"¡No me juzgue!"
Muchas veces podemos concluir algo que no pasa de una confusión hecha por nuestra propia mente.
Quién nunca se sintió juzgado levante la mano.
Los seres humanos tenemos una capacidad interesante de pensar sobre lo que el otro piensa. Esa es una capacidad importante para nuestras relaciones, y al mismo tiempo, delicada. Importante porque nos ayuda a colocarnos en el lugar del otro y comprender cómo se puede sentir él. Delicada porque muchos conflictos en las relaciones ocurren debido a cosas que inferimos que pasa en la mente del otro. Y los cristianos no están blindados contra esos conflictos.
¿Usted oyó a alguien decir que “Fulano se cree más santo solo porque hace eso o aquello? ¿O “Fulano hace eso solo para mostrar que es santo”? ¿Cómo podemos afirmar que alguien se cree más santo que nosotros? ¿Será que tenemos la capacidad de leer la mente del hermano para entonces hacer una afirmación de esas o evaluar sus intenciones? ¡No! No podemos. Dios mismo dijo “porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (1 Samuel 16:7). Sin embargo, esas afirmaciones son muy comunes en el medio cristiano, especialmente cuando está en pauta algún asunto polémico sobre estilo de vida o conducta cristiana.
Cuando hacemos una afirmación de ese tipo, corremos un alto riesgo de estar incurriendo en una distorsión cognitiva a la cual llamamos, en psicología cognitiva, “lectura mental”. ¿Usted logra imaginar la cantidad de conflictos que ocurren a partir de ese tipo de distorsión? El conflicto se inicia con la “lectura mental” y se propaga con los chismes.
Es más o menos así: al oír el testimonio del hermano Pablo acerca de su experiencia con la reforma de la salud, yo deduzco que ese hermano se cree más santo que los demás porque es vegetariano. Entonces yo comento eso con el hermano Santiago. El hermano Santiago (influenciado por lo que le dije), al participar de una conversación sobre la reforma de salud en un grupo en el cual está también el hermano Pablo, interpreta las conversaciones de ese hermano como un discurso de ‘salvación por la soja” y al contar a su esposa sobre la conversación ocurrida en el grupo, le dice a ella que el hermano Pablo cree que quien come carne no va a ir al cielo (aunque el hermano Pablo nunca haya dicho una cosa de esas).
Y así siguen circulando informaciones equivocadas sobre el hermano Pablo. Y todo comenzó con mi lectura equivocada de la mente del hermano. La forma equivocada como yo evalúo a mi hermano hace que yo concluya fácilmente que el hermano me está evaluando, me está juzgando. Entonces, dejo escapar de mis labios con facilidad (o de mis dedos, al tratarse de redes sociales) la expresión “no juzgue”. (A veces usando hasta la cita bíblica de Mateo 7:1).
Es muy común que las personas se sientan juzgadas por gente que no las juzgó. Eso se da gracias a algunas distorsiones cognitivas que se desarrollan desde la infancia (la “lectura mental” es solo una de ellas), así como conceptos elaborados de forma deficiente sobre quién soy “yo” y quién es “el otro”.
La forma como yo me veo dice mucho sobre cómo mi mente evaluará a mi hermano. Muchas veces, creemos que un determinado hermano nos está juzgando, cuando él dice que algo que yo practico es pecado, porque en verdad nuestra conciencia es la que nos juzga. En el libro Mente, Carácter y Personalidad, t.1, Elena de White escribe que “Mediante la complacencia del pecado se destruye el respeto propio; y cuando éste se pierde, se disminuye el respeto por los demás; pensamos que los otros son tan perversos como nosotros mismos” (p 262).
Nuestro juicio acerca de nosotros mismos es muchas veces negativo, no por humildad, sino por el desarrollo de un auto concepto deficiente a lo largo de nuestra historia de vida. A veces ni nos damos cuenta y creemos que todo está resuelto dentro de nosotros. Pero en la relación con el otro, ese auto concepto deficiente puede manifestarse a través de las formas equivocadas como entendemos las cosas. Siendo así, haríamos bien en analizarnos a nosotros mismos antes de emitir un sintomático “no juzgue”.
Si estamos sintiendo juzgados, ¿es de hecho el otro el que nos está juzgando? ¿Y cuán seguro puedo estar yo de que lo que pasa por la mente del otro es un juicio sobre mí? ¿Cuán seguro puedo estar de que el otro quiere parecer más santo que yo cuando comparte un testimonio en la iglesia, o cuando exhorta a la iglesia acerca de determinado asunto?
Existen pastores y hermanos que se sienten incómodos al compartir con la iglesia lo que Dios ha hecho en sus vidas y lo que les ha enseñado, debido a las interpretaciones erróneas de algunos hermanos acerca de sus intenciones al compartir tal mensaje. Y en muchos casos ellos no necesitan ni hablar. La forma cómo ellos actúan, su vida diaria, su estilo de vida, es suficiente para que algunas personas concluyan que ellos se creen mejores que los demás. Jesús también pasó por eso. Por la forma como vivía y trataba a las personas, sus hermanos “Le acusaban de creerse superior a ellos” (El deseado de todas las gentes”, pág. 66).
Necesitamos tener cuidado para no actuar como cristianos demasiado sensibles, que no pueden ser exhortados, que se quejan de que la gente de la iglesia juzga, que hablan por ahí que el pastor X o el hermano Y se creen mejores que los demás, o que la hermana fulana quiere parecer más santa que las demás. El pecado causó muchos daños a nuestra mente, y distorsionó la forma como vemos la realidad. Debemos ser más cautelosos en nuestras conclusiones sobre nuestros hermanos.
En terapia, después de entender como ocurren las distorsiones cognitivas, muchos pacientes quedan impresionados con la cantidad de formas equivocadas a través de las cuales hacían sus lecturas acerca del otro y de la realidad en que estaban incluidos. Precisamos tener humildad para reconocer que algo que concluimos puede, simplemente, no pasar de una confusión hecha por nuestra propia mente.
De su opinión: ¿Por qué no debemos juzgar a otros?