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La Reforma en Francia (3ª Parte)

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¡Saludos amigos! A medida que continuamos nuestro viaje a través del libro El Gran Conflicto, vemos que a pesar de la terrible persecución e incluso del martirio, la verdad de Dios no pudo ser detenida. Hoy, veremos la vida de otro joven que Dios levantó en el país de Francia.

Y si recién nos acompañas, te animo a que descargues tu copia gratuita de este maravilloso libro en la página web greatcontroversyproject.org

Juan Calvino era un joven reflexivo y tranquilo que, como estudiante universitario, daba muestras de una mente poderosa y penetrante. Mostró una sincera devoción religiosa a Dios y a la Iglesia Romana, y sus profesores esperaban que algún día se convirtiera en uno de los más fuertes defensores de la Iglesia.

Cuando Calvino escuchó por primera vez las enseñanzas de la Reforma, se estremeció al pensar que los herejes merecían el fuego que les habían dado. Pero un día, se encontró cara a cara con las nuevas enseñanzas, ya que su propio primo, Olivetán, había aceptado la fe protestante.

"No hay más que dos religiones en el mundo", decía Olivetán. "Una clase... los hombres han inventado, y según la cual se salva el ser humano por medio de ceremonias y buenas obras; la otra es la que está revelada en la Biblia y que enseña al hombre a no esperar su salvación sino de la gracia soberana de Dios” (El Gran Conflicto, p. 203.1)

Si bien Calvino rechazó de inmediato estos pensamientos, las semillas que su primo había sembrado permanecieron en su mente y continuó luchando con ellas. Calvino fue convencido de pecado en su propia vida y se dio cuenta de que no importa cuántas buenas obras hiciera o cuántas ceremonias participara, nada podría reconciliar su alma con Dios.

Un día, mientras caminaba por una plaza pública, Calvino presenció la quema de un hereje. Estaba asombrado por la paz que descansaba sobre el rostro del mártir. ”En medio de las torturas de una muerte espantosa, y bajo la terrible condenación de la iglesia, daba el mártir pruebas de una fe y de un valor que el joven estudiante comparaba con dolor con su propia desesperación y con las tinieblas en que vivía a pesar de su estricta obediencia a los mandamientos de la iglesia” (El Gran Conflicto, p. 203.4)

Calvino sabía que los llamados herejes basaban su fe en la Biblia, y estaba decidido a estudiarla y descubrir, si podía, el secreto de su alegría.

Ansiosamente, el joven estudiante buscó en las páginas sagradas y encontró la paz en Cristo. Había sido educado para convertirse en sacerdote, pero ahora se dio cuenta de que ya no podía seguir ese camino. Decidido a dedicar su vida por completo al Evangelio, Calvino dejó París y, durante un tiempo, trabajó en una pequeña ciudad de provincias, comenzando con la gente en sus casas. “Rodeado de los miembros de la familia, leía la Biblia y exponía las verdades de la salvación. (El Gran Conflicto, p. 204.). Los que escucharon el mensaje pronto llevaron las buenas nuevas a los demás, y rápidamente el mensaje se difundió de casa en casa y de pueblo en pueblo.

Unos meses después, Calvino regresó a París, donde continuó yendo de casa en casa, abriendo la Biblia y compartiendo las buenas nuevas de la salvación en Cristo. Eventualmente, sin embargo, las autoridades se enteraron de lo que estaba haciendo y decidieron convertirlo en mártir.

Calvino se sorprendió un día cuando sus amigos irrumpieron en su habitación con la noticia de que los oficiales iban en camino a arrestarlo. En ese momento, se escucharon fuertes golpes en la entrada exterior de la casa donde se hospedaba. Mientras sus amigos detenían a las autoridades en la puerta, Calvino escapó rápidamente por una ventana y corrió hacia las afueras de la ciudad donde encontró refugio en la casa de campo de un amigo.

