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¿Progresismo o decadencia? Esa es la cuestión (parte 2)

Mientras los ojos estén puestos en este mundo, el futuro no tendrá sentido.


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El cristiano debe estar atento a las necesidades del prójimo y a los propósitos divinos. (Foto: Shutterstock)

Si un entrevistador le preguntara: “¿El mundo está mejorando o empeorando?”, “¿Los índices de pobreza, mortalidad infantil y seguridad están mejorando?”. ¿Qué respondería? Si su respuesta fue negativa para ambas preguntas, sepa que usted está equivocado. Usted y la mayoría de los entrevistados en un estudio hecho por Ipsos junto con la Gates Foundation, realizada con 26.489 personas de 28 países.[i] Después de todo, para la mayoría de los entrevistados, el mundo está socialmente peor, aunque no sea exactamente eso lo que los índices sociales presentan.

Solo para dar un ejemplo, si no fuera por la crisis de la COVID-19, continuaríamos en una secuencia ininterrumpida de 25 años de caída de los índices de pobreza mundial. Entre 1990 y 2015, el número de personas que vive bajo la línea de pobreza, o sea, con USD$ 1,90, o menos por día, cayó de 1.9 mil millones a menos de 656 millones en 2018. Eso significa que la parte de la población global considerada pobre, por esa definición, cayó del 36% a menos del 10% en el mismo periodo.[ii]

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Hoy hay muchos más derechos humanos. Incluso con tantos casos de violencia (un mal no erradicado), las mujeres de hoy cuentan con muchos más recursos para protegerse de un agresor de los que tenían al inicio del siglo XX. Incluso conviviendo, por desgracia, con actitudes de segregación racial, una persona negra tiene más chances de iniciar acciones legales contra un racista que un norteamericano afrodescendiente de la década de 1950. Incluso así, continuamos creyendo que nuestro planeta no es un lugar seguro para vivir.

Se han dado varias explicaciones del porqué de tanto pesimismo si los índices sociales están mejorando. Algunos señalan argumentos evolucionistas y dicen que heredamos de nuestros ancestros homínidos ese estado de alerta  constante, incluso en los periodos de calma, pues eso fue lo que nos hizo evolucionar y ser preservados, incluso en medio de tantos depredadores que hoy se encuentran extintos.

Otros señalan a la sensación de pánico que causan las noticias exageradas, las fake news, y las alertas generalizadas, sin especificar el contexto de cada evento traumático. Muchos en Israel, al escuchar las noticias sobre Brasil, piensan que aquí es peligroso andar desarmado incluso en la playa de Copacabana. Los brasileños, a su vez, imaginan que los israelitas viven mirando hacia arriba todo el tiempo a la espera de dónde caerá el siguiente misil.

Un escenario actual

Sobre la pandemia, pese a los terribles datos de casi 4.6 millones de muertos en el mundo hasta cuando este artículo finalice, eso no se compara a los muertos por la Peste Negra que, según estimativas, diezmó entre 75 y 200 millones de vidas solo en Eurasia. Claro que, mirando así en un mapa, los datos pueden ser muy fríos. Para quien perdió un ser querido, un padre, una madre, un hermano, la estadística es del 100% y el dolor es incalculable.

Sin embargo, dicen por ahí que contra los números no hay argumentos. Aunque este sea un dicho indiscutible, no podemos negar el poder argumentativo que nos ofrecen los algoritmos. Siendo así, la sensación humana de empeoramiento puede ser un mero sentimiento psicológico o ilusorio desprovisto de una evaluación real del escenario.

Para los que creemos en la Biblia, sin embargo, la cuestión se vuelve más delicada, pues si el Santo Libro describió en tonos tan pesimistas los momentos que anteceden el regreso de Jesús, decir que el pesimismo es una ilusión corresponde a negar nuestra propia fe profética.

Las Escrituras nunca hablaron del fin en términos optimistas: “mas los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados” (2 Timoteo 3:13); “desfalleciendo los hombres por el temor y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra” (Lucas 21:26); “¡Ah, cuán grande es aquel día! Tanto, que no hay otro semejante a él; tiempo de angustia para Jacob” (Jeremías 30:7).

Tiempos modernos, problemas no resueltos

Tal vez, una forma de entender esta paradoja entre lo que la Biblia predijo y lo que los datos presentan sería ampliar las consideraciones de la carta a Laodicea para entender cómo estaría el mundo en el tiempo del fin. Está claro que la epístola apocalíptica se dirige, en primer lugar, al pueblo de Dios. Es una advertencia interna sobre nuestro estado espiritual. Sin embargo, comprendiendo que la iglesia como organismo social tiende a reproducir la sociedad en medio de la cual vive, podemos decir que lo que vale para la iglesia (en términos de reprensión) también vale para el mundo. Al fin y al cabo, ¿qué es la apostasía sino el permiso dado para que los hábitos y las costumbres mundanas entren al pueblo de Dios?

