Existe o no: ¿Qué dice la Biblia sobre el infierno?
Compartimos la posición bíblica sobre este tema que tiene en vilo a miles de cristianos en el mundo.
Fuente: Creencias de los Adventistas del Séptimo Día. (Pág. 412-413)
El pastor José Penhafiel, director de Comunicación para la Iglesia Adventista del Séptimo Día en Argentina, comparte la posición bíblica sobre el tema del infierno que tiene en vilo a miles de cristianos en el mundo. El texto fue extraído del libro Creencias de los Adventistas del Séptimo Día.
El infierno
Bíblicamente, el infierno es “el lugar y el estado de castigo y destrucción, con fuego eterno en la segunda muerte, para los que rechazan a Dios y la salvación en Jesucristo”.
Algunas versiones de la Biblia con frecuencia usan la palabra “infierno" para traducir la palabra hebrea seol y la griega hades. Estos términos generalmente se refieren a la tumba donde los muertos —tanto justos como malos— esperan, en un estado de inconsciencia, la resurrección. Porque el concepto actual de infierno difiere en gran manera de lo que estos términos hebreos y griegos implican, una cantidad de versiones modernas evitan la palabra "infierno”, simplemente transliterando la palabra hebrea como “Seol” y la griega como “Hades”.
En contraste, la palabra griega geenna, que algunas versiones del Nuevo Testamento también traducen con la palabra “infierno” no siempre tiene el mismo significado; y al no hacer esta distinción con frecuencia crea una gran confusión.
Geena se deriva del hebreo Ge Hinnom, “Valle de Hinom”: una quebrada en el lado sur de Jerusalén. Aquí Israel había perpetrado el rito pagano de quemar niños a Moloc (2 Crón. 28:3; 33:1,6; 2 Reyes 23:10). Jeremías predijo que por causa de este pecado el Señor haría de este lugar el “Valle de la Matanza”, donde los cuerpos de los israelitas serían enterrados hasta que no hubiera lugar para ellos.
Los cuerpos restantes serían “comida de las aves del cielo” (Jer. 7:32,33; 19:6; Isa.30:33). La profecía de Jeremías sin duda condujo a Israel a considerar Ge Hinnom como un lugar de juicio para los malos, un lugar de aborrecimiento, castigo y vergüenza. Más tarde la tradición rabínica lo designaba como un lugar para quemar animales muertos y basura.
Jesús usó los fuegos de Hinom como representación del fuego del infierno (ver Mat. 5:22; 18:9). De modo que los fuegos de Hinom simbolizaban el fuego consumidor del último juicio. Él declaró que era una experiencia que iba más allá de la muerte (Lucas 12:5) y que el infierno destruiría tanto el cuerpo como el alma (Mat. 10:28).
¿Cuál es la naturaleza del fuego del infierno? ¿Arderán para siempre los malvados en el infierno?
El destino de los malvados
Según las Escrituras, Dios promete vida eterna a los justos. La paga del pecado es muerte, no una vida eterna en el infierno (Rom. 6:23).
Las Escrituras enseñan que los malos serán “destruidos” (Sal. 37:9, 34); que perecerán (Sal. 37:20; 68:2). No vivirán en un estado de conciencia para siempre, sino serán quemados (Mal. 4:1; Mat. 13:30, 40; 2 Ped. 3:10). Serán destruidos (Sal. 145:20; 2 Tes. 1:9; Heb. 2:14), consumidos (Sal. 104:35).
Castigo eterno
Hablando del castigo de los malos, el Nuevo Testamento usa los términos “para siempre" y “eterno”. Estos términos son traducciones de la palabra griega aionios, y se aplican tanto a Dios como a los hombres. Para evitar malentendidos, debemos recordar que aionios es un término relativo; su significado es determinado por el objeto que lo modifica. De modo que cuando la Escritura usa aionios (“para siempre”, “et no”) refiriéndose a Dios, quiere decir que él posee existencia infinita, porque Dios es inmortal. Pero cuando se usa esta palabra para referirse a seres humanos mortales o cosas perecederas, significa mientras la persona viva o exista.
