Apoyo esencial
Por detrás de una iglesia fuerte, saludable y fructífera, hay siempre un brazo auxiliador de un anciano consagrado y bien dispuesto.
A los 21 años comencé mi ministerio pastoral, efectivamente. Fue un tiempo de muchas expectativas y desafíos que me sacaban el sueño. Liderar una iglesia en toda su complejidad exigía una experiencia que yo aún no tenía.
Eran cuatro iglesias que formaban mi distrito pastoral, y los desafíos eran variados. Una iglesia estaba en reforma, otra en construcción, otra se reunía en un salón alquilado por un valor elevado y la otra necesitaba reformas.
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En la parte evangelística, más desafíos. Barrios populosos y algunas iglesias todavía con muchos lugares vacíos. Por otro lado, una de ellas ya estaba repleta, y soñando en abrazar el desafío de comenzar una nueva congregación en un barrio vecino.
En el primer día que asumí el distrito, uno de los líderes de una de las iglesias me entregó una lista de nombres con personas que no estaban frecuentando los cultos. De tarde, después del almuerzo, un hombre me buscó para decirme que, por algunas imposibilidades familiares, no podría continuar con la responsabilidad para la cual la iglesia lo había nombrado, y me pidió que buscase a otra persona para su lugar. Al finalizar la tarde, tuve que hacer una visita a líderes de iglesia, pues aquella mañana, su hijo mayor había sido asesinado cuando iba para la iglesia, por reaccionar a un asalto. Y allí estaba yo, delante de aquellas personas, con la responsabilidad de ofrecerles consuelo a través de la Palabra de Dios.
El día terminó con una reunión con todos los oficiales del distrito para hablar acerca de las estrategias de aquel año. Llegué a casa exhausto. Pero debo resaltar que eso no fue todo lo que ocurrió en las iglesias que pastoreaba en aquél sábado. Otros episodios ocurrieron, los cuales no pude acompañar por estar ocupado en otras actividades.
Ayuda en el pastoreo
¡Ese fue el día de bienvenida! Y puedo garantizar que días como ese se repitieron muchas veces desde entonces, y continúan repitiéndose para los pastores cada semana. Después de aquel primer día al frente del distrito pastoral, estaba más que convencido de que no lograría hacer el trabajo que Dios y la iglesia esperaban de mí. Frente a todos los desafíos, era evidente que es imposible para el pastor cuidar de todo solo. Para que los sueños se volvieran realidad en mi ministerio, era indispensable contar con la fuerza de un equipo. Y así decidí que trabajaría: en equipo; no solo allí, sino en todas las iglesias donde sería pastor.
Agradezco a Dios por el ministerio de cada anciano; esos líderes voluntarios que son un apoyo fundamental para los pastores en todas las iglesias adventistas alrededor del mundo. Todos con los que tuve el privilegio de trabajar me enseñaron mucho, y me ayudaron en el crecimiento de la experiencia pastoral y personal.
De mi experiencia he aprendido que los ancianos son hombres que dan el máximo de ellos mismos para que la iglesia avance, que protegen la iglesia, que alimentan a las personas por medio de la predicación, que saben escuchar a quien necesita hablar, que se colocan siempre del lado de la verdad, que son consejeros y amigos no solo de los miembros sino también del pastor, que ayudan en la administración aliviando la carga del trabajo del pastor, que acompañan a los interesados en conocer a Dios y que son promotores del evangelio.
Cada semana, mientras una iglesia escucha un sermón predicado por el pastor, otras cinco escucharán, en su mayoría, a un anciano compartiendo el mensaje de esperanza que encuentran en la Biblia.
Termino estas palabras de reconocimiento y homenaje a esos líderes con las palabras de Pablo, cuando reunió a los ancianos de la iglesia de Éfeso y dijo “Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre” (Hech. 20:28).
Amigo anciano, reciba mi homenaje y sincero reconocimiento por ser una pieza esencial de este movimiento que está preparando un pueblo para el encuentro con el Señor.