Ya sabemos que los traumas que vivimos en la infancia dejan marcas a la vida adulta. Muchos de los miedos y ansiedades que sentimos, además de las dificultades en las relaciones interpersonales y los problemas de autoestima tienen su origen en la infancia, en eventos que en aquel período fueron traumáticos.

Con todo, un estudio de la Facultad de Medicina de la Universidad de Yale verificó una relación entre el trauma experimentado en la infancia y la reducción del volumen cerebral de áreas importantes para el aprendizaje, la memoria y el control de las emociones. Esta reducción del volumen cerebral implicaría una mayor vulnerabilidad a desarrollar algunas dificultades. Por ejemplo, de acuerdo con el mismo estudio, los pacientes en tratamiento de dependencia de drogas que hayan sufrido traumas en la infancia tendrían mayor vulnerabilidad a tener recaídas y volver a usar drogas después del tratamiento.

Al leer sobre este estudio me puse a pensar en cuán graves son las consecuencias del pecado para nuestra salud mental. Las situaciones terribles a las que se exponen a los niños todos los días, y que generan traumas, actúan no solo a un nivel cognitivo (de pensamientos y emociones), sino también a un nivel físico y debilitan físicamente el cerebro.

Afortunadamente, existe solución. Existen centenas de personas que viven experiencias traumáticas, pero que desarrollan lo que llamamos resiliencia, una forma más positiva de tratar con la vida después de haber vivido situaciones complejas como las que generan traumas. Algunos desarrollan la resiliencia como un soporte profesional. Otros la desarrollan a través de nuevas experiencias que viven a lo largo de la vida. La realidad es que, incluso aunque el mal genere grandes daños físicos y mentales, estos daños no son el final. Es posible superarlo.

Enlace de la divulgación del estudio en la revista “Viver Mente e Cérebro” - http://www2.uol.com.br/vivermente/noticias/traumas_infantis_podem_deixar_dependentes_quimicos_mais_vulneraveis_a_recaidas.html