¿Y cuál era el gran problema de Laodicea? Creer que tenía todo y no tener nada. La paradoja entre los índices sociales y lo que presenta la profecía es retratado en las ironías de la carta. “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: ‘Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad’; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo” (Apocalipsis 3:15-17).

Vean qué contraste: hoy, una edición normal del New York Times contiene más información de la que una persona común podría recibir durante toda la vida en la Inglaterra del siglo XVII. Sin embargo, el exceso de información provoca una angustia típica de los tiempos actuales y lleva a la conclusión de que, a veces, saber de más es un problema. “Cuanto más sabemos, menos seguros nos sentimos. Es la sensación de que el mundo está girando a muchas rotaciones más que nosotros mismos”, dice Wayne Luke.

Nunca en la historia se han producido tantos libros sobre la crianza de los hijos. Y lo que más encontramos son padres perdidos sin saber qué hacer con sus retoños. Las técnicas de didáctica y aprendizaje se acumulan a montones, y los jóvenes tienen cada vez más dificultades de comprensión, razonamiento lógico y capacidad de interpretación. Las personas continúan sin entenderse, incluso con medios de comunicación que funcionan a la velocidad de la luz, pues no se necesita ni un segundo de tiempo para que un mensaje vía WhatsApp cruce el Atlántico y vaya desde un celular en São Paulo a otro en Lisboa.

Las aplicaciones de traducción cada vez más sofisticadas desmotivan el surgimiento de nuevos políglotas, pues ahora es fácil conversar con un coreano incluso sin saber ninguna palabra de su idioma. Lo irónico, sin embargo, es que cuanto más nos comunicamos, menos nos entendemos unos con otros.

Ojos fijos en otro lugar

Este es nuestro mundo, que se cree tan inteligente, tan rico, tan grande que no necesita nada, ni siquiera de Dios. Este mundo está entrando a las iglesias y debemos estar alertas en cuanto a eso. Allí fuera dicen que no necesitan de Dios. Aquí dentro decimos necesitar de Dios, pero vivimos como si no lo necesitáramos. Decimos creer en Dios y vivimos como si no existiera.

Es peor cuando ponemos al ser humano por encima de Dios o en el lugar de Dios y cambiamos el humanitarismo (que es un deber bíblico) por el humanismo (el ser humano en el centro de todas las cosas).

Como cristianos y, al mismo tiempo, ciudadanos celestiales, tenemos una responsabilidad social para con este mundo, y nadie debe eximirse de eso. Debemos, sí, acoger a los necesitados, preservar el medio ambiente, condenar la desigualdad, combatir la discriminación. Es lo que está en Santiago 1:27 “La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo”.

El problema es que muchos saltean la última parte, que dice “guardarse sin mancha del mundo”. Piensan que todo se resume al activismo social. Ese fue el terrible error de la fallida teología de la liberación que transformó a los profetas en líderes sindicales y al discurso de Cristo en un acto revolucionario.

No podemos caer en la trampa de que es nuestro papel actuar como activistas en la construcción de un mundo mejor, justo e ideal. De acuerdo con la orientación bíblica, ese mundo solo se hará realidad en ocasión de la segunda venida de Cristo. Nuestro activismo, por lo tanto, debe ser en el sentido de aguardar y apresurar la venida de Cristo.

Es lo que encontramos en 2 Pedro 3:12, 13, “esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán. Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia”.

Ser negligente con el deber social es caer en la filosofía del siervo malo que no hizo nada con la certeza de que su señor tardaba en venir. Por otro lado, enfatizar demasiado tales pautas puede resultar en una preparación innecesaria para la segunda venida. Después de todo, el paraíso es aquí y ahora con los cambios sociales que logremos construir. Si eso ocurre, estaremos en serio riesgo de perder nuestra identidad y, a semejanza del mundo allá afuera, continuaremos sintiéndonos vacíos e inseguros incluso teniendo tantos recursos a nuestra disposición.


Referencias

[i] https://www.ipsos.com/sites/default/files/ct/news/documents/2017-09/Gates_Perils_of_Perception_Report-September_2017.pdf. Ingreso el 03/09/2021.

[ii] https://www.worldbank.org/en/topic/poverty. Ingreso el 03/09/2021.

Rodrigo Silva

Rodrigo Silva

Evidencia de Dios

Una búsqueda de la verdad en las páginas de la historia

Teólogo posgraduado en Filosofía, con maestría en Teología Histórica y especialista en Arqueología por la Universidad Hebrea de Jerusalén. Doctor en Arqueología Clásica por la Universidad de Sao Paulo (USP), es profesor del Centro Universitario Adventista de Sao Paulo (Unasp), en Brasil, curador del museo arqueológico Paulo Bork y presentador en portugués del programa Evidencias, de la TV Novo Tempo.