Carta de amor para Esmirna
Cómo la fidelidad del pueblo cristiano sirve de testimonio de fe para los días actuales.
Estimado lector, este artículo es la primera parte de una serie de tres artículos sobre el contenido de la carta a la iglesia de Esmirna. Por eso, disfrute de esta lectura, retenga el máximo posible y espere los próximos episodios de la revelación de Jesucristo para la iglesia de Esmirna.
En el primer siglo, fueron plantadas miles de iglesias por los primeros cristianos. Al revelar el libro de Apocalipsis, Jesucristo eligió solo siete de ellas para que recibieran una carta con un mensaje especial. Él sabía que el contexto religioso, histórico y político donde estaban ubicadas señalaría, no solo para el cristianismo en sus primeros años, sino también para los de siglos venideros lo que la iglesia enfrentaría hasta su segunda venida.
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Al estudiar el contenido de los mensajes a las siete iglesias del Apocalipsis, notamos que es posible hacer tres aplicaciones: a) Histórica, o sea, para una iglesia específica de Asia menor, ya en el primer siglo. b) Profética, cuando al cumplimiento ocurre en el transcurso de la historia, indicando las diferentes fases por las que pasaría la iglesia cristiana. c) Universal, porque tiene un mensaje especial para cada persona, independientemente del período profético en el que vivió o vive.
Otro aspecto importante para tener en cuenta está relacionado a la estructura de los mensajes de las siete iglesias, que poseen: a) Presentación cronológica. b) Evaluación. c) Exhortación. d) Promesa. Finalmente, las cartas son revelaciones de Cristo, quien las transmitió en primera persona.
En este artículo, estudiaremos el contenido del mensaje a la iglesia de Esmirna.
Contexto histórico
Esmirna era una ciudad portuaria con un comercio próspero de exportación. En el primer siglo poseía aproximadamente 200 mil habitantes. Estaba a unos 50 km de Éfeso, era famosa por su prosperidad, y ostentaba ser la ciudad natal de Homero. Tenía el estatus de ciudad libre; y era un centro político, religioso y cultural pagano. Fue la primera ciudad de Asia en erigir un templo para la diosa de Roma (195 a.C.) y en el 26 d.C., venció una disputa entre otras ciudades para construir un templo de adoración al emperador Tiberio Cesar. Allí se construyeron dos templos que se hicieron famosos en el mundo conocido de aquella época: el de Zeus y de la diosa Cibeles.
La comunidad cristiana que vivía en Esmirna posiblemente era pobre por dos factores, como mínimo. Primero, en la ciudad era obligatoria la adoración al emperador en los templos paganos. Por lo menos una vez al año, todo habitante de la ciudad estaba obligado a quemar incienso a los dioses. Además, en el período de Domiciano hubo un edicto ordenando su adoración, y quien desobedecía sufriría serias penalidades. El segundo motivo es que en la ciudad había una gran presencia de judíos. Eso dificultaba la vida de los cristianos, porque en la década de los años 80 d.C., el judaísmo había intensificado el odio y las persecuciones contra los cristianos, llegando al punto de expulsarlos de las sinagogas, pues los consideraban “herejes”.
Presentación de Cristo
La carta a la iglesia de Esmirna comienza con la presentación que Jesús hace de sí mismo. “El primero y el postrero, el que estuvo muerto y vivió, dice esto (Apoc. 2:8). Estas palabras tienen la intención de proporcionar confianza a los oyentes. Aquí, Jesús hace una referencia a su manifestación gloriosa en la apertura del libro (Apocalipsis 1:9-20). Así como en la apertura de las demás cartas, él rescata algo de su naturaleza divina humana y glorificada, y de su esplendor como Sacerdote eterno y soberano. Ese versículo es una cita directa de Apocalipsis 1:17, 18: “No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades”.
La presentación de Cristo no deja dudas. El Hijo del Hombre encarnado posee vida en sí mismo, eternidad inherente. Aunque había pasado por la muerte en la cruz, volvió a vivir (Juan 10:17; 1 Timoteo 6:16). Esas palabras hacen referencia al Antiguo Testamento: “Así dice Jehová Rey de Israel, y su Redentor, Jehová de los ejércitos: Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios” (Isaías 44:6). “Si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les responderé? Y respondió Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros. […] Este es mi nombre para siempre; con él se me recordará por todos los siglos” (Éxodo 3:13-15).
El nombre sagrado “Jehová” aparece 6.828 veces en el Antiguo Testamento y deriva de la forma semita del verbo “ser”, y significaría: “Yo soy el que soy”. Este nombre presenta la naturaleza y el poder del que lo posee, señalando la soberanía, grandeza, omnipotencia y eternidad de Dios.
Las autodeclaraciones de Cristo, “Yo soy el primero y el último” y “Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último, el principio y el fin” (Apocalipsis 1:17; 2:8; 22:13), son una equivalencia, no solo de las proclamaciones divinas de “Jehová” en el Antiguo Testamento, como también en el Apocalipsis: “Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso” (Apocalipsis 1:8). Lo que expresa que ambos, Padre e Hijo, controlan el inicio y el fin, y todo lo que hay entre ellos. La unidad entre Padre e Hijo está manifestada y “tiene dominio sobre toda la historia, el control sobre este mundo y sobre el mundo del porvenir, con plena autoridad sobre los poderes cósmicos y terrenales”.
Continuará…
João Renato Alves da Silva es pastor distrital en Cuiabá, Mato Grosso. Graduado en Teología, y tiene un posgrado en Interpretación y Enseñanza de las Escrituras por el Seminario Adventista Latinoamericano de Teología de Bahía, Brasil.