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Iglesia: ¿Quién la necesita? Parte 1

Alrededor del mundo, las personas están dejando cada vez más de lado el contacto con las instituciones religiosas.


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En los países desarrollados el número de personas que asisten a una iglesia continúa cayendo. (Foto: Shutterstock)

A partir de la década de 1960, surgieron varios estudios tratando de definir teológicamente cuál es el papel de la Iglesia en la historia de la salvación. En el comienzo del cristianismo no había muchas dudas sobre eso. La Iglesia era considerada como un instrumento salvífico de Dios en relación a la humanidad. El escritor Cipriano, que vivió en el siglo tercero después de Cristo, llegó a hacer una declaración bastante exagerada. “No puede tener a Dios por Padre quien no tiene a la Iglesia por madre, [porque] fuera de la Iglesia no existe salvación [y] sea quién fuera, si no está en la Iglesia de Cristo, no es un cristiano verdadero”.

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Tal vez esa frase sea un poco forzada porque parece equiparar el papel de la Iglesia con el de Cristo, que es nuestro único y suficiente Salvador. Sin embargo, hoy, el péndulo de la discusión parece haber ido en otra dirección igualmente peligrosa: el completo desinterés por la Iglesia. Algunos escritores llegaron al punto de decir que la Iglesia sería la frustración de los planes de Jesucristo. Según la comprensión de esos liberales, Jesús soñó con el reino de los cielos, pero cuando se despertó, se encontró con la desastrosa “Iglesia cristiana” que de celestial no poseía nada.

Al final, si Jesucristo es nuestro único Salvador, ¿cuál es el papel de la Iglesia en nuestra vida redimida? ¿La necesitamos para ir al cielo?

“¡Jesús, sí; Iglesia, no!”

Imagine que usted estuviera dando charlas sobre religión en una de las más renombradas escuelas de Alemania. Usted habría sido considerado un gran profesor, y por eso lo habrían invitado a exponer a los jóvenes alemanes la importancia de la persona de Jesucristo. Como tal vez no supiera hablar alemán perfecto, daría sus clases traducidas por un intérprete que lo acompañaría durante todas las clases que realizara en el auditorio central de la institución.

Los jóvenes vienen en masa, y por sus rostros, parecen estar apreciando su descripción de Jesús como un Dios de amor y bondad que está dispuesto a salvar la vida de cada uno si tan solo le pidieran su ayuda. Jóvenes embarazadas de novios irresponsables lloran al oírlo hablar del perdón divino y un grupo de viciados vibra al saber que todavía existe esperanza.

Todo parece ir muy bien, hasta que usted se arriesga a hacerles un llamado al bautismo o para regresar a la Iglesia. En ese momento casi en coro gritan con estrepitoso estruendo: ¡Jesus ja; Kirche nein! ¡Jesus ja; Kirche nein! Con la ayuda del intérprete, usted entiende y se queda atónito con la frase repetitiva. Significa: “¡Jesús, sí; Iglesia, no!

¿Cómo reaccionaría ante esa situación? Sabe que episodios muy semejantes a ese se repitieron no pocas veces durante la década de 1970 cada vez que los jóvenes oían convocaciones religiosas acerca de retornar a la Iglesia. Era un slogan proyectado por grupos que querían buscar a un Jesús libre de dogmas eclesiásticos. Un Cristo, en fin, que pueda y deba ser encontrado fuera de las iglesias.

Según F. Roustang, presenciamos hoy un surgimiento del llamado Troisieme homme, o tercer hombre, una figura del lenguaje para referirse al cristiano no eclesial que rechaza el compromiso directo con la iglesia. Según su parecer, en el pasado teníamos dos tipos de hombres en el mundo cristiano occidental: el que creía en Dios y el que no creía. El primero debería ser buscado en las Iglesias y templos esparcidos por todas partes, al paso que el segundo, por ser ateo y escéptico, estaría fuera de los recintos sagrados. Pero ahora surge un tercer hombre: el que cree en Dios, acepta a Jesús y dice estar de acuerdo con la Biblia, pero no quiere compromiso con las iglesias organizadas. En su visión, lejos de llevar al hombre a Dios, las religiones modernas, incluyendo sus cultos y rituales, se transforman en lo que Robert Adolfs llamó Het Graf von Gott (la tumba de Dios). Además, años antes de Adolfs, F. Nietzche se preguntaba: “¿Qué son esas iglesias de ahora si no tumbas y sepulcros de Dios?” ¿Sería verdadera la indagación del filósofo? La Biblia no parece endosar ese tipo de razonamiento.

Los números de los que desisten

El termómetro de este sentimiento de apartarse de las iglesias puede verse en algunos números impresionantes que tenemos a nuestra disposición. A fines de 2005, la Iglesia Presbiteriana anunció una pérdida de 48.474 miembros en los Estados Unidos, que consiste en una disminución del 2,5% de su comunidad total en solo un año.

De acuerdo con el Pew Global Attitudes Project, la religión es más importante para los americanos que para los habitantes de otras naciones industrializadas. Sin embargo, solo el 21% de la población americana asiste regularmente a los cultos una o más veces por semana.

En Europa, ese número es todavía menor: solo el 15% de los franceses y el 7% de los ingleses asisten a alguna iglesia el fin de semana. La misma estadística muestra que solo el 25% de los judíos israelitas van a la sinagoga los sábados, lo que demuestra que el problema de aversión a las instituciones religiosas sobrepasa los límites del cristianismo.

En la Iglesia Adventista, la permanencia de miembros recién bautizados también es una preocupación de la Asociación General, la sede mundial de la denominación, que anunció recientemente una estadística según la cual cada cinco nuevos miembros, dos dejan la Iglesia.

Todo indica que, la ola de cultos virtuales por Internet o por televisión, que deberían favorecer a los que por motivos de fuerza mayor no pueden estar personalmente en el culto, están siendo el paliativo de la conciencia de muchos que prefieren quedar en casa que alabar a Dios junto con los hermanos.

Note que la cantidad de ejemplares que se imprimen de la lección de la Escuela Sabática de ninguna manera se acerca al número de miembros que tenemos en nuestro continente. Es algo sobre lo cual deberíamos reflexionar. Al final de cuentas, el estudio diario de esa guía siempre fue un termómetro para medir la participación efectiva de los miembros.

Vamos a explorar más sobre ese asunto en la próxima parte de este texto. Para tener acceso, haga clic aquí.

 

Rodrigo Silva

Rodrigo Silva

Evidencia de Dios

Una búsqueda de la verdad en las páginas de la historia

Teólogo posgraduado en Filosofía, con maestría en Teología Histórica y especialista en Arqueología por la Universidad Hebrea de Jerusalén. Doctor en Arqueología Clásica por la Universidad de Sao Paulo (USP), es profesor del Centro Universitario Adventista de Sao Paulo (Unasp), en Brasil, curador del museo arqueológico Paulo Bork y presentador en portugués del programa Evidencias, de la TV Novo Tempo.