Hasta que el casamiento nos separe
¿Qué hace a un matrimonio permanecer unido y feliz?
La frase “hasta que la muerte los separe” está corriendo un gran riesgo de caer en el completo olvido de la humanidad. “¿Qué? ¿Casarse con alguien hasta el fin de la vida? ¡Eso es una locura!”
Es así que muchos entienden el plan divino para el casamiento: una locura. Y ahí, cuando vamos al medio cristiano, donde se espera que el modelo divino sea aceptado y vivido, encontramos innumerables quejas que revelan otro problema: parece que el casamiento, en muchos casos, ha sido un sinónimo de conflicto y final del amor.
Pasada la luna de miel, la pareja se encuentra con las perplejidades reales de la vida de a dos. Es en ese momento que los dulces, las flores, los besos, las palabras románticas de la época del noviazgo son reemplazados por quejas, críticas y discusiones.
¿Qué hacer para conservar el amor después del casamiento?
Estudios[i] revelan que la característica principal de las parejas que permanecen juntas y felices es la disposición de los cónyuges en cambiarse a sí mismos para atender las necesidades del otro. ¿No es eso lo que ocurre durante el noviazgo?
En el periodo del noviazgo, es común tratar de ser diferente y cambiar a fin de agradar al otro. En la fase de conquista, ese patrón se vuelve más evidente. Pero luego del casamiento, la mayor parte de las parejas adopta otra postura: “Yo soy así, entonces tienes que aceptarme así”. Y ahí, la convivencia se vuelve muy complicada en algunos momentos, y el cariño que existía anteriormente acaba siendo sofocado.
Para que el amor sea conservado después del casamiento, se necesita constantemente manifestarlo, expresarlo. “El amor no puede durar mucho si no se le da expresión.” (EGW, El ministerio de curación, p. 278). Si hacemos esto también en la época del noviazgo, podemos y necesitamos continuar haciéndolo después del casamiento.
Además de eso, necesitamos concentrarnos más en las virtudes del otro que en sus faltas. Si hubo un momento en que los defectos deberían ser cuidadosamente evaluados, era durante el noviazgo. Y, aunque no todo pueda ser conocido en aquella etapa, casarse es asumir el riesgo de tener sorpresas en cuanto al otro.
Sobre eso, Elena de White escribió: “Procuren todos descubrir las virtudes más bien que los defectos” (Ibíd). Una vez que decidimos casarnos, no tenemos el derecho de exigir del otro que sea diferente. El cambio necesita surgir del otro, y no de mis quejas y acusaciones sobre sus defectos.
Y no debemos olvidarnos que necesitamos pedirle a Dios que nos dé el verdadero amor. Un amor que es paciente, que no es celoso, que todo lo soporta. El amor de 1 Corintios 13, que solo Dios nos puede dar.
[i] Usted puede leer más sobre algunos estudios en la revista Vivir – Mente y Cerebro de febrero de 2010.