¡Cambien mi nombre, pero no mi carácter!
La identidad del cristiano está unida a su propósito y objetivo de vida.
En los textos anteriores, usted encontrará artículos de una serie basada en mi libro Herederos del Reino, lanzado por la Casa Publicadora Brasileña (CPB). Con base en el libro bíblico de Daniel, presento lecciones que extraje para mi vida. Abajo, comparto una versión resumida del quinto capítulo. Si todavía no leyó los demás, léalos aquí.
“Un carácter noble no es el resultado de la casualidad” (EGW, PP., p. 358).
En la edición del 26 de marzo de 1976, la revista Christianity Today [Cristianismo hoy] tenía la siguiente noticia: “Albania se unió a la lista de países que retiran uno de los bienes más personales y privados de sus ciudadanos: sus nombres”. El artículo presentaba la iniciativa del gobierno de obligar a los ciudadanos que tenían nombres bíblicos a cambiar sus nombres. Porque, según su opinión, alguien llamado Abraham, Rut o Marcos podría algún día preguntarse cuál era su origen. Eso podría llevarlo a la Biblia o a otra literatura religiosa; así esa persona podría absorber algunas de las enseñanzas cristianas. Y eso, en la opinión del gobierno de Albania, sería pésimo.
Ese método de cambiar el nombre no es nuevo. En el primer capítulo del libro de Daniel leemos lo siguiente: “A estos el jefe de los eunucos puso nombres: puso a Daniel Beltsasar; a Ananías, Sadrac; a Misael, Mesac; y a Azarías, Abed-nego” (Daniel 1:7). Así como en Albania, también en Babilonia había un motivo para cambiar el nombre de los exiliados. Para entender lo que había por detrás de ese cambio, tenemos que entender el método babilonio de conquista.
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El doctor William Shea explica ese método con las siguientes palabras: “Tomar prisioneros de países cautivos era una política habitual seguida por los babilonios y egipcios. Lo hacían con un propósito. El objetivo era preparar a esos jóvenes para el futuro servicio en el imperio. Cuando el rey o los administradores de los países conquistados dejaran el escenario de acción, sus cargos podrían ser asumidos por individuos de su propia nación que hubieran sido capacitados con el pensamiento babilonio o egipcio. De esa forma, Babilonia, por ejemplo, podría obtener administradores que tuvieran un conocimiento íntimo de las costumbres locales de las personas que gobernarían, pero preparados para ejercer con suprema lealtad a Babilonia por la educación recibida”. [1]
Babilonia tenía como objetivo cambiar la forma de pensar y de adorar de los exiliados, para que, con el tiempo, ellos se identificaran completamente con las costumbres y la cultura babilónica. Y una de las mejores maneras de hacerlo era cortar toda relación de los exiliados con su país de origen, lo que incluía cambiar sus nombres, que siempre les recordarían de dónde vinieron. En nuestra cultura, a pesar de que muchas veces sabemos el significado de los nombres, no le damos mucho valor al hecho de tener un nombre con un significado especial, pero para los judíos los nombres eran una manera de adorar, de recordar la identidad y el propósito de vida.
Identidad y propósito
Los nombres de Daniel y sus amigos tenían un propósito. Cuando ellos nacieron, Jerusalén vivía un período de impiedad e infidelidad, pero al darles los nombres de Daniel, Ananías, Misael y Azarías, sus padres estaban reafirmando un compromiso de fidelidad al único Dios verdadero y, al mismo tiempo, presentando el deseo de que sus hijos vivieran a la altura de ese compromiso. Cuando Babilonia les cambió el nombre, tenía la intención de destruir ese propósito y hacerlos abandonar la fidelidad y el compromiso con el Dios de sus padres. Observe el significado de los nombres judíos y el cambio hecho por los babilonios.
Daniel significa “Dios es mi juez”, y fue cambiado para Beltsasar que significa “que Bel proteja al rey” (Bel es otro nombre para Marduc, la principal divinidad babilónica).
Ananías, que significa “gracia de Dios”, se transformó en Sadrac “orden de Aku” (dios babilónico de la luna).
Misael, que significa “quién es como Dios”, pasó a ser Mesac “quién es semejante a Aku”
Y Azarías, que significa “Jehová ayudó”, fue alterado para Abed-Nego, “siervo de Nabu” (dios babilonio de la sabiduría).
Hoy enfrentamos un problema semejante, no con relación al cambio de nombres, sino con relación al cambio de valores y propósitos de vida. Usted puede estar pensando: “Tranquilo, pastor, eran solo nombres”. Sin embargo, lo que muchos cristianos no comprenden es que, así como en el tiempo de Daniel, tenemos muchas cosas que definen nuestros valores y principios. Lo que vestimos, lo que comemos, el tiempo que pasamos en las redes sociales, la hora que dormimos, la hora de despertarnos, la manera como usamos el dinero. Todo define nuestros valores. Para un cristiano, no es solo una ropa, no es solo una diversión, no es solo un tiempo mal gastado, son valores que están formando o deformando nuestro carácter.
Referencias:
[1] William H. Shea, Daniel – Una guia para el estudioso. Nampa, E.U.A: Pacific Press Publishing, 2009, p. 36.