El juego del gran conflicto
Entienda cuándo y cómo la humanidad echó todo a perder y cuál fue la respuesta de Dios
Un grupo de personas está sentado alrededor de la mesa. Alguien explica las reglas del juego y distribuye la misma cantidad de cartas para todos. Dos participantes que son principiantes están animados, pero su entusiasmo no dura mucho. Después de algunas jugadas, ambos son engañados por la astucia del adversario y pierden todas las fichas.
Esa historia es una buena metáfora para el relato de Génesis 3, que narra la peor jugada de la humanidad, representada por un matrimonio ingenuo: Adán y Eva. Ellos tuvieron la oportunidad de elegir entre obedecer a Dios o satisfacer sus propios deseos. Pero, infelizmente, no tomaron la mejor decisión. ¿Pero qué ocurrió en esa “jugada” para que los padres de la humanidad fueran engañados por el adversario? ¿Cuál fue el resultado de su transgresión? ¿Y cómo concertó Dios la situación?
Las reglas del juego
El relato de la caída del ser humano en Génesis 3 está antecedido por la orden divina del capítulo 2, versículos 16 y 17: “Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás”. La narración deja claro que Dios es quien determina las reglas del juego.
Esos dos versículos presentan características típicas de un pacto. En 1955, el teólogo norteamericano George Mendenhall publicó el libro Law and Covenant in Israel and the Ancient Near East [Ley y pacto en Israel y en el Antiguo Cercano Oriente]. En la obra, él comparaba los antiguos tratados políticos de los hititas (siglos 14 y 13 a.C.) con el acuerdo firmado entre Dios e Israel.
Al hacerlo, Mandenhall percibió que los pactos en la Biblia seguían la misma estructura de esos tratados que en su mayoría presentaban un acuerdo entre un señor y un siervo. En esos antiguos documentos, los señores estipulaban las leyes que los siervos deberían obedecer, además de pronunciar bendiciones y maldiciones que ocurrirían como resultado de su fidelidad o infidelidad al pacto.
De la misma forma, Dios estipuló que el primer matrimonio podría comer el fruto de todo árbol del jardín, menos del árbol del conocimiento del bien y del mal. En realidad, Génesis 2:16 es la primera vez que el verbo “ordenar” (del hebreo tsawah) es usado en la Biblia, lo cual tiene la misma raíz de la palabra “mandamiento” (mitswah). Eso demuestra que, al hacer esa prohibición, el Señor había promulgado una ley.
De acuerdo con el rito del pacto, Dios pronunció una bendición y una maldición, que dependerían de la fidelidad de la primera pareja a su palabra: si Adán y Eva fueran fieles, tendrían acceso al árbol de la vida y vivirían eternamente (Génesis 3:22); si desobedecían, serían echados del jardín y serían castigados con la muerte (Génesis 2:17; 3:23).
Astucia del adversario
La narración sigue, y se presenta un nuevo personaje: la serpiente. Esa víbora no era un animal común. El texto la califica por medio del artículo “la” (del hebreo ha), demostrando que se trataba de una serpiente especial, que era más “astuta” que todos los animales que habían sido creados por Dios.
La Biblia menciona solo dos ocasiones en las que un animal habló con un ser humano: la serpiente en el Edén (Génesis 3) y el asna de Balaam (Números 22:28-32). En el segundo caso, las Escrituras informan que el asna habló por medio de la intervención de un ángel, que se puso delante del profeta como su adversario (satanás).
Ese paralelo sugiere que la serpiente también sirvió de “boca” para un ángel. Pero, en el caso de Génesis 3, el ángel no se puso como un adversario; él era el propio adversario. El Nuevo Testamento revela claramente su identidad: “Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero” (Apocalipsis 12:9; ver 20:2).
La serpiente se aprovechó del hecho de que Eva era una “jugadora” principiante y la engañó. El contraste entre la sagacidad de la serpiente y la inocencia de Eva está acentuado en la narración por medio de un juego de palabras. Génesis 2:25 menciona que Adán y Eva estaban “desnudos” (´arummim), al paso que la serpiente está retratada en el versículo siguiente como una criatura “astuta” (´arum).
A pesar de ser dos palabras diferentes, ellas poseen el mismo sonido. Así, el lector es inducido a interpretar la desnudez del primer matrimonio en contraste con la astucia de la serpiente.
