violencia en todo el mundo; pero después de eso debemos colaborar con Dios observando los principios que rigen la salud y la vida. Después de hacer todo lo que podemos, debemos seguir pidiendo con fe salud y fuerza. Debemos comer los alimentos que pueden mantener la salud del cuerpo. Dios no nos dice que hará por nosotros lo que podemos hacer por nosotros mismos” (Mensajes selectos, t. 2, p. 397). A la luz de los principios bíblico-teológicos bosquejados en este estudio, es significativo que Elena de White haya elegido vacunarse tanto por ella misma como por el beneficio de la comunidad.

Nuestra oración es que usted sea guiado a través de la oración para considerar y tomar las mejores decisiones que preservarán la salud y el servicio en la misión del Señor y la Iglesia que amamos.

Este documento es propiedad del Ministerio Adventista de Salud de la sede Mundial Adventista y está sujeto a la actual protección de copyright. Se publicó originalmente en el sitio web Adventist Health Ministries.


Jirí Moskala, ThD y PhD, es decano del Seminario Teológico Adventista del Séptimo Día de la Universidad Andrews y profesor de Teología y Exégesis del Antiguo Testamento.