Judas 7, por ejemplo, dice que Sodoma y Gomorra sufrieron “la venganza del fuego eterno”. Sin embargo esas ciudades ya no están ardiendo hoy. Pedro dijo que el fuego convirtió esas ciudades en cenizas, condenándolas a la destrucción (2 Ped. 2:6). El fuego “eterno” ardió hasta que no había nada más para quemar, y luego se apagó (ver también Jer. 17:27; 2 Crón. 36:19).
De igual forma, cuando Cristo asigna a los malos “el fuego eterno” (Mat. 25:41), ese fuego que destruirá a los malos será “fuego que nunca se apagará” (Mat. 3:12). Se apagará sólo cuando ya no quede nada por quemarse.
Cuando Cristo habló del “castigo eterno” (Mat. 25:46) no quiso decir castigo sin fin. Quiso decir que así como la “vida eterna” [que los justos disfrutarán] continuará a través de los siglos sin fin de la eternidad; el castigo [que los malos sufrirán] también será eterno: no de duración perpetua de sufrimiento consciente, sino el castigo que es completo y final. El fin de los que así sufren es la segunda muerte.
Esta muerte será eterna, de la cual no habrá ni podrá haber resurrección”. Cuando la Biblia habla de “redención eterna” (Heb. 9:12) y de “juicio eterno” (Heb. 6:2), se refiere a los resultados eternos de la redención y del juicio, no a un proceso sin fin de redención y juicio. De la misma manera, cuando habla del castigo eterno o perpetuo, está hablando de los resultados y no del proceso de ese
castigo. La muerte que sufrirán los malos será final y eterna.
Atormentados por los siglos de los siglos
El uso que hacen las Escrituras de la expresión “por los siglos de los siglos” (Apoc. 14:11; 19:3; 20:10) ha contribuido también a la conclusión de que el proceso de castigo de Satanás y los malos durará toda la eternidad. Pero así como en “para siempre”, el objeto que lo modifica determina su significado. Cuando está asociado con Dios, su significado es absoluto porque Dios es inmortal; cuando está asociado con seres mortales, su significado es limitado.
La descripción que hacen las Escrituras de la forma como Dios castigaría a Edom presenta un buen ejemplo de este uso. Isaías dice que Dios convertiría ese lugar en brea ardiente que “no se apagará de noche ni de día” y que “perpetuamente subirá su humo; de generación en generación será asolada, nunca jamás pasará nadie por ella" (Isa. 34:9,10). Edom fue destruida, pero ya no está ardiendo.
El “para siempre” duró hasta que la destrucción fue completada. A través de la Escritura es claro que “para siempre" tiene sus límites. El Antiguo Testamento dice que un esclavo podía servir a su maestro “para siempre” (Éxo. 21:6), que el niño Samuel debí« habitar en el tabernáculo “para siempre” (1 Sam. 1:22), y que Jonás pensó que permanecería en el vientre del pez “para siempre” (Jonás 2:6). El Nuevo Testamento usa este térm ino en una forma similar: Pablo, por ejemplo, aconsejó a Filemón a recibir a Onésimo “para siempre” (File. 15). En todos estos ejemplos “para siempre” significa “mientras la persona viva”.
Salmos 92:7 dice que los malos serán destruidos para siempre. Y al profetizar Malaquías la gran conflagración final, dijo: "Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todo los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama” (Mal. 4:1).
Cuando los malos —Satanás, los ángeles malos y la gente impenitente— sean destruidos por fuego, tanto la raíz como las ramas, no habrá más uso de la muerte o el Hades (ver el capítulo 26 de esta obra). A éstos también los destruirá Dios eternamente (Apoc. 20:14).
De modo que la Biblia hace bien claro que el castigo, no el acto de castigar, es eterno, es la segunda muerte. De este castigo no hay más resurrección; sus efectos son eternos.
El arzobispo Guillermo Temple tenía razón al afirmar: "Una cosa podemos decir con confianza: El tormento eterno debe ser descartado. Si los hombres no hubieran tomado la noción griega no bíblica de la indestructibilidad natural del alma del individuo y luego leído el Nuevo Testamento con ese concepto ya en sus mentes, habrían extraído de él [el Nuevo Testamento] una nueva creencia, no en el tormento eterno, sino en la aniquilación. Es al fuego que se lo llama aeonian [eterno], no a la vida que se lanza a él”. Al ejecutarse el castigo exigido por la ley de Dios, las demandas de la justicia son satisfechas. Ahora el cielo y la tierra proclaman la justicia del Señor.
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