En ese caso, la desnudez es un símbolo de pureza e inocencia de Adán y Eva, características que ellos perdieron enseguida después del pecado (Génesis 3:7).
La serpiente fue astuta al simular ser un agente divino. Génesis 3:1 indica esa lectura por dos razones: (1) la conversación de la serpiente está introducidas con las palabras “y dijo” (wayyo’mer), la misma expresión utilizada para iniciar las declaraciones de Dios en todo el relato de la creación (ver Génesis 1:3, 6, 9, 11, 14, 20, 24, 26, 28 y 29); (2) la serpiente cita la orden divina: “¿Conque Dios os ha dicho: no comáis de todo árbol del huerto?” (Génesis 3:1), pero omite la prohibición de comer el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal (Génesis 2:17).
Eva respondió a la serpiente diciendo que Dios había prohibido que ella y su esposo comieran de aquel fruto, bajo pena de muerte. Entonces Satanás partió para su jugada final y dijo: “No moriréis” (Génesis 3:4). Él atribuyó al fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal la inmortalidad ofrecida por medio del árbol de la vida (v.22). Y para empeorar la situación, el engaño pudo haber sido todavía más fuerte debido al hecho de que los dos árboles estaban en el centro del Jardín (2:9;3:3).
El texto menciona que Eva contempló el árbol y vio que “era bueno para comer” (Génesis 3:6). La expresión “y vio […] que era bueno” es una clara alusión a la actividad creadora de Dios (ver. 1:4, 10, 12, 18, etc.). Génesis 3:6 además menciona que Eva comió el fruto y “dio” (natan) a su marido para que también “comiera” (‘akhal). La idea de “dar” para “comer” es una referencia más a la actividad creadora de Dios, pues, en Génesis 1:29, es el Señor quien “da” (natan) el “sustento” (‘okhalah) a los seres humanos.
Esos paralelos parecen sugerir un intento de Eva de asumir indebidamente el lugar de Dios en la narración. Lo más interesante es que, al intentar ser “como Dios” (3:6), Eva adoptó la misma posición de la serpiente (3:1; ver Isaías 14:12-15).
En resumen, Génesis 3 muestra la verdadera naturaleza del pecado: llevar al ser humano a sustituir la palabra de Dios por su deseo de invertir los papeles del pacto, de modo que el siervo asuma las prerrogativas del señor. Al actuar de esa manera, el ser humano se vuelve igual a Satanás (el adversario) y pasa a ser su propio Dios.
Apuesta fracasada
Después de haber desobedecido al Señor y comido del fruto, Adán y Eva tuvieron que enfrentar las consecuencias de su decisión. Como siervos, ellos podían optar por ser fieles o no, lo que no podían controlar era el resultado de sus elecciones.
El texto relata que, al oír la voz de Dios, ellos notaron que estaban desnudos y cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales (Génesis 3:7). Después que Adán y Eva fueron influenciados por la “astucia” de la serpiente, su “desnudez”, que era símbolo de pureza, se volvió motivo de vergüenza (comparar con Isaías 20:2, 4).
Además de haber intentado solucionar su error con sus propias manos, haciendo vestidos de hojas de higuera, ellos se escondieron de Dios. La Biblia dice que la pareja buscó refugio “entre los árboles del Jardín” (3:8). Pero en el original hebreo, ese versículo dice literalmente que ellos se escondieron “en medio del árbol del jardín”.
La expresión “en medio (betokh) es la misma utilizada para referirse a la ubicación de los árboles de la vida y del conocimiento del bien y del mal. Curiosamente, la tradición judía enseña que Adán y Eva se refugiaron en el árbol de la tentación (Abravanel, sobre la Torá, Génesis 3:8). Si consideramos el hecho de que, en la escena siguiente, Dios se encuentra con el matrimonio en la presencia de la serpiente (Génesis 3:12-14), esa afirmación tiene sentido. Quiere decir que, al pecar, Adán y Eva se apartaron de Dios y se acercaron moral y geográficamente a la serpiente.
Seguidamente, Adán intentó justificarse atribuyendo su falla a la mujer que el Señor le había dado (v.12), y Eva se disculpó transfiriendo su error a la serpiente (v.13). En última instancia, ellos estaban responsabilizando a Dios, el Creador de la mujer y de la serpiente, por el pecado que habían cometido. Esa experiencia nos revela que, aunque sea más fácil negar nuestros errores y culpar a otros, nada está oculto a los ojos de Dios.
