Sacrificios infantiles
Las guerras parecen ser una práctica tan antigua como la humanidad. Algunas de las motivaciones por detrás de tales conflictos son económicas, políticas, geográficas y también religiosas. Entre los pueblos del Antiguo Oriente Medio, la religión en la...
Las guerras parecen ser una práctica tan antigua como la humanidad. Algunas de las motivaciones por detrás de tales conflictos son económicas, políticas, geográficas y también religiosas. Entre los pueblos del Antiguo Oriente Medio, la religión en la cual las historias del Antiguo Testamento sucedieron, es difícil encontrar una batalla sin una de esas motivaciones, y muchas de ellas con el ingrediente religioso.
Gracias a innumerables hallazgos arqueológicos, sabemos cuáles eran las armas utilizadas, el tipo de tácticas que seguían los ejércitos, el número de soldados muertos en el conflicto, el tipo de alimentación que consumían los ejércitos, entre otras informaciones. No es poco común encontrar escenas de tales guerras en las paredes de templos o palacios de los gobernantes victoriosos. Una de ellas es la destrucción de la ciudad filistea de Ashkelon (la Ascalón bíblica), en Karnak, Egipto, por el faraón Merneptah. Mientras los egipcios utilizaban sus armas para intentar conquistar la ciudad, sus habitantes levantaban las manos en señal de súplica a la divinidad (o divinidades) locales.
Lo que más impacta es notar que dos niños están siendo tirados de los muros de Ascalón. A uno de ellos (a la derecha), aparentemente, se le está cortando la garganta. ¿Cuál era el objetivo? Además de la intención de producir un impacto en el ejército enemigo y hacer que emprenda la retirada, está la posibilidad que invocaban a un dios. Eso no era poco común en esa región. La práctica de sacrificios de niños está bien documentada entre los pueblos del Antiguo Oriente Medio. Con esto en mente, resulta más fácil entender la historia registrada en 2º Reyes 3. Cuando Mesha, el rey de Moab, se dio cuenta que estaba perdiendo la batalla contra Israel y Judá, tomó a su hijo, el que lo sucedería en el gobierno y lo sacrificó. Tal práctica tuvo un efecto psicológico en los soldados de Israel y Judá, que batieron en retirada (2 Reyes 3:26, 27). Mesha consideró esto una victoria de su dios Qemosh (conocido en otros lugares de Canaán como Moloc). La famosa “Piedra Moabita” es la versión de Mesha sobre esa batalla, donde él hablaba de la victoria de Qemosh sobre las tropas de Israel y Judá.
Es imposible no quedar impactado al saber que los pueblos del pasado sacrificaban niños a sus dioses. En el Antiguo Testamento ese tipo de práctica era castigada con la pena de muerte (Lev. 20:1-5). Dios condenaba eso de manera muy seria.
Y, ¿qué decir de nuestros días? ¿Somos mejores que tales pueblos? ¿Qué decir de los miles de niños abortados anualmente? No me refiero a casos de serios riesgos para la salud de la madre o por cuestiones de abuso, sino aquellos practicados simplemente por falta de planificación personal y financiera. ¿Qué decir de niños que son sacrificados todos los días por padres ocupados que no se contentan con lo que tienen y trabajan más de doce horas por día para obtener siempre más? O, ¿qué decir de niños que son sacrificados todos los días por padres que los entretienen con la televisión, videojuegos e Internet, donde una avalancha de basura cibernética destruye cualquier sensibilidad de moral sana. ‘Qemosh’ parece estar bien activo en nuestra sociedad ‘avanzada’. Como dijo el teólogo luterano Dietrich Bonhoffer: La prueba de la moralidad de una sociedad es lo que ella hace con sus niños.