Gracia bajo fuego
“Bienaventurado el hombre que teme a Jehová… No tendrá temor de malas noticias; su corazón está firme, confiado en Jehová. Asegurado está su corazón, no temerá” (Salmo 112:1, 7 y 8). La mañana del 7 de julio de 2005 el planeta despertó, otra vez, teñ...
“Bienaventurado el hombre que teme a Jehová…
No tendrá temor de malas noticias; su corazón está firme,
confiado en Jehová. Asegurado está su corazón, no temerá”
(Salmo 112:1, 7 y 8).
La mañana del 7 de julio de 2005 el planeta despertó, otra vez, teñido de sangre. La capital británica fue sacudida por cuatro explosiones: tres en el subterráneo y una en los clásicos ómnibus rojos. Cerca de 80 personas perdieron la vida y otras 700 fueron heridas.
Históricamente, Londres sabe lo que es vivir bajo fuego. En la Segunda Guerra Mundial, los habitantes de esa ciudad hicieron suya la frase Grace under fire, que literalmente significa “gracia bajo fuego” o “elegancia bajo fuego enemigo”. La aplicación de la frase era la siguiente: ante un bombardeo, hay que comportarse con dignidad y conservar la calma. Inspirados en ese mandato casi estoico, los ingleses resistieron los embates de la fuerza aérea alemana.
Cuenta una anécdota que luego de un ataque de los aviones germanos a Londres, el presidente Winston Churchill paseaba por las calles semidestruidas. Al pasar por una peluquería que estaba reducida a escombros, vio que su dueño había puesto un cartel en una de las pocas porciones de pared que habían quedado en pie. La inscripción decía: “Se trabaja como de costumbre”. El peluquero recibió el elogio del primer mandatario. Fue este mismo espíritu de lucha y superación ante la adversidad el que inspiró a Churchill a decir más tarde: “Lucharemos en las playas, lucharemos en los campos, lucharemos en las calles, pero nunca nos rendiremos”.
Los analistas internacionales sostienen que desde el 11 de septiembre de 2001 el mundo es un lugar peligroso. En realidad, desde la entrada del pecado el mundo es un sitio de riesgo. Génesis 4 ya lo demuestra.
El conflicto iniciado en las huestes celestiales por el otrora Lucifer, trasladó a este planeta la lucha entre el bien y el mal. Esta guerra ha tenido innumerables batallas, y un elemento en común ha predominado en la mayoría de ellas: el fuego. Este ha sido, desde siempre, un instrumento del enemigo para destruir a los fieles de Dios.
Lealtad bajo fuego
El relato Sadrac, Mesac y Abed-nego en el caldeo Campo de Dura contiene intriga, suspenso y acción. Pero sobre todo, está saturado de lealtad. Leer una y otra vez los versículos del capítulo 3 de Daniel nos llena el alma de emoción y seguridad. Ellos prefirieron ser quemados vivos en el horno antes de postrarse frente la imponente y pagana estatua. El enojo real se intensificó, y el fuego del horno también. Siete veces más ardiente, recibió en sus entrañas a los tres jóvenes hebreos que se negaron a vivir una impostura.
El milagro ocurrió y Dios les salvó la vida. Quienes asistimos a los campamentos del Club de Conquistadores y participamos activamente en las fogatas del sábado de noche, nos asombra leer que Sadrac, Mesac y Abednego, “ni siquiera olor de fuego tenían” (Dan. 3:27).
La fidelidad bajo fuego había sido puesta a prueba varias veces para ellos. Pero nunca, de manera tan literal como en esta ocasión. Dios los había amparado, años atrás, en la corte del mismo Nabucodonosor, cuando resolvieron permanecer firmes a los principios de salud. Y luego, los protegió (junto con Daniel) del decreto de muerte emitido contra ellos y contra todos los sabios de Babilonia. Tras fervientes oraciones, se le reveló a Daniel la enigmática interpretación del sueño del monarca.
La fidelidad no es una planta que crece entre la medianoche y el amanecer. La fidelidad es un estilo de vida que se cultiva con el humus de las experiencias victoriosas. La fidelidad es regada por la fe, la oración y el estudio diligente de la Biblia. Un acto fiel da paso al siguiente. Y así se fortalece el carácter.
Las palabras “he aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado” (Dan. 3:17, 18), son un himno a la lealtad.
Victoria bajo fuego
Hoy no necesitamos visitar Nueva York, Madrid, Bagdad o Siria para experimentar el fuego enemigo. Porque como cristianos enfrentamos una batalla mayor que la del mundo occidental contra el terrorismo. Nuestra lucha no es contra seres humanos de carne y sangre, sino contra principados, potestades de las tinieblas y huestes de maldad espirituales (Efe. 6:12). Por eso, con el valor obtenido por la comunión con Dios, debemos pelear la batalla de la fe todos los días de nuestra vida y en todos los ámbitos de nuestra existencia. Debemos tomar la armadura de Dios y resistir al enemigo (Efe. 6:13). ¿Cuál es esa armadura? El escudo de la fe, la espada de la Palabra de Dios, el vestido de la verdad y la coraza de justicia (Efe. 6:14-18).
No importa cuántos bombardeos lance el mal contra nosotros. A través de Jesús podemos tener “gracia bajo fuego”; por qué su gracia nos libra de la condenación y nos otorga la victoria en esta guerra cósmica. Entonces, ante los problemas y tentaciones, colguemos en nuestro corazón un cartel que diga: “Se trabaja como de costumbre”. Porque no hay nada ni nadie que pueda perturbar la felicidad de saber que somos amados y salvos en Jesús.