Vestido con la ropa humilde de un campesino y cargando un azadón al hombro, el reformador emprendió su viaje hacia el sur. Si bien no se permitió la predicación pública, se encontró una cueva y Calvino, junto con pequeños grupos de creyentes, se reunieron allí para leer la Biblia y orar. Fue en este lugar donde la Cena del Señor fue celebrada por primera vez por los protestantes de Francia, y fue desde esta pequeña iglesia que fueron enviados varios evangelistas fieles.

Eventualmente, Calvino regresó a París pero encontró casi todas las puertas cerradas. Peor aún, algunos de los reformadores franceses, “deseosos de ver a su país marchar de consuno con Suiza y Alemania, se propusieron asestar a las supersticiones de Roma un golpe audaz que hiciera levantarse a toda la nación (El Gran Conflicto, p.207.2).

Tuvieron “éxito”, ¡pero no de la manera que esperaban! En una noche, colocaron celosamente pancartas por toda Francia condenando la misa católica romana. Uno de estos carteles incluso se adjuntó a la puerta de la cámara privada del rey. Este movimiento celoso pero mal juzgado trajo la ruina, no sólo a los que llevaron a cabo este acto, sino a los amigos de la Reforma en toda Francia.

Siguió una terrible persecución, con medidas tomadas para arrestar a todos los luteranos en París. Una gran procesión encabezada por funcionarios de la iglesia y el propio rey se abrió paso por las calles de la ciudad, arrastrando a los creyentes de sus hogares y torturándolos sin piedad antes de quemarlos vivos en las plazas públicas.

El ejemplo de lo que hicieron algunos de los creyentes reformados en Francia en esa fatídica noche debería servirnos hoy como una advertencia. Si bien estamos llamados a compartir la verdad de Dios, siempre debemos hacerlo con amor. Nunca debemos tener un espíritu de condenación o tomar acciones precipitadas, pensando que podemos lograr la obra de Dios usando los métodos de Satanás.

En Zacarías 4:6 leemos: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos". Es solo a través de Su Espíritu que podemos realizar Su obra.

Lamentablemente, la Reforma en Francia sufrió muchas pérdidas y se recuperó la supremacía papal, y junto con ella, la temida Inquisición, y “muchas atrocidades demasiado terribles para cometerse a la luz del día, volvieron a perpetrarse en los secretos y oscuros calabozos" (El Gran Conflicto, p. 216.2). Miles y miles fueron asesinados u obligados a huir a otros países.

Pero a pesar de la severa persecución, la Reforma no fue erradicada. Calvino, junto con muchos otros reformadores, huyó a Ginebra, Suiza, en busca de seguridad. Esta ciudad se convirtió en refugio de los reformadores perseguidos de toda Europa Occidental, y era de Ginebra de donde salían publicaciones y maestros a difundir la buena noticia.

Nos apoyamos en estos valientes que arriesgaron todo para compartir la verdad bíblica con todos los que quisieran escuchar. Y hoy, Dios nos está llamando a mantener esa luz ardiendo intensamente en un mundo donde la oscuridad sigue cayendo.

Les invito a orar conmigo ahora mismo

Querido Señor, gracias por estar con reformadores como Juan Calvino y otros que ayudaron a mantener la Biblia a la vanguardia. Quienes fueron de puerta en puerta. Quien hablaron de persona a persona, ayudando a otros a conocer toda la verdad.

Señor, gracias por aquellos que se mantuvieron firmes por ti, incluso frente a la muerte. Ahora te pedimos que nos guíes a cada uno de nosotros a medida que entendemos nuestro papel en estos últimos días de la historia de la Tierra justo antes del regreso de

Jesús, que nosotros también debemos defender completamente toda la verdad bíblica, proclamarla y compartirla, incluso en el riesgo de nuestras vidas. Por favor, anímanos y susténtanos, y gracias por la Palabra de Dios. En el nombre de Jesús, lo pedimos. Amén.


Ted Wilson es el presidente mundial de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.