Las reglas personales y el respeto a la libertad
Cuando las creencias individuales tratan de anular los derechos de los demás, se pueden convertir en un problema y causar conflictos.
Recientemente, se expuso a una mujer en las redes sociales porque no quiso ceder su asiento en el avión a un niño. Este episodio motivó diferentes tipos de reacciones y opiniones. Entre ellas, que la pasajera debería haberle dado el asiento al niño, y que fue una falta de sensibilidad de su parte al no ceder su asiento. Al parecer, este mismo pensamiento sobre el comportamiento de la pasajera parece haber motivado a otra mujer a grabar el video y compartirlo en las redes sociales.
¿Cuántas veces en nuestras vidas juzgamos el comportamiento de otra persona con nuestros conceptos de "debería" o "tengo que"? Aunque hay reglas que deben ser observadas por todos los ciudadanos, también vivimos de acuerdo con reglas personales, que existen en nuestra mente, construidas (o asimiladas) por ella a lo largo de nuestra historia de vida.
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El problema es que, en algunos casos, tratamos nuestras reglas personales como reglas universales y esperamos que los demás también las sigan. ¿Cuántas veces te has sorprendido de que alguien no entendiera algo que, para ti, era muy obvio? Un problema aún mayor ocurre cuando no somos capaces de tolerar que el otro no viva de acuerdo con nuestras reglas.
Formamos nuestras reglas como una forma de adaptarnos a la vida en este mundo. Según la Terapia Cognitivo Conductual, tenemos tres niveles de cogniciones: los pensamientos automáticos (que surgen espontáneamente en nuestra mente); las creencias básicas (que adquirimos en nuestros primeros años de vida y que subyacen en nuestra forma de entender la realidad), y las creencias intermedias (que nos ayudan a adaptarnos a partir de lo que vemos a través de la lente de nuestras creencias fundamentales). Nuestras reglas personales son uno de los tipos de creencias intermedias. Por muy apropiadas y verdaderas que nos parezcan, debemos recordar que son solo nuestras reglas y no la verdad absoluta o los hechos universales.
De lo común a lo patológico
En varios momentos de la vida, esperamos algo del otro que solo tiene sentido para nosotros. Sin embargo, esperar constantemente que los demás vivan de acuerdo con las reglas que tenemos no es saludable. Como mínimo, generará frustración y estrés. En varios casos, produce rupturas en las relaciones.
Este es un escenario muy común en las relaciones matrimoniales. Imagina una pareja en la que la regla en la mente de uno de los cónyuges es que debes quitarte los zapatos antes de entrar a la casa y la regla del otro cónyuge es que está bien entrar con zapatos. Estas reglas han sido adquiridas por cada uno a lo largo de su vida. No hay delito en violar ninguna de estas reglas, porque son reglas personales. Pero puede suceder que el primer cónyuge se enoje mucho con el segundo si no es capaz de tolerar que el otro no viva según sus reglas.
Situaciones como esta pueden generar mucho sufrimiento tanto para los que tienen la regla como para los que la rompen. En varios trastornos mentales, como la personalidad narcisista y la personalidad obsesivo-compulsiva, las reglas personales son tan rígidas que su ruptura es capaz de generar un gran sufrimiento en el paciente. En respuesta al malestar generado por romper la regla, la persona puede comportarse de manera inapropiada, incluso violando los derechos de otras personas con las que convive.
Límites incumplidos
Si bien nuestras reglas personales tienen mucho sentido en nuestras mentes, no necesariamente tienen sentido en las mentes de otras personas. Además, todos somos libres. Y al tratar de aplicar nuestras reglas en la vida de los demás, podemos cruzar fronteras y faltarle el respeto a la libertad de los demás.
En todos los espacios, públicos y privados, esto será un problema. Se trata de un problema dentro de una aeronave (filmar a alguien y exponer su imagen de forma vejatoria es violar un límite previsto por la ley); es un problema dentro de los hogares y dentro de las comunidades religiosas. El apego a nuestras reglas personales y la intolerancia de la libertad del otro para actuar de manera diferente a la forma en que pensamos que debería actuar pueden llevarnos fácilmente a comportamientos que violan las leyes civiles y la ley de Dios.