Trabajólicos y perfeccionistas
Muchas veces nos excedemos en hacerle caso al dicho: “No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy”.
Especialmente los que somos adictos al trabajo, los que no podemos dejar nada inconcluso, o los perfeccionistas, en que todos los detalles cuentan y no podemos ver que algo está sin terminar.
Ya te han dicho en alguna reunión familiar: ¡Deja eso para después, ahora vamos a pasar un tiempo juntos! A lo que tú respondes: ¡Me falta solo un e-mail más! Y pasan horas hasta que te das cuenta que no queda nadie esperándote.
Recibo mensajes de muchas mujeres que dicen sentir que sus matrimonios están a punto de colapsar, que sus hijos están tomando caminos equivocados y peligrosos y que las cosas del día a día parecen nunca acabar… Pero cuando les preguntas: ¿Cuánto tiempo estás dedicándole a tu familia? Te responden que no mucho, porque deben trabajar.
Tal vez esté faltando comprender un poco la seriedad de tomarse un tiempo para las cosas verdaderamente trascendentes y que no se pueden delegar, como podríamos hacerlo con el trabajo.
Buscando en algunos libros sobre el tema me topé con esta cita de Elena White que me causó cierto malestar: “Recuerda que el hombre debe preservar el talento de la inteligencia, dado por Dios, mediante la conservación de la maquinaria física en actividad armoniosa. Se necesita de ejercicio físico diario para disfrutar de salud. No es el trabajo, sino el exceso de trabajo, sin periodos de descanso, lo que quebranta a la gente, y pone en peligro las fuerzas vitales. Los que trabajan en exceso pronto llegarán a la situación de trabajar de forma desesperada”. (Mente Carácter y Personalidad, Tomo II, pág. 210)
El trabajo se puede volver una droga, algunas veces porque nos gusta lo que hacemos, pero la mayoría de las veces porque lo usamos como una excusa para escapar de otras responsabilidades que nos resultan tediosas, o de algún conflicto familiar que no sabemos cómo solucionar; o para escondernos de la sociedad que parece aplastarnos con tantos cambios inesperados. Entonces, buscamos una zona de comodidad, que para algunos resulta ser el trabajo…
Siempre habrá algo para hacer, nunca terminaremos con todas las listas de actividades del día, siempre parece un nuevo compromiso o desafío y si no aparece lo fabricamos, es como un círculo vicioso. La gente que sufre del síndrome de adicción al trabajo, no ve como algo malo quedarse un rato más para continuar y terminar (aunque esto nunca suceda) postergando la salud física, las relaciones interpersonales y el descanso al aire libre para más adelante…
Según la psicóloga clínica Glenda Pinto, experta en recursos humanos, las personas que no paran de trabajar son consideradas trabajólicas o adictas al trabajo. “Es gente que no puede dejar de trabajar y que si lo hace se siente ansiosa y culpable. No sabe qué hacer si no tiene trabajo y se asegura tener siempre algo pendiente para poder mantener esta actividad de forma constante”.
Los trabajólicos, explica la doctora, van perdiendo estabilidad emocional y se convierten en adictos al control y al poder, en un intento por lograr el éxito. Buscan primordialmente eludir los asuntos no resueltos en su vida. Se trata de una manifestación de carácter obsesivo que encuentra en el trabajo un objeto de escape.
La cita de Elena White continúa diciendo: “El esfuerzo físico y mental combinado con sabiduría, conservará al hombre entero en una condición tal que lo hará acepto ante Dios”. (Ibid)
¿Es decir que nuestro trabajo puede ser rechazado por Dios si es realizado a costa de nuestra salud? Claro que sí. Este desequilibrio salva a uno, pero condena al otro y Dios no quiere eso de nosotros.
Dios espera que trabajemos con alegría y valor. Quiere que distribuyamos equitativamente la presión en nuestro día tanto en lo intelectual, como en lo físico, en lo social, moral y espiritual.
No trabajemos en exceso. Es mejor dejar alguna actividad para el día siguiente, que excederse y tensionarse, perdiendo así el valor para enfrentar el día siguiente, corriendo el riesgo de terminar viviendo entre desconocidos, aunque sean familiares, o descubriendo que el mundo siguió girando y nos atropelló la edad, sin que pudiéramos disfrutar de un descanso reparador.
Eclesiastés 9:10 dice: “Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el sepulcro, adonde tú vas, no hay obra, ni industria, ni ciencia, ni sabiduría”.
Somos mayordomos del precioso don del tiempo, por eso no debemos dejar de lado momentos tan preciosos como los de la familia, los amigos, el descanso, el relajarse, el juego, el deporte, la buena lectura, un paseo, una mascota, tantas cosas lindas e importantes que Dios quiere que formen parte de nuestra vida.
Queridas amigas, seamos equilibradas en todo. Dios nos pedirá cuentas de aquellas facultades atrofiadas por nuestra negligencia. Dediquemos tiempo de nuestro día a conversar con nuestros hijos, con nuestro esposo, a hacer un buen ejercicio, o una buena caminata al aire libre, a visitar a una buena amiga que hace tiempo que no vemos, a llamar a nuestros padres para saber cómo están, a preparar una rica comida para agasajar a los que amamos. Tantas cosas que postergamos por causa de nuestra adicción.
Aprendamos a delegar, a colocar horarios equitativos entre el trabajo y las demás actividades, a no ser perfeccionistas al punto de no permitir que nadie más haga lo que debe ser hecho, y decir: porque yo sé lo que hago, como a mí me gusta, nadie más lo puede hacer como yo.
Oremos juntas para que Dios nos ayude a ser temperantes con nuestro trabajo. A organizarnos de tal manera que podamos dedicarle una parte importante de nuestro día a los demás ingredientes que componen la totalidad de nuestro ser.