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¿Podemos confiar en la Biblia?

¿Lo que vemos escrito en la Biblia hoy fue realmente aquello que Dios reveló en el pasado?


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Foto: Shutterstock

No es raro que alguien ponga en dudas la confiabilidad en la tradición de los escritos que conservaron la Biblia hasta nuestros días. La razón principal de la sospecha está en el hecho de que no tenemos ningún original del texto bíblico, solo copias posteriores que supuestamente habrían sido alteradas. Lo que muchos no saben, sin embargo, es que existe un minucioso y exhaustivo trabajo crítico textual empleado en torno del texto bíblico. En este artículo hablaremos específicamente del Nuevo Testamento.

En total, son más de 5.600 manuscritos neo-testamentarios esparcidos en museos y bibliotecas en todo el mundo. Pueden estar en forma de citas, códigos, o hasta fragmentos de 6x8 centímetros como es el caso del Papiro 52, depositado en la Biblioteca de Rylands, en Manchester. Aunque no tengamos hoy ningún texto original que haya salido de manos del escritor bíblico y que todos los manuscritos contengan variantes textuales al punto de no existir ni dos manuscritos perfectamente iguales, aun así, podemos decir que fue posible conseguir reconstituir con precisión cerca del 90% del texto que salió de las manos del autor. Los 10% restantes son elementos no tan importantes que todavía constituyen una fuente de discusión entre los especialistas. Es el caso, por ejemplo, del binomio Gadara/Gerasa, o la terminación del evangelio de Marcos.

Las dos ediciones manuales más divulgadas actualmente y que contienen un excelente aparato crítico de los textos son los famosos Nestlé-Aland y The Greek New Testament, ambos conocidos de cualquier especialista en colación textual que es la comparación entre manuscritos con el fin de reconstituir cuál sería el texto original. Pero, para no quedar solo en campo de las afirmaciones sin confirmaciones, presentamos algunos argumentos sencillos (fuera del campo técnico) que confirman la confiabilidad en la transmisión del texto neo-testamentario.

  1. Los escritores del Nuevo Testamento sabían que ellos y sus colegas estaban escribiendo un texto sagrado que debía ser conservado (vea por ejemplo: Romanos 16:26; 1Corintios 2:13; 1 Pedro 1:12; Apocalipsis 22:18, 19, etc.).
  1. Los primeros padres de la Iglesia, desde el primero y segundo siglos de la era cristiana ya sabían identificar los escritos canónicos de los seculares y así primaban más la conservación de estos documentos sagrados.
  1. Los primeros cristianos fueron alertados en cuanto a la pureza textual de la copia que recibían. (2 Tesalonicenses 2:2 y Apocalipsis 22:18, 19).
  1. Con la destrucción de Jerusalén en el año 70 y la fuga en masa de los cristianos por Asia Menor y la región Egea, los territorios donde la iglesia estaba mejor representada numéricamente, en esos centros circularon los autógrafos originales. Otros centros, como Egipto, ya son más dudosos, porque además de que la iglesia era débil en esa región, había cerca de 11 grupos heréticos (la mayoría gnósticos) que no eran reconocidos por la Iglesia Cristiana Apostólica. Las copias existentes en Jerusalén, probablemente fueron llevadas a Antioquía antes del sitio romano sobre la ciudad.
  2. Antioquía se tornó una escuela de interpretación literal (por intérprete literal entiéndase el estudioso que se preocupa con la exactitud literaria del texto pues su interpretación depende de él).
  1. El clima árido y la falta de uso son las condiciones más favorables para que un manuscrito sobreviva por 1500 años. Por lo tanto no nos sorprendamos si todavía se descubren nuevos textos en nuestro tiempo.
  1. Si la iglesia medieval hubiera cambiado el contenido de los manuscritos de tal forma que fuera imposible rescatar su originalidad, todas las doctrinas católicas, sin excepción, estarían expresadas en el Nuevo Testamento, pues serían incorporadas allí. Sin embargo, es extraño que no encontremos allí nada que hable de la asunción de María, de una supuesta orden de Jesús para guardar el domingo, de la confesión auricular o hasta mismo de la intercesión de los santos entre nosotros y Dios. Temas así, seguramente estarían incluidos en el texto bíblico en el caso de que fuera interés de la iglesia modificar su contenido para dar validez a sus enseñanzas.
  1. Existen pequeñas contradicciones de los evangelios: ¿Jesús curó uno o dos ciegos? ¿El lugar del sermón de las bienaventuranzas fue un monte o una planicie? ¿La cura de Bartimeo fue cuando Jesús entraba o salía de Jericó? Si el texto hubiera sido recompuesto a lo largo de los siglos, el trabajo editorial de la iglesia haría que todas esas divergencias desaparecieran. Su permanencia, sin embargo, indica que el texto no fue alterado, ni para corregir lo que podría ser un tropiezo para la fe de muchos.
  2. Ninguna obra literaria enfrentó mayor cuestionamiento crítico científico que el texto de la Santa Biblia. Hoy podemos decir, sin la menor duda, que tenemos en manos el mismo contenido de los libros canónicos originales, da la forma como salieron de las manos de los apóstoles. Aunque un texto u otros sean temas de discusiones hermenéuticas, lo que era importante para la salvación de los hombres fue maravillosamente conservado.

Tanto el origen como la conservación del texto bíblico es un argumento fuerte para la existencia de Dios, que inspiró esas páginas. Siempre que alguien necesita confirmar algo a su favor, apela a un testimonio superior (aunque sea circunstancialmente) que pueda presentar un argumento en su defensa. Así es como funcionan los procedimientos jurídicos en general y también algunas cuestiones comunes de la vida cotidiana. Un padre que confirma al director que el hijo, en efecto, estuvo enfermo puede ayudar tremendamente en la reposición de una prueba.

Un gerente de banco que confirme la presencia del cliente en su agencia en determinada hora del día puede ser una coartada que libere a un hombre de un crimen que no cometió. Por eso, se puede decir que el testimonio tiene autoridad mayor, pues le otorga seguridad a la declaración de una persona. Dios, sin embargo, es el mayor de todos, por eso, no necesitaría otro (circunstancialmente superior) que le diera testimonio. Su palabra es suficiente para que él mismo dé testimonio de sí. Por eso, la Biblia termina constituyendo el mayor testimonio de la existencia de Dios.

 

 

 

 

 

Rodrigo Silva

Rodrigo Silva

Evidencia de Dios

Una búsqueda de la verdad en las páginas de la historia

Teólogo posgraduado en Filosofía, con maestría en Teología Histórica y especialista en Arqueología por la Universidad Hebrea de Jerusalén. Doctor en Arqueología Clásica por la Universidad de Sao Paulo (USP), es profesor del Centro Universitario Adventista de Sao Paulo (Unasp), en Brasil, curador del museo arqueológico Paulo Bork y presentador en portugués del programa Evidencias, de la TV Novo Tempo.