La vacuna y el cristianismo
Algunos aspectos importantes sobre la importancia de utilizar una vacuna para la inmunización contra enfermedades y principios del cristianismo.
En los primeros días de vida recibimos una vacuna, y nuestro primer año está marcado por vacunas mensuales. Por esa razón hoy estamos inmunizados contra varias enfermedades que en el pasado eran letales. Enfermedades como sarampión, poliomielitis, difteria y paperas disminuyeron drásticamente llegando a ser erradicadas en algunas partes del mundo.
Israel, uno de los países con mayor proporción de vacunación contra el COVID-19, en solo dos meses de vacunación, presenta bajas significativas en los índices, en la población de todas las edades. En personas con 60 años o más, que fueron vacunadas primero, la disminución fue del 86% de los casos, 73% en enfermos graves y 91% en las muertes.
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Sin embargo, hoy la vacunación tiene un aumento en la resistencia por personas influenciadas por fake news. Por eso, enfermedades como el sarampión están volviendo a preocupar. Los “antivacunas” alegan que tienen el derecho de decidir no vacunarse y nadie debe interferir en ese derecho. ¿Pero será que eso es correcto?
Implicaciones de las decisiones
Realmente, en la bioética existe el principio de la autonomía que prescribe que el paciente tiene el derecho de decidir, sin interferencias, sobre el tratamiento que le será ministrado. Pero, de acuerdo con el artículo 196 de la Constitución Federal, si el público está interesado, se pueden tomar determinadas medidas preventivas o curativas, por ejemplo, apartar el riesgo de una epidemia.
Por lo tanto, está claro que la vacunación produce inmunidad adquirida, porque incentiva a nuestro cuerpo a enfrentar al agresor. Además de la protección individual, sin embargo, la sociedad se beneficia, pues disminuye la circulación del agente patógeno. Y para que el efecto sea robusto es necesario que un porcentaje significativo de la población sea inmunizado.
La vacunación es un pacto social. Algunas personas no pueden recibir la vacuna porque tienen enfermedades autoinmunes, por ser alérgicas o por otra contraindicación cualquiera. De modo que al vacunarnos estamos protegiendo también a esas personas. Es un acto de amor al prójimo.
En los tiempos de Moisés entraron serpientes en el campamento de los israelitas provocando la muerte. Dios podría haber simplemente curado a los que oraran, pero él actuó de manera diferente. Le pidió a Moisés que hiciera una serpiente de bronce y cuando alguien era mordido, tenía que mirar a la serpiente de bronce para vivir (Números 21:9).
Debemos salir de nuestra zona de comodidad, tenemos que ir hacia la curación y no solo orar y esperar un milagro. Como cristianos debemos entender que la vacuna no compite con la acción divina, sino que es un fruto de su misericordia. Dios es quien concede sabiduría al ser humano para desarrollar mecanismos de lucha contra la enfermedad, tales como medicamentos y vacunas.
Nosotros, los adventistas deberíamos ser los primeros en apoyar la vacunación. Nuestro derecho a la autonomía debe estar pautado en el segundo gran mandamiento (Mateo 22:39): ¡Vacunarse es un acto de amor al prójimo!
Ed Wilson Santos tiene un doctorado en Inmunología por la Universidad de São Paulo y es miembro del grupo de Científicos Adventistas.