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Cómo una joven profesora misionera en Tailandia cambió de idea sobre quién necesita ayuda


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Como profesora misionera en Tailandia, Karen Tessaro de Melo pronto descubrió que hasta los hijos de ricos tienen necesidades. (Foto: Misión Global)

Antes de ser misionera, yo creía que los que más ayuda necesitaban en la vida eran los que sufrían mayor deficiencia en condiciones sociales o económicas. Y en realidad estaba equivocada.

En Tailandia vi personas que pasaban por dificultades y necesitaban alimentos, medicinas u otros tipos de asistencia. Como profesora de música en una escuela internacional di clases a niños de algunas de las familias más ricas de la ciudad. Al observar superficialmente a mis alumnos parecía que tenían todo lo que necesitaban. Pero al conocerlos noté que algunos no tenían lo más esencial de la vida: amor. Venían de hogares disfuncionales y tenían problemas de comportamiento difíciles de tratar.

Descubrí que los niños que más molestaban en la clase por su comportamiento agresivo eran los que más cuidado y cariño necesitaban. Aprendí a representar a Jesús ante esos niños problemáticos con mi actitud. Cada vez que tenían un problema en mi clase conversaba con ellos individualmente para tratar de resolverlo.

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Hay momentos excelentes en la vida de los profesores, pero no todas las clases son divertidas, y no todos los alumnos nos quieren. A veces debemos dejar a un lado nuestro orgullo para servir a los que parecen odiarnos. Todo acto de amor es importante. Los niños quizás no recuerden nuestro nombre en el futuro, pero seguramente recordarán cómo los hicimos sentir y los valores que aprendieron con nuestras palabras y acciones.

No se realizan muchos bautismos en Tailandia, y me doy cuenta de que la mayoría de mis alumnos probablemente nunca llegarán a ser cristianos. Pero la semilla fue plantada y algún día podrá dar frutos en sus corazones.

A veces, me sentía desalentada mientras servía como misionera, porque generalmente no veía grandes cambios en la vida de los niños. Sentía que no estaba haciendo mucha diferencia. Dios tuvo que enseñarme que la obra no era mía sino de él. Dios estaba trabajando a través de mí. En su misericordia, Dios me mostró algunas vislumbres de lo que él estaba haciendo. Vi a niños que les gustaba oír las historias de la Biblia y aprendían a orar y amar a Dios. Hasta experimenté como algunos de esos niños, que antes estaban a la defensiva, comenzaron a confiar en mí.

Recuerdo a un niño de quinto grado que había luchado con su comportamiento social por mucho tiempo. Sus compañeros de clase le hacían bromas y rechazaban su presencia. Tenía ataques de ira y peleaba con ellos. Sus padres buscaron tratamiento psicológico y, con el paso del tiempo, fue tranquilizándose. Pero aun así, no lograba llevarse bien con los demás.  

A pesar de su apariencia dura, el chico tenía un corazón dócil y reconocía su problema con humildad. Yo le dije que conversara y contara conmigo cada vez que lo necesitara. Me sentí feliz porque hizo esto. Hasta me pidió que jugara con él. Como se sentía más cómodo conmigo, se sintió más animado a enfrentar a otros niños con más cuidado. Fue lindo ver que mejoraba.

En los últimos días que estuve en la escuela, ese chico me dijo que sentiría mi ausencia y que nunca me olvidaría. Pude ver cómo mi aceptación tocó el corazón del jovencito. Puede ser que nunca más vea a esos niños aquí, pero quién sabe qué sorpresas está preparando Dios para nosotros en el Cielo. Por favor, oren conmigo para que mis alumnos estén allá.


La versión original de esta historia fue publicada por Adventist Mission.