Prisa… ¡enemiga de la salvación!
Recuerdo que pocos días atrás, con “cientos” de cosas para resolver en un solo día, me desperté y sentí la tentación de no tener mis momentos personales con Dios. Mi cabeza estaba inundada por un torbellino de cosas que tenía para hacer y el tiempo p...
Recuerdo que pocos días atrás, con “cientos” de cosas para resolver en un solo día, me desperté y sentí la tentación de no tener mis momentos personales con Dios. Mi cabeza estaba inundada por un torbellino de cosas que tenía para hacer y el tiempo parecía empujarme a salir de casa. Conseguí vencer la tentación y busqué a Dios antes de cualquier otra cosa. ¿Sabe quien me convenció de que debería mantener mi rutina matinal con Dios? ¡Mis hijos!
Dos años atrás, un domingo de noche, Día de las Madres, hubo un programa especial en nuestra iglesia. Un amigo había hecho contacto con mi hija invitándola para ayudar en alguna parte del programa. Ella me dijo algo rápidamente sobre el asunto y enseguida noté que se trataba de algo que no debería saber con anticipación, sería una sorpresa. El día llegó. En un determinado momento del programa, tuve la alegría de ver a mi hija entrar en el escenario, tomar el micrófono y presentar un texto que ella misma había preparado para mí. Ella mencionó muchas cosas que me emocionaron, pero lo que más me tocó fue: “Te veo hacer el culto de mañana, y tu ejemplo me habla fuerte”. ¿Necesito explicar alguna cosa más?
Además del privilegio de disfrutar de algunos momentos de sublime paz al lado de mi Dios, tengo la imperdible oportunidad de mostrar a mis hijos que buscar a Dios, en la primera hora de cada mañana, hace toda la diferencia en nuestra vida. Siempre oí decir y ya leí mucho sobre la influencia del ejemplo en la vida de nuestros hijos y adolescentes, pero oírlo de los labios de mi hija, en una declaración pública, cuánto influenció ese ejemplo su vida, fue más fuerte de lo que yo podría imaginar.
Hace algunos años fue el turno de mi hijo, en la época tenía ocho años, de demostrar también la fuerza del ejemplo. Sin que yo y mi marido lo pidiéramos, sin hablar nada, sin que lo orientásemos, él, simplemente, se levantó una mañana y fue hasta la sala, tomó su Biblia, leyó una historia, hizo una oración y solo entonces fue a hacer sus demás actividades. Mi marido y yo quedamos mirándonos, pensando en cuán fuerte estaban hablando a los ojos y oídos de ese niño nuestro ejemplo matinal. Él sigue esa rutina desde entonces. No estoy contando estas historias para dar la impresión de que tengo hijos perfectos, que hacen su culto matinal, y que nosotros como padres somos modelos perfectos; no, nada de eso. Tengo plena conciencia de que tenemos mucho para crecer y mejorar. El hecho es que ellos, así como nosotros, necesitamos de la dirección de Dios si queremos salir victoriosos en un mundo que se deteriora más cada día. El hecho es que nosotros, como padres, si queremos que nuestros hijos se salven por la eternidad, debemos ser modelos para ellos en todo. No es suficiente hablarles y hablarles sobre cristianismo, necesitamos “ser” cristianos al lado de ellos.
La rutina, la prisa, las innumerables responsabilidades, el tránsito, las cargas dobles y a veces hasta triples de trabajo, consumen nuestra energía y han hecho que Dios y nuestros hijos queden en un plano de importancia muy inferior. Precisamos colocar nuestra vida espiritual y la vida espiritual de nuestros hijos como prioridad. Aunque para eso tengamos que dejar de lado ganancias materiales, pues Dios es claro en sus maravillosas promesas: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33).
Todavía voy más lejos. Además de la comunión personal diaria, necesitamos levantar el altar de la familia. Necesitamos la bendición y la dirección de Dios como familia, antes de comenzar con las actividades de un día, y al final de todas nuestras tareas. Eso no solo nos acerca al Padre Celestial, sino también nos une como padres e hijos. En el libro Conducción del niño, pág. 492 Leemos: “Padres y madres, por muy urgentes que sean vuestros negocios, no dejéis nunca de reunir a vuestra familia en torno del altar de Dios […] “En cada familia debería haber una hora fija para los cultos matutino y vespertino”.
La importancia de esa rutina está reforzada en el libro La educación, pág. 226, donde queda claro el sueño de Dios para nuestros hogares: “Era el plan de Dios que los miembros de la familia se asociaran en el trabajo y el estudio, en el culto y la recreación, el padre como sacerdote de su casa, y él y la madre, como maestros y compañeros de sus hijos”.
Todo se resume en la palabra “prioridad”. ¿Qué desea usted particularmente para su vida y para la vida de sus hijos? ¿Dónde están sus prioridades? Si están al lado de Dios, usted encontrará tiempo para buscarlo y para llevar su familia a sus pies. Le garantizo que su esfuerzo no será en vano. ¡Y si la prisa es enemiga de la salvación, la comunión es amiga!