Hus: Fe en fuego
Un reflexión sobre la fe del reformador Juan Huss.
Praga siempre fue preciosa. Y esa tarde mayo de 2012 cuando la visité se vistió de una luminosidad única, como si estuviese preparada para recibir visitas. Recorrer la Ciudad Vieja, con sus calles empedradas, sus templos antiguos y su reloj astronómico, es una experiencia memorable. Para coronar la situación, al llegar al legendario Puente de Carlos, un músico callejero interpretaba mi obra clásica favorita: El Canon de Do, de Pachelbel.
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Pero no todo fue perfecto en Praga. Momentos más tarde, llegué hasta otro lugar importante: la capilla de Belén, sitio en donde predicaba el reformador checo Juan Hus. Para entrar tuve un pequeño inconveniente. El módico precio de ingreso solo podía abonarse en coronas checas, moneda con la que yo no contaba. En vano fueron mis esfuerzos por pagar en euros o en dólares. Amablemente, el personal del lugar me dijo que busque una casa de cambio para abonar con la moneda correcta. No fue fácil encontrar un lugar para obtener coronas y cuando finalmente las conseguí, la capilla había cerrado.
Al día siguiente tenía ya programado irme de Praga, así que por no investigar correctamente, por no estar preparado, por no ser previsor, las únicas fotos que tengo de ese lugar son de afuera.
Lo cierto es que Hus no se quedó afuera de esa capilla. Sus sermones allí eran frecuentes y despertaban intenso interés en la población. Esto era algo impensado para este reformador que nació en Bohemia en 1370 en una cuna muy humilde y huérfano de padre. Dada su precaria condición económica fue admitido en la Universidad de Praga por caridad, ya que tenía el don del estudio, constancia para aprender y una conducta intachable. Además, era muy amable y sociable y, por sobre todas las cosas tenía celo por la Palabra de Dios. Semejantes cualidades lo consagraron como rector de la Universidad de Praga, en 1409.
Un hombre con semejantes características no podía ser otra cosa que un hombre de Dios. Así, influenciado por los escritos de Wiclef que su amigo Jerónimo había traído desde Inglaterra en 1401, Hus comenzó a predicar acerca de la justificación mediante la fe y en contra de la Iglesia Católica. Eran épocas tumultuosas y la autoridad eclesiástica era cuestionada cada vez más por personas como Hus.
Por eso, el emperador Segismundo (del Sacro Imperio Romano) convocó el Concilio de Constanza, en Alemania. Este evento se desarrolló desde el 5 de noviembre de 1414 al 22 de abril de 1418. En ese marco, Hus se negó a retractarse de su fe, dado que argumentaba, con toda razón, que estaba basada en las Sagradas Escrituras. Por eso, el 24 de marzo de 1415 fue puesto en prisión. Allí, el encierro y el aire húmedo le provocaron una fiebre casi mortal. Aun así, y cargando sus cadenas, se presentó ante el Concilio de Constanza para defender su fe. Luego de severos interrogatorios donde fue obligado a retractarse, Hus se mantuvo firme a las creencias de la Biblia. Como consecuencia, fue condenado el 6 de junio de 1415 y quemado por hereje ese mismo día. Tenía solo 45 años. Así lo resume Elena de White en el capítulo 6 del libro El conflicto de los siglos: “Durante todo el largo proceso sostuvo Hus la verdad con firmeza, y en presencia de los dignatarios de la iglesia y del estado allí reunidos elevó una enérgica y solemne protesta contra la corrupción del clero. Cuando se le exigió que escogiese entre retractarse o sufrir la muerte, eligió la suerte de los mártires”.
Esta joven vida, dejó como uno de sus mayores legados Eclessía, una obra que muestra que Cristo es la cabeza de la Iglesia y no el Papa. Condena también las prácticas corruptas del catolicismo. Este libro fue clave en la posterior Reforma protestante.
Al recordar la vida de Hus, resuenan en mi mente las palabras de Daniel 3: 17 y 18, cuando Sadrac, Mesac y Abed-Nego se mantuvieron fieles a Dios en medio de la multitud idólatra: “He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado”.
Que en estos días donde recordamos los 500 años de la Reforma Protestante, Dios renueve en nosotros el valor y el coraje para defender las convicciones basadas en Biblia a cualquier precio.
Sé parte. Involúcrate. No te quedes afuera.