Cuando Dios se puso delante de Adán, Eva y la serpiente, el jardín del Edén se transformó en un tribunal. Debido a su falta de fidelidad, recibieron las maldiciones que acompañaban la violación del pacto (v. 16-19; ver Deuteronomio 27:12-24).
Siendo contrario al mal (Habacuc 1:13), el Señor pronunció su veredicto sobre cada transgresor. En la esfera animal, la serpiente fue condenada a arrastrarse sobre su vientre y comer polvo todos los días de su vida; en la esfera espiritual, Satanás, que había hablado por intermedio de la serpiente, fue condenado a vivir en enemistad con la mujer y a ser destruido por el Descendiente de ella, esto es, Jesús (ver Génesis 3:15; Salmos 110; Habacuc 2:14; Apocalipsis 12:1-9). El texto también menciona que la “descendencia” de Satanás estaría en constante conflicto con el Descendiente de la mujer (Juan 8:44; ver 1 Juan 3:10).
La mujer, a su vez, fue condenada a sufrir dolores en el parto y ser gobernada por el hombre (Génesis 3:16). Sin embargo, es importante recordar que eso no era parte del plan original de Dios, porque él había creado a ambos, hombre y mujer, iguales delante de él (Génesis 1:27). Entonces, ese pasaje no debe usarse como una excusa para oprimir y subyugar a la mujer.
Por último, Adán fue condenado a cultivar el suelo con dificultad. Debido al pecado del hombre, la tierra se volvería infértil, por eso Adán tendría que trabajar arduamente para obtener de ella su sustento. Pero lo peor de todo fue la última parte de la sentencia divina: “Pues polvo eres, y al polvo volverás” (Génesis 3:19). Dios había advertido al primer matrimonio que, si comían del fruto prohibido, morirían (Génesis 2:17), y la palabra del Señor no falla.
La jugada maestra
Cuando el “juego” parecía estar perdido por una elección precipitada de los participantes, Dios revirtió la situación. De acuerdo con lo ya observado, la violación del pacto requería la muerte de los transgresores. O sea, por haber perdido las fichas, Adán y Eva tendrían que ser “eliminados” del juego.
El Señor, no permitió que eso ocurriera. Él asumió la deuda y les dio nuevas fichas para que ellos continuaran participando. ¿Y cómo hizo Dios eso? La respuesta a esa pregunta está en Génesis 3:21: El sacrificio sustitutivo.
Un animal tuvo que ser sacrificado para vestir a Adán y Eva con su piel (comparar con Levítico 7:8). Las vestiduras provistas por el Señor contrastaban directamente con los delantales de hojas de higuera confeccionadas por ellos mismos (Génesis 3:7). Eso muestra que el problema del pecado y de las malas elecciones humanas necesita ayuda externa para ser solucionado.
Al escenificar la maldición del pacto por medio de un sacrificio, Dios reveló su plan de redención al primer matrimonio: Él mismo asumiría la culpa de los seres humanos y pagaría el precio de la ley. Por eso Pablo afirmó: “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (Gálatas 3:13).
Siendo “el Cordero de Dios” (Juan 1:29), Jesús asumió la culpa “el castigo de nuestra paz fue sobre él” (Isaías 53:5) y murió por nosotros, cumpliendo los requerimientos de la transgresión de nuestros primeros padres. El clamor de Cristo: “Consumado es” (Juan 19:30) es la garantía de la victoria de los seres humanos sobre la muerte.
Por más que una elección equivocada de Adán y Eva haya traído maldición sobre toda la creación, Cristo, por medio de su sacrificio, proveyó una solución para el problema del pecado (ver Romanos 5:18, 19).
Con una “jugada maestra”, Dios ofreció y todavía ofrece a cada ser humano la oportunidad de ser victorioso en la batalla contra el adversario (Santiago 4:7). Por lo tanto, para vencer el juego del gran conflicto entre el bien y el mal, basta seguir la orientación de quien da las cartas y hace la elección correcta (Deuteronomio 11:26-28).
Otras fuentes consultadas:
Genesis, Seventh-day Adventist International Bible Commentary (Pacific Press, 2016), de Jacques Doukhan, p. 79-114.
Patriarcas y Profetas (CPB, 2006), de Elena de White, p. 52-70.
Texto publicado originalmente en la revista Conexão 2.0 nº 52 (octubre-diciembre de 2019), p. 20-23.